Revista Educación

Compás de espera (dueto)

Por Juancarlos53
Compás de espera (dueto)

Mucho se acordaba de sus padres, de lo que en España ya desde niño, pero sobre todo de joven adolescente le contaron sobre su nacimiento. En mitad de las refriegas, de los sonidos atronadores, deseoso de abstraerse y en búsqueda del sosiego necesario para intentar dormir, se perdía mentalmente en lo que ellos, sobre todo Alfredo, su padre, le habían relatado. Javier procuraba atrapar los recuerdos entre un bombazo y otro; lo conseguía en ocasiones, pero muchas otras veces ni por soñación lo lograba. Sin embargo, en esta oportunidad…

Desde el principio las señales fueron difusas. Es más, puede que hasta los mismos encuentros amorosos se viesen viciados de origen. Me preguntaba: ¿Es normal hacer el amor movido por ideas y finalidades preconcebidas? El deseo de convertirnos en padres nos había llevado a tu madre y a mí a concebir los apareamientos cual si fueran mecánicos y necesarios estadios para alcanzar ese ansiado fin superior. Los sucesivos fracasos convirtieron lo que debía de ser placer, morosidad, deleite y entrega mutua en una inoportuna y desagradable papeleta que había que cumplimentar.

—Alfredo, acabo de tomarme la temperatura basal y estoy en plena ovulación —clamó desde el dormitorio Noelia con tono perentorio.

—¿Pero no me dijiste ayer que este finde podríamos descansar? —respondí algo molesto desde mi mesa de trabajo, donde en el ordenador jugaba al Age of Empyre, juego que me tenía absorbido el seso, y en el que en ese momento me afanaba por lograr pasar la ventana de la conquista de China.

Parecía que los impactos de los misiles rusos se espaciaban cada vez más. Su secuencia de caída era cada vez más dilatada. Asimismo, la respuesta ucrania se demoraba. Este cambio de ritmo, paradójicamente devolvió a Javier de su evocación a la cruda realidad; no obstante, algo por el cansancio, y también por la levedad del ataque, al poco la tranquilidad volvió a adueñarse de él. Mentalmente escapaba a España…

Si admito la verdad, diría que estaba tomándole cierta repulsión a la coyunda, y mira que, de siempre, en el grupo de amigos calzarme a todo bicho viviente con faldas fue mi incentivo vital, mi razón de vivir. Sin embargo en esa tesitura, con el cientifismo llevado a la cama a lomos del denominado método de la temperatura, tan de moda en el grupo de amigas de Noelia, tu madre, para mí follar se había convertido en una condena a trabajos forzados. No sólo el placer había mutado en trabajo forzado, sino que, además, suponía un auténtico examen personal, cuyo inapelable resultado se conocía apenas dos semanas y media después del coito. Si el óvulo quedaba sin fecundar o, como ya nos sucedió en un par de ocasiones, quedaba huero (mucho más doloroso aún, pues el engaño duraba más tiempo), Noelia y yo entrábamos en una fase de interrogantes silencios y culpabilidades dolosas. Así, nos dijimos, no podemos continuar.

Malena, íntima amiga de mamá, un día nos  habló de ‘Gestclinic’, un centro de planificación familiar que atendía a parejas o a mujeres sin ella, que infructuosamente llevaban tiempo buscando quedarse embarazadas. Malena nos dijo que ella y Luis, su marido, cuando pasaron por lo mismo que nosotros, acudieron allí y ahora tenían una parejita de nenes guapísimos, un par de gemelos.

—Deberíamos de probar con la fecundación in vitro —me comentó un día Noelia—. ¿Qué opinas, Alfredo?

—Tú ya sabes, Noelia que yo estoy abierto a todos los escenarios. A mí ser padre me hace ilusión y verte a ti, feliz, convertida en madre, me encantaría. Vamos, que sí, que cuando tú quieras.

La pausa acabó y de nuevo el fuego de mortero y los estallidos provocados por los drones se impusieron. Javier salió de su ensueño, regresó a su realidad. Una realidad que muchos de sus amigos y familiares desconocían al no haber querido él dársela a conocer. Tras los primeros gestos de solidaridad española con el pueblo ucraniano, Javier no se conformó con acudir hasta Leópolis para rescatar a mujeres y niños trayéndolos hasta España. No, él, en su segundo viaje hasta allí, viendo cómo iba el conflicto decidió apuntarse a la Legión Internacional para la Defensa de Ucrania. Sus 28 años, perfecta salud, buena forma física y experiencia adquirida en el ejército español durante los siete años que fue soldado profesional le abrieron totalmente las puertas de la LIDU. Pero, claro, no todo era tan bonito como lo pintaban en el centro de reclutamiento. Entre otras cosas la guerra parecía ahora un conflicto interminable. Javier sólo conocía breves descansos, mínimos momentos de compás de espera que él había aprendido a aprovechar. Una vez más el silencio se adueñó del espacio, y nuevamente la cabeza del joven legionario español escapó de la zona de combate donde físicamente se encontraba…

