Las estadísticas marcan que el mes mundialista es el más flojo en recaudación para la hotelería y las confiterías. Pero contra los pronósticos, sus dueños apuestan al festejo, a la pantalla gigante y a las cábalas.
Por Marina Pagnutti
Están los conservadores, los notables, o de barrio. Los que atesoran negocios, arte y cultura en sus mesas; o los que se jactan de albergar pasión y sumar nuevas amistades. Son cafés de Buenos Aires, con historia y resistencia en su haber, y que cada cuatro años viven su propio mundial.
Galeano dice que “un hombre puede cambiar de mujer, partido político o religión, pero nunca de equipo de fútbol”; frase que el porteño de ley agregaría: “de bar tampoco”.
Pero pocos saben que el efecto mundialista altera a los dueños de los locales que no solo sufren por la selección, sino también por la baja recaudación. Y con combos especiales, shows, LCD, con o sin reservas, los 2800 locales de la Ciudad así aguantan los 30 días.
Según los informes anuales de las Cámaras de Hotelería y Gastronomía, los últimos 12 mundiales reflejaron que el mes en que se desarrolla el máximo evento deportivo es el menos rentable del año.
Pero pese al desequilibrio financiero, reina el festejo, las cábalas y la tradición de compartir.
Gol con aroma a café
Richmond. Desde 1917, en la calle Florida se encuentra la tradicional Confitería Richmond. Un lugar transitado por innumerables personajesde la historia, e intelectuales como Horacio Quiroga y Leopoldo Marechal.
Hoy con 93 años, se da el lujo de unir estilo, fútbol y billar.
Tomás, con 17 años al frente del local, es socio, responsable de 34 empleados, y amante de la buena charla y el deporte. Dice que con el mundial repuntó la clientela, y que en los días que juega Argentina toma reservas porque todos quieren ver la pantalla gigante que ubicó en el medio de la confitería.
“En días de partido se llena bastante, pero es difícil que se sostenga con el tiempo tanta concurrencia. Años atrás la gente tenía que esperar en el mostrador para sentarse. Eso hoy cambió, salvo en algunos partidos.”, cuenta.
Richmond no ofrece ningún combo especial en los días mundialistas, pero tampoco alteró sus precios.
El lugar tiene 1700 metros, y un subsuelo con mesas de billar que se utilizan para los campeonatos anuales.
“Richmond fue nombrado bar notable, pero es difícil sostenerlo con los impuestos, y si bien damos lo mejor, a veces pienso en vender mi parte y disfrutar más de la vida”, confiesa Tomás cansado de años de trabajo.
La Biela. En pleno corazón de Recoleta. Comenzó a funcionar en 1910 como café. Hoy emplea a 58 personas, y está abierto todos lo días de 7 a 3 AM.
Reconocido punto de encuentro, de turismo y de clientes fieles, cuenta con perlitas, como fotos tomadas por Bioy Casares y Borges decorando la parte superior de la barra, y la última foto de Fangio tomada por Aldo Sessa.
“Vivimos una fiesta, y con el mundial brotan las cábalas. Siempre alrededor de la barra, no tanto en el resto del local. La gente quiere sentarse en los mismos lugares y pedirse lo mismo. ¡Y eso sí que se respeta!”, cuenta Carlos Gutiérrez, socio del bar.
Para que nadie se pierda un partido, los dueños compraron otro televisor para sus empleados, así “pueden trabajar y disfrutar del mundial sin faltazos”. Y lo delata la puerta vaivén que al abrir y cerrar sus hojas revela la cocina con un póster gigante de la Selección nacional y una tv de fondo.
Varela Varelita. Tradicional bar de Palermo, donde abundan las anécdotas más que el estilo.
Javier tiene 37 años, y 18 años que trabaja en Varela. Dice que siempre hay gente, pero en días de partido “explota”, y tienen que correr todas las mesas. “Todo el año se ve fútbol, pero en el mundial se llena. Y a mí me gusta socializar al habitué con nuevos clientes. La verdad que se vive un clima muy lindo. En el partido con Grecia, un flaco se paró en la mesa y gritó ¿qué te pasa Papadopoulos?, y nos empezamos a reír”, recuerda Javier.
En Varela las crisis pasan, pero se soportan con otro espíritu. Javier juega al fútbol todos los domingos con un equipo que en parte se armó en el bar. Unió parejas, es buen oyente, y despliega una particular habilidad para servir bebidas y sandwiches girándolos sin que se caigan.
“Cuando no hago trucos me preguntan sin estoy de mal humor”, resume el mozo solidario.
Esquina Homero Manzi. Bar histórico de San Juan y Boedo, construido en 1927, y en donde la magia fluye a través del 2X4.
“Acá fusionamos goles y tango. Aunque este año viene flojo en consumo, nosotros preparamos una pantalla gigante para ver todos los partidos. Vienen turistas pero no tantos como en otras épocas”, cuenta Martín, a cargo del restaurante más arrabalero.
El lugar cuenta con una capacidad para 300 personas y con show todas las noches.
Seis contra todos
El clásico café La Paz, que comenzó a funcionar en la década del ´50 y concentró gran parte de la intelectualidad noctámbula, tiene al historiador y autor de “un Dios cotidiano” y “Jauría”, David Viñas, con el mejor presentismo del lugar. Todo los días se sienta a repasar diarios y libros, que intercala con cafés y otras bebidas.
Uno de los 60 bares notables de la Ciudad porteña, que no se caracteriza por ser futbolero, más bien todo lo contrario, tuvo una excepción.
“Nosotros no hicimos campañas para ver los partidos, ni encargamos adornos, ni afiches. Sí tenemos un televisor, pero es secundario”, dice Oscar, a cargo del lugar.
Pero como el fútbol es pasión de multitudes, en la Paz, cada tanto las minorías también lo disfrutan.
“El día que jugaban Argentina y Grecia, los únicos que vimos todo el partido y festejamos fuimos los cinco que estábamos en la barra y el señor Viñas, el resto de la gente miraba para otro lado”, cuenta Oscar, dando muestras que la cultura deportiva por 90 minutos se impuso al culto bohemio.