Revista Insólito

Cómo se viaja por España IV

Publicado el 29 febrero 2024 por Monpalentina @FFroi

Cómo se viaja por España IV


CAPÍTULO IV

Richar Ford, 1846


Volviendo a los caminos peninsulares, diremos que las líneas principales están muy bien trazadas. Estas arterias geográficas, que forman la red de comunicaciones del país, arrancan por lo común de Madrid, que es el centro del sistema. El espíritu ingeniero de Luis XIV fue heredado por sus descendientes españoles, y durante los reinados de Carlos III y de Carlos IV se establecieron muchas comunicaciones entre la capital y las principales ciudades. Estos arrecifes y caminos reales fueron planteados casi con excesivo lujo en cuanto a anchura, sostenes y, en general, en toda la ejecución. La carretera de La Coruña, especialmente después de León, puede compararse con cualquiera de Europa. Cuando los españoles hacen una cosa la hacen en grande, y, en este caso, el gasto resultó tan enorme que el rey preguntó si se había empedrado de plata, aludiendo a la corrupción española del viejo romance vía lata en camino de plata. Esta y algunas otras se construyeron hace cincuenta o setenta años, y muchas, siguiendo el sistema de Mac-Adam, el cual ha conseguido que los caminos de Inglaterra sean completamente otra cosa de lo que habían sido antes de adoptarse tal sistema. La guerra de la Península tendió a estropear las carreteras españolas, pues se destruyeron puentes y otras obras de fábrica por conveniencias militares. El estado lastimoso de la hacienda y las revueltas constantes han demorado las reparaciones costosas; sin embargo, las de primer orden están tan bien construidas como al principio, y a despecho de las injurias de la guerra, las rodadas y el abandono, pueden considerarse tan buenas como muchas del continente y son mucho más agradables para el viajero por no tener empedrado. Las carreteras en Inglaterra han mejorado tanto últimamente y son tan a propósito para compararlas con las de cualquier otra nación, que olvidamos que España hace cincuenta años estaba mucho más adelantada en esto y en muchas otras cosas. España ha permanecido firme en lo que en otros países se ha pasado; se ha parado en su antiguo sistema, se ha aferrado al áncora del prejuicio, mientras nosotros hemos progresado y, naturalmente, hoy aparece a la zaga en muchas cosas que ella misma puso a la moda en Inglaterra.

Las carreteras reales comienzan en Madrid y van hasta las ciudades fronterizas y los puertos. La capital puede compararse con una gran araña, pues es el centro de la red de la Península. Estas líneas divergentes en forma de abanico bastan para los que sólo tratan de ir a un punto determinado; pero la comunicación interior entre unos sitios y otros no existe en modo alguno. Esta escasez y especial condición de las carreteras españolas explica los pocos lugares del país que son usualmente visitados por los extranjeros, los cuales, en particular los franceses, toman un camino trillado, la carretera, y la siguen unos detrás de otros, como los gamos silvestres; visitan Burgos, Madrid y Sevilla; después hacen una excursión en barco a Cádiz, Valencia y Barcelona, y ya creen que han dado la vuelta a España. Luego llenan el mundo con volúmenes, que repiten una y otra vez lo que ya sabemos, mientras lo realmente rico y raro, lo desconocido y permanente, los sitios hispano-árabes verdaderamente son pasados en silencio por todos, excepción hecha de algún aficionado a aventuras pintorescas que, cual nuevo Don Quijote, se arriesga por ellos.

Los demás caminos en España son malos, pero no mucho más que en otras partes del continente, y pueden utilizarse de modo tolerable con tiempo seco. De ellos, unos son practicables para carruajes y otros son únicamente caminos de herradura, por los cuales no hay que pensar ni pasar sino a caballo o a pie; cuando estas veredas son demasiado malas se las compara a las sendas de perdices. Los atajos son rara vez tolerables; lo mejor es procurar ir siempre por la carretera, pues, como solemos decir en Inglaterra, el camino más largo es el que mejor nos conduce a casa, y según reza el refrán español: No hay atajo sin trabajo. Todo esto parece de poca importancia; pero aquellos que adopten las costumbres del país no hallarán inconveniente alguno en alcanzar el fin de su jornada, porque donde las leguas y las horas son términos sinónimos, la hora española es la pesada stunde alemana, la distancia se regula por la luz del día.

Los caminos de herradura y los viajes a caballo, los antiguos sistemas de Europa, son muy españoles y orientales, y para la gente que camina a lomos de caballos o mulas, el camino es lo de menos. En las provincias arrinconadas de España los habitantes son pobres agricultores a quienes nadie visita; tampoco ellos salen nunca mucho más allá del humo de sus chimeneas. Cada familia provee a sus modestas necesidades: con poco dinero para procurarse lujo alguno, se alimentan y visten, como los beduinos, con los productos de sus campos y de sus rebaños. Apenas hay comunicación con personas de fuera; la feria vecina es el comercio donde adquieren lo que les falta, y algún que otro capricho, o bien los buhoneros, que caminan con sus mulas de pueblo en pueblo, y mejor los contrabandistas, que son el tipo y los dueños del verdadero comercio en las tres cuartas partes de la Península. Es admirable lo pronto que un viajero bien montado se acostumbra a ir a caballo, y lo fácilmente que se reconcilia con una clase de caminos que asustan al principio a los avezados a las carreteras, pero que llegan a considerar como muy propios para los fines del sitio en que se hallan enclavados y de la gente que los utiliza.


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