Revista Opinión

Cómo tener una identidad a pesar de todo lo que cambia

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia

CÓMO TENER UNA IDENTIDAD A PESAR DE TODO LO QUE CAMBIA

M. C. Escher: "Reptiles"

   La razón funciona a través de los conceptos, que recogen lo que de las cosas permanece, se repite, es previsible y sujeto a ley… tiene, en suma, una identidad. El concepto reúne pluralidades dispersas en una estructura única. “Las cosas como impresiones –dice Ortega son fugaces, huideras, se nos van de entre las manos, no las poseemos. Al atar el concepto unas con otras, las fija y nos las entrega prisioneras”[1].El hombre inventó la razón para contrarrestar su miedo al caos de los cambios, de lo fugaz e inconsistente, de lo que le impide tener un sentimiento de identidad. En sus formas preliminares, la razón del hombre primitivo se manifestaba como terror a los cambios. “El hombre primitivo –dice Ortega (…) aún no posee el órgano intelectual merced al cual es reducida la pavorosa confusión de los fenómenos a las leyes y relaciones fijas. El mundo es para él la absoluta confusión, el capricho omnímodo, la tremebunda presencia de lo que no se sabe qué es. La emoción radical del hombre primitivo es el espanto, el miedo a la realidad. Camina agarrándose a las paredes del universo; es decir, conducido por sus instintos. «Desconcertado, aterrorizado por la vida, busca lo inanimado, en que se halla eliminada la inquietud del devenir y donde encuentra fijeza permanente”[2].

Con la aparición de la filosofía, los hombres también redujeron la vida y sus desasosegantes cambios hasta verlos convertidos en meras apariencias. Por encima de esas apariencias, el auténtico ser de las cosas, vino a decir, por ejemplo, Platón, está fuera de la realidad, en un ámbito puramente ideal. Había que salirse de la vida para acceder a esas ideas (ya Pitágoras había propuesto retirarse del mundo para acceder a la verdad). La razón vital de Ortega reconcilió las variaciones de lo que vamos siendo cada día con lo que nos permite mantener un sentimiento de identidad, el ideal, que nos espera en el futuro, y del que vamos recogiendo briznas desde lo que fuimos en el pasado hasta lo que aspiramos a ser, pasando por lo que ahora somos. Lo que cambia resulta ser así un lugar de paso hacia el (inalcanzable por otro lado) ideal.



[1]Ortega y Gasset: “Meditaciones del Quijote”, O. C. Tº 1, p. 353.

[2]Ortega y Gasset: “Arte de este mundo y del otro”, O. C. Tº 1, p. 195.


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