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Hoy hay muchos jóvenes sin trabajo, con energía y conocimientos académicos suficientes, encantados de trabajar en cualquier reconocida empresa con salarios y horarios casi ofensivos o incluso colaborar gratis “junto o cerca” de sus maestros o líderes, aunque sea a costa de no trabajar por y para ellos mismos… Ni que decir tiene que hay muchos alumnos que son mejores que sus “presuntos maestros”, aunque sea feo comparar…
Compartir no es malo, en sí. Compartir es dar lo mejor de uno mismo (que al fin y al cabo, es un Don divino y gratuíto, llámale como quieras) en una buena causa y mejor si es para mejorar la vida de alguien más o el mismo mundo. Pero el bíblico “que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha“, o sea la discreción, la libertad y la buena voluntad deben imperar. Cuando detrás del compartir hay vanidad, enriquecimiento ajeno o abuso y engaño por un lado y buena fe, exceso de pasión y/o necesidad por el otro, compartir se convierte en una práctica y/o adicción peligrosa, de la que muchos viven mientras otros mueren…
Ha llegado un momento en mi vida en que los bienes materiales han dejado de tener el peso que tenían en mi vida. El dinero es un medio, nunca un fín. Y eso me invita a compartir todo lo que soy y tengo, con los demás, sobre todo con los que lo necesitan y me lo piden. Nunca he dejado a alguien sin haberle prestado ayuda o atención, aunque no no me pagara por ello o no alcanzase mis honorarios. Todo es negociable. Pero dar gratis o regalar es una manera de que la gente no valore todo lo que hay detrás, es decir tu experiencia, tu talento, tu tiempo y, sobre todo, tu libertad para hacerlo, cuando y como quieras… Luego, el Universo te lo agradecerá -lo que uno da, se lo devuelve con creces-, pero mientras Telefónica, Hacienda, Agbar o Endesa, no entienden de solidaridad ni de solo buenas acciones…