Noelia y Alfredo, en cuanto decidieron acudir al Centro de Planificación Familiar, perdieron la tensión emocional que arrastraban desde hacía meses, si no años. Ingresaron en la tranquilidad amatoria propia de cualquier pareja. No hacían ya tanto el amor, claro, no tenían que saltar a la cama dejando cualquier cosa que tuviesen entre manos, pues el bien superior del ansiado bebé primaba sobre todo lo demás. Ahora sus relaciones sexuales eran más naturales, surgían de manera más espontánea y se centraban en su propio disfrute sin ulteriores finalidades.

Entre visitas a ‘Gestclínic’, varios períodos de tratamientos hormonales, exámenes diversos, extracción de óvulos y de esperma, estudio de la compatibilidad genética entre ellos dos, toda una panoplia de pruebas necesarias y la espera de los resultados de cada uno de los muchos exámenes que les hicieron —así se lo habían contado a Javier— pasaron casi dos meses y medio. Fue entonces que los médicos de ‘Gestclinic’ lograron fecundar cuatro óvulos de Noelia.

Tras este primer paso acordaron, antes de proceder a la implantación de los embriones en el útero de Noelia, dejar que en laboratorio los mismos evolucionasen celularmente y que las fases de mórula, blástula y gástrula ocurriesen en un medio estéril muy controlado. Vamos, que antes de que los ginecólogos realizaran la transferencia de los embriones, pasaron cuatro o cinco días desde la fecundación.

Alfredo aguardaba en una sala de la clínica a que las maniobras de los facultativos en las entrañas de su querida Noelia concluyesen. Le dijeron que la cosa sería rápida, que no demoraría más de unos quince minutos; sin embargo, ya llevaban —o eso pensaba él— como poco, más de una hora. El tiempo se había congelado en una especie de compás de espera que, parecía, nunca iba a concluir. Por fin, se abrieron las puertas de la sala y apareció Ana, la ginecóloga encargada de la transferencia, que con gesto neutro exclamó:

Compás de espera (dueto)

—¡Sorpresa, Alfredo! Cuando hemos accedido a la matriz de Noelia para implantar los embriones nos hemos quedado boquiabiertos. Allí, desarrollándose, ya debidamente implantado, tu mujer tiene un embrión propio, ya casi un feto pues tiene todos los caracteres propios de los mismos a partir de las ocho semanas. Enhorabuena, pues, Alfredo, veo que habéis aprovechado muy bien el impás a que os hemos tenido sometidos.

El tableteo de una ametralladora próxima sí que fue una sorpresa para Javier que de este modo salió bruscamente de su ensoñación. El mundo real se le vino encima. Hubo de refugiarse, junto a otros miembros de su batallón, en una de las casas en ruinas de la devastada ciudad. Quizás —pensaba en su huida,  ¡así de absurdo era todo!—, si lograba mantener la vida, encontraría una explicación lógica al relato de sus padres, ahora no sabía si fantasioso o inventado por ellos para él.

—Pero qué imaginación tan calenturienta tienes, Alfredo —me dijo Noelia mientras intentábamos que te durmieses tras tu último biberón del día—. Sé que esta historia que me acabas de contar es puro entretenimiento para dormir a Javier y al tiempo evitar nosotros quedarnos dormidos. Habría sido imposible que Ana en los días de extracción de los ovocitos y de la punción de los folículos no hubiese advertido el embarazo que tú has imaginado. La ficción se te da bien, en especial la ciencia ficción, o mejor, como dicen los creadores americanos de contenidos audiovisuales, la fantasy fiction.

—Jo, me has descubierto, Noelia —le contesté—. Pero no me dirás que no te sirven mis locuras y ensoñaciones para llenar los tiempos muertos que, ya desde antes de nacer, Javier nos procura, ¿eh? A propósito, cariño, tengo una duda, ¿finalmente acudimos o no a Gestclinic como sugeriste, hace ya casi un año, antes del nacimiento de nuestro hijo?

Mientras, en racimo, siguen cayendo las bombas sobre mí y mis compañeros. En cuanto la lluvia de fuego cese y pause el fragor, volveré a pensar en ellos, en mis padres, en Noelia y Alfredo, que tanto afán pusieron en tenerme, en procurar que yo llegase a este mundo. Incomprensiblemente, yo me empeño en largarme de él. ¿Por qué? ¿Serán mis veintiocho años de vida mero compás de espera entre una y otra nada? Quizás, en algún momento álgido de esta contienda encuentre una explicación válida a este contrasentido.


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