Revista Cultura y Ocio

Competitividad – @_vybra

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

De niños, a todos nos decían que lo importante era participar. ¿Recuerdas?
Nuestra inocencia hacía que, en un principio, así lo creyéramos y nuestros rostros se iluminaban frente a la derrota y saltábamos felices mientras abrazábamos a los vencedores. Hasta que un día, algunos antes que otros, probamos la miel de la victoria. Con ella, saboreamos la dulzura que deja en los labios el no ser consolado con la frasecita de ánimo de siempre. Ese día, empezamos a hacernos mayores.

Fuimos creciendo y la inocencia no era incompatible con ser el pichichi de la liga, quien corría más en clase de gimnasia, la chica del cabello más bonito, el chico más alto o quien más palabras por minuto leía; y nos fuimos convirtiendo, poco a poco, en los adultos que ahora somos. Construyendo, entre todos, un mundo en el que los mejores lo son por méritos propios, pero también por hacerle pequeñas, o enormes, zancadillas al resto.

Por desgracia, nos hemos acostumbrado a ello y vemos como algo habitual escuchar que tal persona hizo trampas en un examen, que un atleta recurrió al dopaje o que para brillar no ha importado ayudar a que otro se apagase.

¿Competitividad? Para mí no lo es. Quizá esté equivocada, pero para mí una competición es una “lucha” entre personas en igualdad de condiciones y rara vez es así.

Podría poner miles de ejemplos, pero las redes sociales son el fiel reflejo de una sociedad que agoniza por egoísmo.

Es sencillo, tan solo basta sentarse y observar cómo algo tan irreal como Twitter refleja fielmente el mundo en el que vivimos.
Ya ves. Aquí, en 140 caracteres, encontramos chistes, poemas, metáforas y erotismo, entre otras muchas cosas.
Pero también, en el mismo formato, encontramos humor cruel, ofensas, insultos y… competitividad a raudales.

Todos hemos escuchado, hemos sido testigos o incluso sufrido la parte oculta de Twitter. Esa de la que se habla en “petit comité” en esos mismos DMs que sirven para cualquier cosa. En ellos, como si de una caza de brujas se tratase, alguna cabeza pensante decide hablar de algo que ha escuchado porque le ha contado alguien, que a su vez ha sido informado por… ¡Bah!, eso da lo mismo. Encendida la mecha solo queda esperar que todo explote y, como buenos estrategas, permanecer protegidos en nuestra parcela de aparente superioridad.

En serio, es de risa cuando cuentan que en un grupo de, a mi parecer, imbéciles se ponen de acuerdo en no hacer retuits a una cuenta en concreto con la única intención de que no consiga más seguidores que ellas/os.

Pero eso no es todo. La rumorología es el pasatiempo preferido de la mayoría, así que a saber cuántos de nosotros nos hemos sentado, sin saberlo, en el banquillo de los acusados del jurado de la santa hipocresía. Allí, sin defensa posible, se juzga por dimes y diretes, por antipatía o simpatía, o por pura conveniencia. Y sí, hipocresía, porque la de veces que he sonreído yo tras enterarme de que alguien que decía valorarme me ponía fina inventándome algún falso romance o algún enfrentamiento del que jamás he formado parte.

Pero eso tampoco es todo, faltaría más. No se respeta nada, o casi nada, bajo la premisa de que Twitter es público… Así que parece ser que eso da carta blanca para hacer públicas capturas de conversaciones privadas y si están manipuladas, mejor que mejor, ya tenemos carnaza y parece que a nadie le importa pararse a pensar que, detrás de eso, hay personas. Así que, lanzada al mar la presa, tardan segundos en aparecer los tiburones.

Se airean con poca delicadeza rupturas amorosas, relaciones sexuales, discusiones… Todo vale con tal de ganar seguidores y seguramente solo saben la verdad dos personas, pero cuatrocientas se atreven a juzgar y lapidar en público a quien consideran el malo; y vanagloriar a quien parece ser el bueno sin pararse un segundo a pensar que puedan estar equivocados. No importa, eso en Twitter no importa y como dice el refrán: “Quien no tiene padrino, no se bautiza”, por lo que importa mucho más tener “apoyos” que decir la verdad.

Supongo que esa parte es la más fea de Twitter, pero la falta de honestidad y sinceridad va más allá. La vemos a diario, en pequeños gestos que apenas apreciamos.

No sé, a mí llamadme tonta, pero concibo Twitter como una página en la que escribir lo que te plazca y compartir lo que te venga en gana. Por ello, comparto tuits de gente que sé a ciencia cierta que no soporto, de otros que ni siquiera sigo y jamás miro cuántos seguidores tienen, sobre todo porque no controlo ni los míos. Pero algunas personas no y, pese a no gustarme, están en su derecho y el interés guía cada paso que dan.

