Revista Diario
Hace un par de días, a través de Formspring, me preguntaron si había tenido diferencias de criterio con mi marido en la crianza de mi niño. Dado que la respuesta me parece interesante, he decidido dedicarle una entrada al tema.
Como le adelanté a la persona que me lo preguntó, tengo la inmensa suerte de poder decir que no, que no hemos tenido diferencias de criterio a la hora de criar a nuestro hijo en estos casi 16 meses que tiene. Y algo me dice que no los tendremos más adelante; somos esa clase de pareja que compartimos opinión en prácticamente todo, desde gustos y aficiones hasta cosas más importantes, como es la familia.
Realmente no lo encuentro meritorio, cuando nos encontramos, ambos teníamos bastante claro lo que buscábamos en una pareja para formar una familia y eso facilitó mucho las cosas. Yo por mi parte tenía claro que había cosas banales que no me importaban para nada, pero que en los valores y principios de vida tendríamos que estar de acuerdo. Y, aunque hemos peleado por chorradas realmente absurdas en estos años juntos, en lo fundamental no hemos tenido ni que ponernos de acuerdo, no había nada que discutir. Se puede decir que ambos sabíamos con quien nos casábamos.
A mi marido le interesa mucho la crianza del niño. A menudo intercambiamos enlaces de artículos, estudios, entradas de blogs... y es muy frecuente que charlemos sobre maternidad. De hecho, él me animó enormemente a empezar a escribir este blog y ha sido un gran apoyo para mantenerlo, aportándome ideas, consejos y llevándome la "parte técnica". Así que en él no se cumple para nada eso que se dice de que los hombres son más pasotas en los temas de niños.
No me planteo cómo sería si no estuviéramos de acuerdo en temas importantes de la crianza. Me imagino que supondría un conflicto muy importante, habría que ver en qué condiciones se produciría, pero pienso que es un tema lo suficientemente importante como para que el no existir acuerdo pudiera poner fin a la relación.
Se me viene a la cabeza el tema del colecho, donde me consta que algunos padres han puesto el grito en el cielo. Mi marido ha sido el primero en coger al niño de la cuna y meterlo en la cama, sin saber siquiera que eso tenía nombre. Y ahora que hemos acabado durmiendo con él todas las noches, no ha hecho falta consensuar que es como vamos a dormir en una buena temporada, se da por hecho. Vamos, es que por las noches casi que nos peleamos por achuchar al niño, a ver quién lo estruja más rato y más cerca, ¡es que está tan esponjosito que da gusto!.
Creo que la principal diferencia entre ambos, y no sólo en lo que a la crianza se refiere, es que yo soy más preocupada y él más relajado. Pero lejos de considerarlo un inconveniente, lo encuentro una ventaja. Convivir con un señor histriónico (tipo Woody Allen, que me encanta, pero en el cine) para una persona nerviosa como yo sería para volverme loca de remate. Y para una persona relajada como él, convivir con una mujer con horchata en las venas le llevaría a la desidia total. Así que creo que en esto tenemos un buen equilibrio.
Para mi esto es un lujo, me da paz y tranquilidad. En otros temas no estoy tan contenta (por ejemplo, es un desastre dándole de comer, vistiéndole, acordándose de las citas médicas o de cambiarle el pañal y demás intendencia), ¡nadie es perfecto!, pero en esto estoy encantada con la armonía que tenemos.