No seré yo quien defienda a los controladores aéreos porque no lo merecen; al contrario, son responsables directos del caos provocado en los aeropuertos españoles el pasado fin de semana y hata la fecha nunca han demostrado un mínimo de solidaridad con el conjunto de trabajadoras y trabajadores, que tiene un contrato precario, un salario mensual de 800 euros y conviven con la amenaza del desempleo, el expediente de regulación o el paro de larga duración, en muchos casos agotado y a partir de ahora sin prestación social.
Los controladores aéreos foman una casta propia, con privilegios que ofenden al conjunto de la ciudadanía, víctima en muchas ocasiones de su arbitrariedad y prepotencia. Sin embargo, dicho todo lo anterior, es preciso admitir que la petición de penas de hasta ocho años de cárcel, propuesta por la Fiscalía General del Estado, es, cuando menos, desproporcionada e injusta. Imputarles un delito de sedición tampoco me parece razonable, tal vez por las reminiscencias militares que este término encierra.
Es posible que me equivoque, pero tengo la sospecha de que el Gobierno del Estado está utilizando en beneficio propio, con fines claramente políticos y electoralistas, el atropello cometido por los controladores aéreos, que el pasado viernes abandonaron sin previo aviso sus puestos de trabajo. De momento, y no es poco, el Ejecutivo Zapatero ha logrado frenar el debate sobre la eliminación de los 426 euros, la privatización de AENA y la Lotería, y la reforma del sistema de pensiones.
Son, sin duda alguna, medidas impopulares de largo recorrido, con una incidencia clara en nuestras vidas, que han quedado eclipsadas por el cierre de los aeropuertos, cuando, en realidad, deberían haber provocado un estallido de ira aún mayor que la propia huelga de los controladores aéreos. Es cierto que este colectivo se ha ganado a pulso la repulsa ciudadana, pero no podemos negar tampoco que el Gobierno del PSOE conocía sus intenciones de antemano y alguna culpa debe tener por su incapacidad para prever el caos y solucionarlo.
España tiene un problema grave con los controladores aéreos; ahora bien, no es el único, ni tan siquiera el más grave, por mucho que Alfredo Pérez Rubalcaba quiera centrar toda la atención en él, retirando el foco de las medidas antisociales y de derechas que impulsa su partido, y que, a la postre, nos joderán más y por mucho más tiempo que el desastre generado este pasado fin de semana. Que nadie equivoque la razón de ser de esta reflexión, ni busque complicidades que no existen porque mi postura en relación con los controladores aéros no admite grietas. Pero, eso sí, tampoco me gusta que me obliguen a comulgar con ruedas de molino.