La borrasca Gloria ya pasó. Por encima de nuestras cabezas, por debajo, por todos lados. Arrollando, pero ya pasó. Y como ya pasó, en China ya nos están fabricando los nuevos paraguas que ni paran el agua ni resisten dos aperturas para que podamos llenar nuestras papeleras de bonitos colores.
Ya casi hemos arreglado las goteras, los cristales ya están limpios, la ropa seca de nuevo, los zapatos otra vez lustrosos. Los servicios de limpieza municipales han dejado las calles limpias y todos los desagües libres. Los árboles arrancados ya son compost gracias a la eficacia de los servicios de jardinería.
Los Pirineos nos han quedado la mar de bonitos. Nieve por todas partes, todo blanco, de postal. De Instagram, incluso. Hoteles y estaciones de esquí ya esperan a cientos de miles de turistas con los brazos abiertos.
El mar se ha calmado y ya estamos trayendo arena de no sé dónde para recuperar nuestras bonitas playas. También están a punto las obras para rehacer los chiringuitos y reabrirlos a tiempo para el buen tiempo.
Ni vientos huracanados, ni lluvias torrenciales ni olas titánicas. Ni rastro de Gloria. Ya podemos borrarla de nuestra memoria. Se acabó la emergencia climática.
Ya podemos seguir a nuestro rollo, cogiendo el coche, comiendo, tirando, comprando, desechando, infrautilizando y consumiendo como siempre. Como si hubiera un mañana.
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