¿Quién de nosotros no conoce una cuenta que por cada retuit que le hagas recibes el mismo número de retuits? Nunca falla. Jamás te leen, pero basta que te acerques a su cuenta para que recuerden tu @, qué divertido caso de amnesia…

Esas cosas, me resultan hasta divertidas y he de confesar que varias veces he recurrido a ellas tan solo para comprobar mi teoría. Ya veis, tonta soy un rato largo… y me río.

Menos gracia me hacen aquellas que no solo no hacen retuit de unas letras merecedoras de tenerlos, sino que se toman la libertad de coger sus letras, modificarlas ligeramente y soltarlas como propias y, al no ser iguales, poder defenderse ante la acusación de plagio.

También hay quien plagia a la descarada omitiendo tan solo el @, pero sin modificar puntos o comas e incluso alguna falta de ortografía.

Como contrapunto, quien no plagia y por escribir algo similar recibe el aluvión de críticas y, de nuevo, todo depende de si tiene padrino… triste.

Destacable es también la falta de compañerismo. Esto me sorprende negativamente, ya que no concibo que personas que forman parte de la misma página de publicaciones o proyectos sean tan pésimos compañeros. Tengo claro que nadie puede obligarte o decirte lo que tienes que publicar en Twitter, pero algunas personas rozan el absurdo cuando publican sus cosas y hacen caso omiso a sus compañeros. A mí misma me ha ocurrido y, sin decir nombres, ya que no es mi estilo, he visto cómo “compañeros” han compartido mismo día de escritura conmigo y se han limitado a publicar su texto, no vaya a ser que por publicar el del resto vayan a leerle menos. Patético. Eso sí, cómo les gustan esas cosquillitas que sienten cuando le llegan los halagos por su texto.

Es inevitable, soy humana, y a veces me dan ganas de comportarme como el resto, pero por fortuna, para mí, si algo detesto es imitar a personas que para mí jamás serán ejemplo.

A veces creo que Twitter, más que una red social, es una lista de pecados, capitales o no. Aquí encontramos envidia, pero también la prepotencia en quienes se creen más que otros por su número de seguidores y tal vez sea yo que no me entero de nada, pero debe ser que por cada seguidor se recibe un salario y que queda de lujo en los CV poner el número de seguidores de Twitter, Instagram o cualquier otra.

Imagina, qué tontería se me ocurre, que quizá algunos van a ligar y, en vez de preguntarte si estudias o trabajas, te preguntan el número de seguidores; que te invitan a la audiencia del rey cuando pasas de 5000 y que, si no llegas a 100 antes de un mes, te quedas sin beneficios…

Es de risa, ¿verdad? Pues si es tan ridículo, por qué esa tendencia a endiosar a auténticos gañanes que han hecho del insulto un dogma o a aquellos que se ha demostrado claramente que utilizan la polémica como recurso literario o sinónimo de inteligencia. La respuesta es sencilla, pero no por ello menos absurda. Por sus seguidores.

A algunos/as los imagino (sí, soy así de lerda), sentados/as en el trono en el que todos nos sentamos, con los pantalones en los tobillos y buscando en su cabecita, entre apretón y apretón, qué tema de actualidad será hoy el de sus tuits; un apretón y veo quién ha muerto, otro y a quién han encerrado, el último y quién ha sido ridiculizado… para, antes de limpiarse el ojete, tener su plan de estrellita mediática bien estructurado. Ya limpio/a, al lío… y, sin importar sentimientos, a hacer chistes o juegos de palabras sobre muertos o a dar caña al famosete de turno hasta hacerlo viral, sin olvidar poner captura de su block.

Pero no todo en Twitter es malo, para nada. Es fascinante descubrir cuentas pequeñas y grandes que viven esto de manera “sana”. Son muchas, que la pestilencia de lo turbio no te impida verlo, y tras muchos @ hay personas que disfrutan leyendo y compartiendo, que siempre tienen una palabra sincera que regalarte o que te demuestran, a diario, que no te siguen “a cambio de”, sino por “el placer de” tus letras, tu música, tus momentos absurdos o las charlas interesantes en el DM. Y, evidentemente, el placer es algo mutuo.

Seré rara, pero prefiero las cuentas que comparten sin intercambios, que escriben sin plagios, que sus letras son fiel reflejo de quien te saluda en privado y que mis DM no estén llenos de estrategias de puteos, saludos interesados y juicios amañados.

Si algo he aprendido es que esta virtual red social refleja a la perfección la vida real y aquí, como en la vida, debes elegir bien de quién te rodeas y con quién compartes o, en ambas realidades, acabarás apestando.

Al fin y al cabo, tú decides.

P. D.: Quizá en esta parte debería ir una nota en la que pido disculpas a los posibles ofendidos, pero no voy a hacerlo.

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