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En cualquier almacén no digitalizado, las diversas formas de trabajar están condenadas a convivir. La razón es tan lógica como inevitable y no solo porque cada operario, dependiendo de la tarea asignada tenga una opinión sobre la mejor forma de ejecutarla, sino porque el proceso está repleto de decisiones improvisadas.
Esa toma de decisiones no guiada y continua es, en sí misma, una gran sobrecarga que conlleva una enorme variabilidad en cada proceso y que soporta un alto porcentaje de desperdicio y coste en cada operación.