Fue toda una epopeya ilusionante porque la fuerza de la libertad humana se impuso a la más poderosa alianza imaginable, la que une al establishment y a los medios de comunicación. Nada menos que 203 de los 209 periódicos estatales y todas las cadenas de televisión nacionales hicieron campaña en contra de Trump y a favor de Hillary. Pero el pueblo los derrotó a todos. ---
Falta poco para que el ejemplo cunda y muchos pueblos del mundo hagan lo que acaba de hacer la sociedad norteamericana al elegir a Trump: rebelarse e imponerse, amparada en la enorme fuerza de la libertad humana, a la férrea y tramposa alianza que ejercen al unisono el establishment y los medios de comunicación que vergonzosamente se someten al poder, expertos en difundir mentiras y silenciar miserias.
No es casualidad que 52 de los 53 periódicos a nivel nacional, 203 de los 209 periódicos estatales y todas las cadenas de television nacionales hicieran campaña en contra de Trump y a favor de la candidata demócrata. No fue un juego limpio, ni circuló una información limpia porque hicieron campaña de forma hostil, exagerando lo negativo, resaltado las posiciones excéntricas del candidato republicano, sacando de contexto sus manifestaciones, burlándose de sus intenciones, falseando encuestas y ocultando los correos de wikileaks que daban una imagen de la candidata demócrata como ambiciosa, corrupta, egoísta, soberbia y despiadada. Aquello fue toda una conspiración del poder real contra un candidato molesto, no controlado y poco deseado.
Sin embargo, la conspiración sirvió para que los americanos reaccionaran y quisieran saber, por sí mismos, algo más del mensaje del candidato. Y entonces se dieron cuenta de dos cosas: la primera fue que la campaña mediática no coincidía con lo que decía Trump y la segunda es que el poder conspiraba de manera ventajosa, contra el candidato y quien sabe si también contra los intereses de los norteamericanos de a pie.
Especial importancia en la contienda tuvo la decisión de Trump de difundir su posición a favor de los valores cristianos, de la familia tradicional y del viejo sueño americano del triunfo del esfuerzo y el mérito, algo que Clinton no pudo contrarrestar porque su figura aparecía ante los ciudadanos claramente vinculada al establishment y a los intereses y lobbies abortistas y homosexuales.
El votante femenino, que según los estrategas de Hillary tenía que votarla masivamente, puso entonces en una balanza las declaraciones desafortunadas de Trump, once años atrás, y la defensa actual de los valores tradicionales y optaría por lo segundo.
Otro acierto de Trump fue acordarse de los más débiles y desfavorecidos, de los ciudadanos que han vivido en sus propias carnes los estragos de la crisis y de la globalización, padeciendo la pérdida del empleos de calidad y el avance de la pobreza, un grupo silencioso del que Hillary ni si quiera se acordó, pensando que los estados industriales siempre habían sido fieles al partido demócrata y que sus votos estaban seguros.
La prensa americana, y con ella la mundial, que siempre le ha seguido el rastro, ha cometido errores en esta campaña de los que le costará muy caro recuperarse. Se ha acentuado la desconfianza de los ciudadanos en los medios y en los periodistas, que han reforzado su fea imagen de aliados sobornados por los grandes poderes y traidores a la democracia, un sistema que exige de la prensa la verdad que los medios ocultan, manipulan y tergiversan para beneficiar a los poderosos que les conceden publicidad, dinero, concesiones y filtraciones. Si la prensa quiere recuperar el terreno perdido, debe reaccionar antes de que sea demasiado tarde y regresar a sus orígenes democráticos, cuando los periodistas y los medios estaban al servicio de la verdad, del ciudadano y de la democracia.
Pero donde realmente está la clave del éxito de Trump es en la conexión que estableció con los sentimientos más profundos de los ciudadanos, esos que le empujan a desconfiar del poder y de sus aliados, el mismo impulso que fraguó el triunfo del Brexit y el "No" de los colombianos al tratado de paz con la guerrilla, el mismo que castiga en las urnas, en decenas de países, a gobiernos que se presentan como favoritos.
El divorcio entre políticos y ciudadanos es el mayor escándalo del siglo XXI y Trump ha sabido aprovechar esa fuerza para imponerse a la favorita del establishment, de la prensa y de los poderes ocultos que mueven los hilos del mundo. Por eso, muchos ciudadanos rebeldes del planeta consideran la victoria de Trump como propia, aunque el vencedor, aparentemente, tenga importantes defectos y carencias.
Francisco Rubiales