por Marcelo Molina
Todo compromiso, al igual que toda empresa, conlleva implícito un riesgo. Este riesgo, la exposición a perderse o a no verificarse el compromiso acordado, puede tener diferentes dimensiones.
Si quisiéramos representar el riesgo tomado al acordar un compromiso en un gráfico de ejes cartesianos, podríamos verificar una curva que comienza con un bajo o nulo riesgo, y ampliando poco a poco su valor, finalizaríamos con un riesgo alto o máximo.
En esta representación, entre un riesgo cero o nulo, y un riesgo alto o máximo, hay una zona que podríamos llamar de “Riesgo Medido”. Esta es la zona en la que vive la persona comprometida, es la zona de la “incertidumbre”, evitando el riesgo máximo, para no ser “temerario”, y el riesgo cero, para no ser “temeroso”.
Y es una zona de incertidumbre precisamente dada la inexistencia de “certezas”. No sabemos cómo las cosas van a ser, solo sabemos qué es lo que queremos que pase, y ahí reside nuestro poder, cuando nos instalamos en la única certeza posible para el Ser Comprometido: la declaración de su compromiso.
El compromiso, una manera de relacionarnos
Como dijimos anteriormente, en todo compromiso hay implícita una relación, entre yo y un otro (que, como también dijimos, puedo ser yo mismo). Es decir, siempre que hay un compromiso, existe de antemano una relación creada.
Como seres relacionales, no podemos no estar en relación con algo o alguien coexistente. Ya sea por medio del involucramiento o de la indiferencia, siempre estamos relacionados con el entorno, las personas o cosas con las que convivimos, en cada uno de los sistemas de los que formamos parte: familia, trabajo, estudio, club, asociación, barrio, ciudad, país, planeta, universo…
Considerando que siempre tomamos una posición frente a todo lo que nos rodea, que siempre estamos emitiendo alguna opinión al respecto de todo lo que observamos que existe o sucede en el mundo, se puede desprender de esto que siempre existe un compromiso con todo lo que nos rodea o nos sucede. Es decir, podemos mirar al compromiso como una forma de estar relacionados con el entorno, con lo que acontece, con las personas y con los sistemas dentro de los cuales co-existimos.
De este modo, podríamos concluir que no podemos no estar comprometidos. O lo que es lo mismo: siempre estamos comprometidos a algo, o con algo, o con alguien (aunque no nos sea del todo presente en nuestra conciencia, o permanezca en transparencia, en el trasfondo).
El compromiso, intención de permanecer ligados en la relación
Dado que todo lo que experimentamos en la vida se encuentra dentro de nuestro universo relacional, no podemos escapar a la certeza de que, una vez comprometidos, queda sellada la intención de permanecer ligado a aquello a lo que nos comprometemos, unido a aquellas personas con las cuales nos comprometemos, atado a las consecuencias de nuestras acciones (estén ellas acompañadas del compromiso o no).
Por esto mismo, por la extrema ligación que nos une a la/las persona/s involucradas en el compromiso, es que decimos que el compromiso es una palabra con mucho poder: con el poder de afianzar la relación, o de dañarla o destruirla, dependiendo de cuán alineadas estén nuestras acciones en relación al compromiso declarado. Es muy importante tener esto en cuenta, ya que nos permiten distinguir que empeñar la palabra, declarar un compromiso, va a requerir de nuestra parte tener en cuenta algunos requisitos previos.
Algunas preguntas para la reflexión
¿Cómo está siendo mi relación conmigo mismo, con el entorno, con los otros?
¿Esta clase de relacionamiento que estoy creando, es la que quiero tener?
¿Qué tipo de riesgos y con qué frecuencia estoy tomando?
¿Me acerco más a estar siendo “temeroso” ó “temerario”?
Si todo siguiera igual que hoy, ¿A dónde me llevarán mis compromisos actuales?
Autor Marcelo Molina
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