ELLA
Cinco, cuatro, tres, dos, uno… inspiro, espiro, veo cómo el humo sale de mi boca con suavidad, ¿clavo el puñal?
He dejado a Carlos mirando el congelador y me he venido a fumar un pitillo de liar al balcón. Cuánto me gusta esta casa. Cualquier día compro una mecedora de esas de las pelis del oeste y me siento a ver atardecer mientras cantan los cuervos. Si no llego a retirarme a tiempo, ahora mismo estaríamos gritando ambos, y no, yo por ahí no paso. Esta batalla la voy a ganar yo, pero a mi manera.
Carlos, maldito hijo de puta encantador. Bajo esa pose de hombre dulce, considerado y elegante, se esconde un verdadero depredador. Y eso me vuelve loca por él. Y ayer, ayer fue sublime. Los preparativos, el plan, la búsqueda, la elección de la presa, aquella chica preciosa, delicada y confiada, tan llena de vida, la caza. Y el sexo de después.
¿Y ahora me viene con dudas?, ¿con que no sabe qué vamos a hacer?, ¿con que “la hemos jodido, nena“?, ¿con que “no volveremos a hacerlo más“?
Cinco, cuatro, tres, dos, uno… cinco, cuatro, tres, dos, uno… cinco, cuatro, tres, dos, uno… inspiro, inspiro, inspiro, inspiro, guardo el aire, espiro…
“Lo primero es lo primero, Carlos“, eso le diré. “Abre el congelador, tenemos que deshacernos del cuerpo, cariño“. Sí, le calmaré con palabras de amor. Armas de seducción para domar la bestia herida. ¿Descuartizar?, ¿enterrar?, ¿cal viva?, quién sabe, qué más da.
Y luego, ganar la guerra.
Cinco, cuatro, tres, dos uno… inspiro, espiro, veo como el humo sale de mi boca con suavidad, me acerco a Carlos, que sigue esperando junto al congelador, le acaricio, le sonrío de momento, sólo de momento, y bajo la manga escondo el puñal.
ÉL
Mírala, era preciosa. Era perfecta. Su cuerpo es de una belleza estremecedora. Y como se entregó, como me gustó follarla, saborearla mientras oía sus gemidos, mientras notaba su respiración. Oh, Melisa, qué poco sabes de todo lo que pasó ayer por mi cabeza. Por unos instantes, largos, contenidos, en los que pareció que el tiempo se detenía, estuve a punto de matarte a ti en vez de a la chica. La habría poseído unas cuantas veces más mientras tú yacerías en este congelador, y no ella. Mierda. Las imágenes del sexo se ven manchadas por la sangre que cubre las sábanas de nuestro cuarto. Tengo que quemarlas. Y Melisa allí fumando, con su pose de mujer elegante siendo una cualquiera, de Holly Golightly, haciéndose pasar por clase alta y refinada. Mierda. Sí, la casa es cojonuda. Sí, nuestro sudor nos ha costado y nos cuesta aún mantenerla.
Mírala, era preciosa. Podría haberme enamorado de ella perfectamente. Su risa de unas horas atrás resuena en mi cabeza, melodía que se repite hasta desesperarme. Cedió a nuestro juego, nunca había hecho algo así, pero le parecimos una pareja genial. Una pareja genial. No ha oído cómo nos gritábamos hace unos instantes, pero claro, ella prefiere largarse antes que resolver nada. Vendrá en unos minutos y me preguntará: “¿qué, ya te has decidido?” En el estante de encima del congelador todavía está la llave inglesa manchada de sangre que dejé aquí. Un golpe asestado en el momento preciso y dos cuerpos de los que deshacerme. Poco imagina ella que en mi cabeza no estaba matando a esta criatura deliciosa sino a ella. He de reconocer, sin embargo, que por muchas fantasías que me invadan ahora, por muchas ganas que tenga de empujarla por el balcón al verla de espaldas… No, no puedo matarla. Claro que, también creí que no sería capaz de matar a la chica y mira, en el fondo, si no fuera por todo lo que ahora me reconcome, lo he disfrutado. Ese poder absoluto. ¿Cuántas veces, después de follar habíamos planeado algo así? ¿Cuántas habíamos hecho planes que no se llevaban a cabo? Hasta ayer. Mierda. ¿¡Y ahora qué, joder!? Deberíamos llevar el cuerpo envuelto en las sábanas a algún descampado y allí prenderle fuego. Lástima, era preciosa.
