A veces me pregunto cómo es posible estar donde estoy. Cómo logro ahora mantenerme en calma cuando antes me daba tanto miedo todo lo nuevo. Cómo he aprendido a dar carta blanca a la vida. Cómo he aprendido a relajarme cuando las cosas no van bien. Porque sé que van a empezar a ir bien, y de todo se sale.
Los pasados días estuvimos en Matalascañas. Nos quedamos mi familia y yo sin poder salir de allí. De pronto, a medio día se hizo una especie de noche rojiza y empezó a llover ceniza. Había humo y estábamos con los tres niños y las carreteras cortadas.
El peligro de que el incendio llegara era mínimo, pero sí que el humo podía haber hecho que la situación se pusiera difícil. Pero eso acabó siendo una anécdota en nuestra vida, porque no nos pasó nada. Y los niños vivieron la cruda realidad de un incendio forestal.
Mi hijo ha pasado un año difícil. Después de una separación, complicada de sus padres. Mal gestionada. Y con muchísimo estrés. Y se le ha sumado el acoso escolar vivido.
Yo he sufrido con mi hijo. He tenido un bebé en el curso escolar. A los servicios sociales vigilando de cerca por el acoso de alguien que hace de la envidia su forma de vida.
Tengo un puerperio agotador, con dos niños más en custodia compartida. Crecen pero con crisis de demanda. Y a veces es complicado de gestionar.
Anoche fue una mala noche. Después de estar en Matalascañas, los niños querían comprar camisetas porque las tienen muchas pequeñas. Habíamos estado pendientes del incendio. Y mi hijo estaba malo con fiebre. Estaba vomitando, pero parecía bien. Así que pensamos en desviarnos.
Cuando salimos de comprar en el mismo centro comercial empezó a vomitar, tiritando de frío. Y volviendo a casa volvió a pasarle.
Estaba exhausta del viaje, cansada y agotada. El bebé estaba irascible, yo agobiada, el niño seguía vomitando y la niña no quería estar sola. Todo junto. Demasiado.
Era la guinda del pastel de un dos días horribles. Un cierre completamente desbordante.
Un sueño es un faro en el horizonte.
La obsesión es un faro en mitad del mar, cuando se va a la deriva. Estoy al punto que estoy a pesar de todo porque aprendí a dejarme guiar por mi intución, por la constancia y ahora además enfoco. Me enfoco en lo que quiero conseguir.
Mi vida ha dado muchas vueltas en los ultimos años. Una separación, una boda, un bebé y miles de momentos desestabilizadores. Pero he llegado a un punto de madurez que no hay quien me mueva de aquí, de mi visión y mi mundo.
He dejado atrás esa adolescencia del control de todo, por el control de mí misma. Y tampoco todo el tiempo, pero el suficiente para avanzar hacia el faro y no perderme en el océano.
En los conflictos que he tenido con los exs, los amigos, los familiares políticos anteriores, me he dado cuenta que ya no hay más autoridad que yo. No existe justicia externa, ni jefes, ni padres. Que soy la única capaz por medios propios de poner a cada uno en su lugar, en el momento oportuno.
De alguna manera esta madurez de no buscar más autoridad que yo misma, ha nacido la semilla de mi estabilidad y madurez de mi trabajo profesional y mi capacidad de organizarme.
Me da miedo no saber qué viene. Pero cada vez que veo mi capacidad de organizar los recursos que tengo a mi favor, me crezco. Me da poder saber que soy mi máxima autoridad a la que recurrir.
Yo creía que ahora era el momento de empezar a tomar decisiones valientes.
Pero no.
Llevo años tomando decisiones valientes.