Escribe Russell:
Un maniqueo podría replicarle [a Leibniz] que éste es el peor de los mundos posibles, en el que tas cosas buenas que existen sólo sirven para realizar los males. El mundo -podría decir- fue creado por un demiurgo malvado, que permitió el libre albedrío, que es bueno, para estar seguro del pecado, que es malo, y cuyo mal supera al bien del libre albedrío. El demiurgo -podía continuar- creó algunos hombres virtuosos, con el fin de que pudieran ser castigados por los malos, pues el castigo del virtuoso es un mal tan grande que hace al mundo peor que si no existiera ningún hombre bueno.
El mal metafísico en el mundo queda justificado por el bien mayor a que da lugar. Esto no es un acto de fe, sino una consecuencia de la vinculación universal de las cosas, es decir, del principio de causalidad. En virtud del mismo no hay mal del que con el tiempo no se sigan infinidad de bienes, juzgándose como un bien el hecho de existir. La inversa, sin embargo, no es válida en igual medida, ya que la naturaleza tiende a conservarse a sí y a sus individuos, mientras que si de un solo bien se siguieran muchos males, el universo -tomado a cualquier escala- tendería a autofagocitarse. El sistema maniqueo, pues, es ontológicamente falso, y Russell hace muy bien designándolo aliado filosófico del ateo.