Compartir la mesa
Algunas veces suceden cosas inesperadas de mundo al revés. Crees que los alemanes son tímidos, algo paraditos, sin impulso y te la envainan. Me explico. A nadie se le ocurriría en España sentarse en una mesa ya ocupada. Da igual si una única persona ocupa una mesa para cinco, te aguantas de pie hasta que queda una libre.
Es tan de cajón, lo tenía tan asumido, que la primera vez que compartí mesa con extraños en Berlín me pareció un atropello. Estaba escuchando música electrónica con mi hermana en un bar muy trendy de la Kastanienallee. Hacía calor, bochorno, y nos sentamos en la mesa más cercana a la calle junto a una ventana abierta, era la típica mesa alta, incómoda y estrechita para estar de pie, por suerte había sillas. De repente dos chicas se acoplaron. Fue visto y no visto. Sin un “Hallo!” ni media frase, ni una sonrisa, ni un “¿está libre?”.
Ese gesto sorprendente nos dejó con la boca abierta como peces en una pecera sin oxígeno. Llevo media vida poniendo la oreja sin pudor en todas las conversaciones que mantienen mis compañeros de vagón en el metro, es irremediable, casi no hay espacio y es parte de mi esencia madrileña: las dos horas bajo tierra de casa al trabajo y vuelta del trabajo -universidad o escuela- a casa nos inducen a cotillear, pero ¿a quién se le ocurre cortar la conversación de otras personas sentadas a una mesa?
Entre la extroversión de los españoles y la timidez de los alemanes hay múltiples matices. Me pregunto si el Oktoberfest no tendrá algo que ver con eso. Los Biergarten tienen mesas corridas y bancos en vez de sillas, están concebidos para compartir la mesa y ésta es un espacio público, al servicio de todos. Esa fórmula de mesas compartidas está penetrando en España. ¿Nos gusta?
He encontrado comentarios muy interesantes en 11870, una web de opiniones de restaurantes -al igual que HolidayCheck es de hoteles- donde por ejemplo Fernando Encinar dice del Restaurante japonés Komomoto: “El local, amplio, tiene esas mesas corridas del demonio donde además de no tener respaldo -acabas con la espalda machacada- comes con gente que no conoces de nada. Nunca he entendido el buenrollismo que se supone que se esconde detrás de esta moda diabólica pero no la soporto”.
¿Será que la comida es nuestro momento íntimo favorito?, ¿aquel en el que ponemos a caldo a los compañeros?, ¿aquel en el que confesamos todas nuestras obsesiones?, ¿aquel en el que necesitamos no comer sino engullir cariño y complicidad de nuestros amigos? ¿por eso no es bienvenido cualquiera? O quizás no somos tan abiertos, tan majos y extrovertidos. Keine Ahnung...