Revista Viajes

Compañeros de ruta, esos cómplices de viaje

Por Mundoturistico

Las personas que se embarcan contigo en conocer ciudades, pueblos y rincones varios se convierten la mayoría de las veces en aliados, confidentes, cómplices de una afición que para ti va mucho más allá que coger unos días de vacaciones e ir a alguna parte del mundo. Hoy quiero hacer un homenaje a esos compañeros de viaje que me acompañaron en el camino, vitales por las razones que os comentaré a continuación y testigos de algo que tiene la capacidad, como una varita mágica, de hacer que todo sea una aventura. Fui feliz mientras viajé; fui feliz con ellos; fueron una parte de recuerdos a los que quiero volver… una y otra vez.

La realidad es que elegir un compañero de viaje no es tarea fácil. Como dice la conocida frase de Mark Twain: “He descubierto que no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”. En realidad, no hay que ponerse tan extremo, pero lo que viene a decir es que sí, en un viaje sale todo lo bueno y lo malo de uno mismo y más vale estar preparado para afrontarlo

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Me gusta ver los viajes como esos periodos de tiempo donde además de disfrutar como una niña con sus regalos de cumpleaños, las cosas que me suceden se concentran. Nos exponemos de golpe a conocer gente, superar situaciones complicadas, encajar determinados comportamientos en nuestra forma de ver el mundo, a planificar el tiempo, las visitas, a juzgar lo que ven nuestros ojos, a tener que elegir a qué ritmo ir, a adaptarnos a quien tenemos al lado, a elegir qué ver o qué hacer… en definitiva, a muchas situaciones que en la vida normal se “esparcen”, digamos, a lo largo de los días; con lo que resultan mucho más fáciles de digerir. Ahí es donde yo creo que está la clave, donde el compañero de ruta se convierte en cómplice o por el contrario, no. E igual empiezan los problemas.

Más vale sola…

Para mí, una prueba clara para comprobar si coincido o no con alguien cuando viajo es analizar cómo es el último día de periplo. En esta jornada es como si somatizara todo el bajón, cansancio y ajetreo y suelo estar demasiado sensible, además de sin voz –tengo un problema en las cuerdas vocales- y visiblemente agotada. Ahí es cuando alguien con quién conecto me da fuerzas y alguien con quién no conecto, me resulta incómodo. De ahí que en muchas ocasiones haya optado por viajar sola. De ese modo te evitas el mal trago de pasar momentos que te incomodan, además de hacer lo que quieres sin necesidad de depender de otra persona. “Más vale sola que mal acompañada”, vale. Y yo añado: “más vale sola que no ir”.

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Uno de los riesgos es pensar que cualquiera de los amigos que tenemos vale para viajar con nosotros y la verdad, no es así. En mi opinión, puedes tener un amigo del alma con el que no congenies a la hora de viajar. Porque vuestros intereses difieren, porque carece de algo que te resulta imprescindible a la hora de conocer gente o porque ve los viajes de una forma diferente a ti. Es algo parecido a la convivencia. Hay amigos con los que no conviviría, aún compartiendo mucho tiempo, aficiones e intereses en mi vida.

 La mayoría de la gente viaja con su pareja y creo que no hay mejor manera de saber si lo que tienes funciona o no. Recuerdo que me sorprendió leer una noticia que aseguraba que la mayoría de las relaciones se rompen después del verano, porque este supone el tiempo suficiente para que los integrantes de la pareja se den cuenta de que ya no tienen cosas en común o lo que es peor… que ya no se soportan.

Viajes, conectar personas

Hablo de esto porque desde luego un viaje es también una maravillosa forma de conectar -o desconectar- con alguien. Si para muchos un buen novio/a es alguien que le hace reír o alguien que te comprende en tu totalidad, para mí también lo es alguien que sabe llevarte al viajar, que no te sobra nunca, que te soporta hasta el último día cuando ya no tienes voz ni higiene ni ganas ni de volver, bajón incluido. Alguien que cede por algo que sabe que te va a hacer ilusión, que se sincroniza sin apenas planearlo, que te da la paz que necesitas… o la marcha; según necesites.
Es, a nivel general, alguien con el poder de anular la posibilidad de controversia porque él/ella mismo/a es la razón o el impulso para que el conflicto nunca aparezca. Que se funde contigo; que te permite, de alguna forma, alcanzar lo mejor de viajar sola –estar abierta al máximo al destino por la confianza que supone el contacto con la otra persona- y lo mejor de estar acompañada -¡es de carne y hueso!-.

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La idea de escribir este post surgió al responder una pregunta de un test que yo misma ideé: ¿Cuál es el viaje en el que piensas y te sale inmediatamente y de forma irremediable una sonrisa? La respuesta es San Petersburgo. Volví a imaginarme recorriendo la maravillosa Avenida Nevski, maravillándome con la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada y recordé lo bonita que estaba la ciudad al anochecer. Pero realmente pensé que la razón de esa sonrisa inmediata fue la compañía de aquel viaje.

Fue Isabel, una de mis mejores amigas de Asturias, tierra que dejé a los 18 años. Volver a disfrutar de ella una semana entera, noche y día, fue un viaje en sí mismo y desde luego, tiempo después es una de las cosas que más añoro. Hemos vuelto a hacer pequeñas escapadas y haremos muchas más, lo sé, y agradezco esos momentos muchísimo porque me dejan recuerdos muy valiosos. ¡Bendito poder de los viajes, también ese de acercar a la gente!

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A todos ellos

Por último, me gustaría hacer alusión a un grupo de acompañantes importantes, vitales, en lo que han sido mis viajes. Son esas personas que encontré por el camino, locales u otros viajeros, y que aportaron su granito de arena para que las cosas fueran como fueron. Ellos son mis viajes, también, y les recuerdo a menudo cuando pongo en claro mis ideas sobre esta, la afición que más me ha dado.

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CompisRuta

Desde Ana, que encontré de camino a Machu Picchu y que de vez en cuando aún hoy todavía intercambiamos algo de cariño –aunque sea vía Facebook-; el joven universitario con quién me tomé un café en Arequipa (Perú); otro chico relaciones públicas que me contó sus sueños en Puno (Perú); los jóvenes italianos que compartieron trekking y confidencias con nosotros en Tailandia; la mujer que regentaba el hostel donde nos quedamos en San Petersburgo, que nos despidió con un abrazo; a la mujer que me ofreció su comida y conversación en un tren que nos llevaría de vuelta del volcán del Bromo (Indonesia); a Silvina y… el joven chileno que nos envolvieron con el calor latino en Capadocia; a Natalia, uruguaya, por acompañarme con una conversación de esas que te rejuvenecen, en el día que me embarqué en solitario por Turquía; al propietario del bar Sultan, en el centro de Estambul, por la agradable conversación y la invitación a volver a una de las ciudades que más me han maravillado…

A todos ellos.


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