Uno de estos amigos me contó su adoración por su teléfono. Duerme junto a su iPhone y antes de acostarse comprueba su cuenta de correo. Utiliza el teléfono como despertador y lo primero que hace antes de levantarse es comprobar sus tres cuentas de correo electrónico. Se ducha escuchando la radio a través del Smartphone. Por las mañanas saca a pasear el perro con los auriculares puestos y escuchando música de “Spotify”. Cuando despierta a sus niños se ha puesto al día con su cuenta de Facebook, Linkedin y Google +, y ya ha leído los titulares de El Mundo, El Confidencial y del Marca. En el coche se dedica a cargar la batería, que se ha descargado con el trajín de la mañana, y al mismo tiempo utiliza el servicio de GPS que le ofrece el terminal. En el trabajo no se separa de su teléfono e incluso en reuniones importantes ni siquiera pone el terminal en modo silencio. En sus ratos de ocio se entretiene con “Angry Birds” y con “Apalabrados”, utiliza su teléfono inteligente como cronómetro, linterna, calculadora, calendario, cámara, tomar notas con “Evernote” y muchas cosas más.
Esta situación me hizo recordad una investigación que hizo Matin Lindstrom con una empresa americana de neuromaketing. El objetivo del estudio era analizar por qué los iPhone resultan tan adictivos que el alcohol, la cocaína, las compras o los videojuegos a través de la activación del cerebro. En este estudio los participantes no demostraron los típicos signos de adicción del cerebro respecto a sus iphones. Lo que reveló la visión y el sonido de un móvil sonando y vibrando, fue que los sujetos estudiados adoraban a sus iphones, sus cerebros respondieron al sonido de los móviles igual que responderían a sus mujeres, novias, hijos o mascotas. En resumen, quizás no sea adicción en términos verdaderos, pero es amor verdadero.¿Obsesión o adicción?, ¿obsesión o marketing? , ¿marketing o adicción?Revista Comunicación
Compradores compulsivos; ¿por qué no podemos vivir sin nuestro iPhone?
Publicado el 28 diciembre 2012 por Mkdestructivo @MkDestructivo
Este fin de semana he celebrado la comida de Navidad con mis amigos de toda la vida. Solemos quedar cada seis meses todos juntos, es el momento para contarnos como nos trata la vida, como nos va en nuestra vida laboral, lo que han crecido nuestro niños… Entre charla y charla aprecie que todos teníamos nuestros móviles entre las manos y que no parábamos de mandar mensajes a través del whatsapp… todos estábamos enganchados a nuestros Smartphone… hasta ahí todo normal para la sociedad en que vivimos, lo sorprendente fue que nos estábamos mandando mensajes a nosotros mismos! Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo compradores compulsivos que somos.