En estos meses he leído en repetidas ocasiones sobre las diferencias entre el concepto de ‘amistad’ en el mundo real y en el mundo 2.0 (‘friending’) y me han surgido algunas dudas, que quiero compartir con vosotros, sobre el nivel de compromiso que podemos esperar de nuestros ‘seguidores’ en redes sociales y sobre las implicaciones que esto tiene cuando esos seguidores son nuestros clientes o nuestros equipos de personas.
En el maravilloso libro ‘42: La respuesta de pensamiento profundo a la vida, al universo y a todo’ (Alianza), Mark Vernon trata este tema y describe los tres tipos de amistad que diferenciaba Aristóteles: la amistad de utilidad, la del trabajo sería un ejemplo, se forma por algo que se comparte y dura mientras se comparte esa actividad; la amistad de placer surge porque se disfruta de lo mismo, por ejemplo, la pasión por un deporte, y como la de utilidad acaba cuando esa pasión decae; en cambio, la verdadera amistad (que él llama de carácter, virtud o excelencia) no depende de algo externo, es duradera.
Para Aristóteles, la comunicación es fundamental para mantener viva la amistad: ‘si se corta la conversación muchas veces se corta la amistad’, por eso recomendaba a los amigos que compartieran muchas actividades.
En la sociedad 2.0, la amistad se transforma en el concepto de ‘friending’, estar conectados. En este nuevo entorno basado en las conexiones en red, la máxima de ‘los amigos de mis amigos son mis amigos’ se convierte en ‘si yo te sigo a ti, puedo seguir a todos los que tú sigues, y todos ellos me pueden seguir a mí’.
Siguiendo la teoría de Aristóteles, nuestros ‘amigos’ en las redes sociales (a los que seguimos y/o los que nos siguen) serían amistades de utilidad o de placer, pero no verdaderas amistades, y no porque sean virtuales, sino porque el tamaño de las redes hace inviable establecer y mantener una amistad con todos nuestros contactos; porque, en la mayoría de los casos, lo que nos ‘une’ es sólo una actividad o un interés común y en muchos casos pasajeros, y porque la ‘conversación’ que entablamos no suele ser lo suficientemente continuada ni lo suficientemente profunda ni lo suficientemente personalizada como para considerarse una verdadera conversación que ‘mantenga viva la amistad’, es una conversación de respuestas rápidas y, normalmente, poco reflexivas.
En las redes sociales lo que se premia es tener la lista de amigos más numerosa posible, no la de más ‘calidad’: si sólo tienes unas decenas de amigos en una red, no eres nadie, no estás capacitado para el ‘friending’; necesitas miles o cientos de miles de seguidores. Y asumiendo nuestro narcisismo, nos preguntarnos unos a otros: ‘¿cuántos seguidores tienes?’. En palabras de Zygmunt Bauman, compensamos la falta de calidad de la amistad con la cantidad, buscando compulsivamente redes más grandes de amigos y amistades y convirtiendo la amistad en una mercancía.
Esto nos está llevando, como dice Ernesto Hernández Busto en un reciente artículo de El País, a cambiar la naturaleza de los vínculos, favoreciendo los lazos débiles e informales (en términos de Malcolm Gladwell), que pueden ser una ‘fuente inagotable de ideas nuevas e información’, pero raramente generan un verdadero compromiso. Estas relaciones, además, están basadas en muchos casos en un conocimiento interpersonal muy escaso, cuando no, ocultas bajo el anonimato.
Con este artículo no pretendo culpar a las redes sociales de estos nuevos modelos de relación (las relaciones las establecemos las personas, no los canales), sino sugerir a las empresas que las utilizamos como canal de conversación con nuestros clientes, y que implicamos en esta conversación a las personas de nuestros equipos, si el tipo de vínculo que establecemos con todos ellos, en la mayoría de los casos no será ‘débil’ y con escaso nivel de compromiso que, por tanto, no deberíamos valorar de la misma forma que el compromiso que nos manifiestan unos y otros (clientes y personas) en las relaciones ‘tradicionales’.