-Barber, ¿puede venir un momentito a mi despacho?
-Claro jefe, dígame, ¿qué ocurre?
-Está usted despedido. Por bocazas, por tener siempre que decir la última palabra, por ir de defensor de los demás, cuando a usted no hay dios que lo defienda. Se va a la puta calle, usted, sus principios, sus ideales de hacer cosas con calidad, y con su fe en una profesión que huele a podrido desde hace tiempo.
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Se abrió un vacío bajo mis pies, me pegué una ostia contra el suelo, que por poco me parte la cabeza. Sentí náuseas, el vértigo de saltar sin red. Pensé en el niño, en la casa, en la puñetera tarjeta del Saturn que nunca termino de pagar. Y todo eso en tan sólo 5 segundos. Pensé en todos mis amigos, los que están desempleados desde hace meses, en mis compañeros de Siempreenmedio, ahora sentía en mis carnes las sensaciones que tan bien habían descrito. Y le contesté al mostachudo de mi jefe:
-Gracias
Feliz, había salido de una cárcel que había hecho más chiquitito los últimos años. Nervioso por el futuro, la gente me miraba con los ojos de la lástima que dan los vagabundos. Tranquilos, lo superaré, les dije mientras buscaba billetes a Hawaii, y comenzaba a poner en práctica los mil proyectos que tenía en la cabeza, y que nunca hacía realidad, porque siempre estaba “ocupado”. Dentro de 6 meses me estaré cagando en este sistema, diré eso de: “estoy harto de la profesión”, nadie querrá contratarme, y vagaré por las esquinas como alma en pena. Pero ahora déjenme que saboree el aire de decir: “jefes del mundo, inútiles del planeta, como yo no hay dos” Amén
Fotografía cedida por Ángela Verge
El próximo mes voy a estar como el perro de mi compañera Verge, boca arriba, para que me de el aire en mis partes, y refrescarme de tanta energía negativa. Si me necesitan, silben. Si es para malas noticias, no estoy. Soy el hombre positivo.