Melisa apaga el cigarrillo en el cenicero de la repisa. Se gira, me mira, sonríe. Es una sonrisa de esas de “vamos a intentarlo”. El vestido negro le queda tan bien, está bonita, deseable. Una parte de mí se niega a dejar de quererla. Algo brilla un momento bajo su manga a la luz de la lámpara de pie. Cojo la llave inglesa con un movimiento rápido y me la guardo en el bolsillo del pantalón. Ahora intentará seducirme.
ÉL Y EL ODIO
Melisa se acerca, abro el congelador y observamos juntos el horror. Ahí yace, congelado, todo nuestro odio. Cuarenta y siete puñaladas de rabia abriendo su piel y cincuenta golpes de frustración con la llave inglesa en el cráneo. Hemos destrozado juntos la obra de arte de su precioso cuerpo, la hemos asesinado a ella como si nos matásemos entre nosotros. Melisa me miró a los ojos mientras clavaba el cuchillo en el cuerpo inerte, mi primer golpe ya le había aplastado el cerebro. Su mirada me decía con descaro: “Mira, Carlos, así te enterraría el puñal en tu puta carne“. La rabia me nubló la vista al descubrir sus intenciones y volví a golpear, le destrocé el cráneo como si le aplastara la cabeza a Melisa, con todo el odio que he ido guardando durante tantos años de convivencia. ¿No has querido darme hijos? Golpe ¿Te follas a otros? Golpe ¿Estás conmigo sólo por interés? Golpe, golpe, golpe, otro más ¿Quieres dejarme? Golpe ¿Quieres quedarte con todo? Más golpes, sin parar hasta quedarme sin aire y dejar caer la llave inglesa al suelo con un golpe seco, uno más.
Después nos miramos y me sonrió con perfidia. Saqué la polla en semierección del coño muerto de Laura. Se había prestado a hacer un trío con nosotros, un fantástico trío. La estaba follando mientras gemía y Melisa le mordía los pezones. Fue su mirada, su puta mirada la que desencadenó mi rabia. Me dedicó una mirada de medio lado, con el pezón entre los dientes, diciéndome que ella había follado como Laura en otros tríos y que yo ahora estaba haciendo lo mismo en su presencia. Me lo dijo sin palabras, se rió de mí una vez más con la mirada. “Imbécil, te has prestado a esta orgía para que me ría de ti en tu puta cara“. Fue entonces cuando alargué la mano hasta la mesa de noche, sujeté con fuerza la llave inglesa y le abrí la cabeza de un golpe. El golpe debió acabar en la cabeza de Melisa, pero mató a Laura con un certero golpe de frustración. Me miró con miedo, sé que Melisa sintió miedo porque se hizo a un lado de un salto. Buscó el cuchillo bajo la cama, se acercó y asestó la primera puñalada. Inconscientemente, aún la penetré varias veces más mientras ella clavaba el metal mirándome. Y fue entonces cuando me detuve a observar la barbarie y sin salirme en ningún momento de ella la destrocé a golpes bajo la atenta mirada de Melisa. Si algún día me juzgan, en mi defensa diré que me lo ordenó todo con la mirada.
