Revista Educación

¿Cómo ser una mamá cruasán? No gracias

Por Papadigital @papa_digital_

 

Cuando acepté la propuesta de Madresfera para participar en su Salita e lectura no sabía bien donde me estaba metiendo, hacer crítica de un libro supone leer con una visión crítica que no había experimentado hasta ahora, salvo con publicaciones técnica relacionadas con mi trabajo. Muy al límite del plazo que teniamos para publicar la reseña, incluso ligeramente superado, publico mi visión sobre este libro titulado “Cómo ser una mamá cruasá” y ya avanzo: nada recomendable.

Cómo ser una mamá cruasán

La autora, Pamela Druckerman, es una periodista norteamericana que relata como el hecho de residir en Francia, concretamente en París, le hace ver su embarazo y la crianza desde un punto de vista casi antagónico al planteamiento que se realiza en su país. Parte del convencimiento de que las madres norteamericanas optan por un parto y crianza natural y que en Francia esto está superado y se da a luz y se crian a los hijos mejor. Y esta afirmación ya es la primera que me llama la atención y me coloca en alerta: nos dice que los más de 300 millones de habitantes de Estados Unidos tienen una forma de crianza similar y que los más de 66 millones de franceses también crian a sus hijos bajo un mismo enfoque. Esta generalización es tan brutal que me hace dudar de ella. Reviste todo el relato de estudio científico, salpicado con citas y menciones de profesionales de todo tipo, pero en el fondo basa todo su conocimiento empírico en cómo prepararon el parto y cómo crian a a sus hijos sus amigas y conocidas en París; un conjunto uniforme de mujeres de clase media alta con residencia en París.

El libro va tratando en cada capítulo un tema. Cuando habla del parto pone como ejemplo una pareja donde ella, norteamericana, desea un parto sin violencia, bajo criterios de no intervención y él, francés, cree que su mujer está loca por no querer epidural y parir sin estar tumbada en una cama. Para rematarlo se aporta las palabras del ginecólogo que le explica que no vivimos en la jungla para sufrir en el parto y que ella va a parir tumbada y con las piernas en alto, por que así el está más comodo. Ufff… tuve que cerrar el libro y resistir la tentación de dejar de leer. Aporta datos estadísticos sobre el uso o no de la epidural en Francia: el 99% de los partos son con epidural y el 1% restante son americanas locas.

Así, capítulo a capítulo va tratando los temas propios en la crianza de los hijos y partiendo de sus ideas de crianza natural las desmonta y acaba haciendo apología de prácticas que personalmente me parecen odiosas. No voy a detallar cada uno de los capítulos, pero si quiero detenerme en el que dedica al sueño. La autora cuenta como las madres francesas le pregunta de forma muy habitual si su hijo ya duerme toda la noche; se lo preguntan ya desde el mes de vida. La autora se queda contrariada, por supuesto su bebé se despierta por la noche y lo atiende en cada despertar, porque “decubre” que el 100% de los bebés franceses (lo de las generalizaciones absurdas es una constante en todo el libro) duermen toda la noche desde muy temprana edad; indica que a los padres franceses hasta les parece que adquirir el hábito del sueño sin interrupciones a los cuatro meses es tarde. La autora cuenta que su error fue no darse cuenta de que el sueño sin interrupciones de los bebés es un proceso de aprendizaje y que los padres franceses lo tienen tan interiorizado que hasta se sorprenden de que sea así. Por supuesto niegan que se aplique ningún método estilo Ferber (método Estivill en España) y hasta les horroriza. La autora desvela el gran secreto del sueño de los niños franceses: La Pausa. Esta pausa consiste en dar un tiempo al bebé a que encuentre el sueño nuevamente por sí mismo antes de acudir corriendo a consolarlo. En teoría parece que no es descabellado y gran parte de ese capítulo se dedica a justificar científicamente la cuestión del sueño como aprendizaje, pero cuando entra al detalle sobre “La Pausa” se descubre que aún es más cruel que el método Ferber o Estivill; ya que según le cuentan a la autora ante el primer despertar se debe acudir a consolar al bebé, haciendo esa pausa antes de ir, ofrecerle consuelo con un chupete o algo así y después en los siguientes despertares ya no acudir más. Me quedé perplejo, en el libro se justifica diciendo que al acostar a un bebé y en ese primer y único consuelo se debe explicar al bebé que tiene que dormir toda la noche y que el bebé lo comprenderá. Soy partidario de verbalizar, pero este uso es una mera justificación para los padres. Las autora decide poner en práctica este método y cuenta que todo un éxito, que su bebé de meses desde ese día duerme toda la noche sin despertar. También cuenta que la primera noche lloró el bebé en su cuna un cuarto de hora hasta caer rendido y que la segunda fueron 7 minutos, pero después ya durmió bien. Ufff… ufff… y ufff… Ese bebé no “aprendió a dormir” aprendió a que su llamadas no son atendidas. Convendría hablar aquí del apego, del establecimiento del vínculo seguro.

No puedo recomendar el libro, de hecho pasa a mi lista negra.


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