Uno de los placeres de la lectura, según dice Pennac en uno de mis libros de cabecera, consiste en compartir lecturas, en hablar sobre lo que leemos. Creo que sucede lo mismo con las series o películas que nos gustan mucho, o con los lugares que visitamos en un viaje. Sentimos la necesidad de compartir lo que amamos, de contagiar lo que nos apasiona. Y cuando lo hacemos, el placer es indescriptible. Prestar libros a amigos y esperar sus caras tras la lectura; recomendar libros a alumnos y que de pronto uno te diga “este libro me partió la cabeza”; regalar libros que leíste y que te digan que era justo lo que necesitaban o armar un grupo de lectura y sentir que no leés solo, que te acompañan y te impulsan los otros.
Y después releer, desde los ojos del otro. Y descubrir cosas nuevas, que no habías visto, que pasaron desapercibidas para vos. Y si en el medio hay un café, un té o un mate, creo que por ahí está la felicidad.
La maravilla del libro es que nunca se termina de leer, especialmente si nunca se terminan los afectos con quienes leer y compartir lecturas, y cafés.
(El libro de Pennac, claro, es Como una novela, y se los recomiendo).