Me sonrió satisfecha, saqué la polla aún en semierección y en lugar de matarla también a ella dejé caer la llave inglesa al suelo en un gesto de clara sumisión. No me besó, me hizo una mamada, recuperé la erección y follamos salvamente en un charco de sangre. Mi venganza fue ponerla a cuatro patas y penetrarla por el culo hasta correrme en su interior. Entró con facilidad, la humedad de su coño había lubricado su culo. Ese culo que nunca me dio y que estaba acostumbrado a ser follado por otros. La follé por detrás con la misma facilidad que por el coño y nos corrimos a la vez. La cama era una mezcla de sangre, fluidos vaginales de su fuente y semen de los restos de mi corrida. Lo habíamos hecho y había sido el mejor polvo de nuestra jodida vida. Morbo post mortem. Sadismo. Dominio. Locura. Cinco, cuatro, tres, dos, uno, orgasmo.
ELLA Y EL AMOR
Carlos es un jodido imbécil. Yo solo quería que me demostrase que me quiere por encima de todo, y mira cómo hemos terminado.
Parece que fue ayer cuando acariciaba mi mejilla y frente al mar en una noche de verano me prometió amor eterno. Han pasado once años, once, y yo sigo bebiendo de sus labios sus te quieros aunque sean falsos. Le quiero tanto, joder…
Sus ojos, su mirada, sus jodidas manos, su boca. Joder, su boca… Nos besábamos como si se fuera a acabar el mundo mañana. Me volvía loca, me hacía invencible acurrucada en su pecho. No imagino mi vida sin ti, cariño mío. Navego a la deriva si no son tus brazos los que me rodean. Soy botella sin mensaje sin el arrullo de su voz para dormirme.
Descubrí qué es el amor gracias a ti. Soy una yonqui de tus latidos, de tus jadeos, de tus gritos cuando te corres. Yo solo quería jugar. Y en el amor todo no vale. Prometimos no prohibirnos, irnos cuando uno de los dos sintiera que no hacía feliz al otro. Y aquí estoy, agarrada a la tabla de este naufragio llamado desidia por tu parte. Y no me voy, no tengo el valor de hacerlo. Te quiero a mi lado. O me echas, o me quedo por siempre abrazada a la sombra de lo que fuimos, no me importa. Pero contigo.
No voy a permitir que te enamores de otra, amor. Lo siento, pero esta guerra la gano yo.
Cinco, cuatro, tres, dos, uno… te voy a hacer amor eterno, cariño mío. Ya no caerás en tentaciones, descansarás, yo te cuidaré, no sufras; así tampoco lo haré yo.
Te envolveré con Morfeo para siempre. Suena “La Traviata” de Verdi en mi cabeza. Mi sacrificio elevado a la tragedia de tu espalda.
Ven, que te voy a hacer el camino más fácil, vida.
ELLOS – BAILE FINAL
Observan absortos el cuerpo, Melisa se acerca y abraza a Carlos de costado. Él pasa su brazo derecho por encima del hombro de ella. Ya no hay odio, sólo tranquilidad: han agotado la rabia matando. Cuando Melisa le clava el cuchillo en el costado, Carlos ni siquiera se mueve. Sonríe. Retrocede dos pasos tambaleándose, la mira de nuevo a los ojos y ve amor. Sólo amor. Tal vez una mezcla de tristeza y amor. Carlos saca la llave inglesa y ella no hace nada por apartarse. Le reta a matarla, si tiene huevos. La golpea en la cabeza y cae al suelo. No sabe si el golpe ha sido mortal, sólo que está en el suelo inmóvil, con los ojos abiertos. Se arrodilla junto a ella y la toma en sus brazos. Quizá no muera, aunque puede que ya esté muerta. Sonríe, sus ojos vidriosos ya no dicen nada. La perdona. Carlos se dispone a esperar tranquilamente mientras se desangra, a sabiendas de que ésta será la última vez que muera entre sus brazos. Llora serenamente porque ya no hay odio entre ellos, todo ha terminado. Cinco, cuatro, tres, dos, uno… FIN.
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