Comunicación, arte y falacias

Toda comunicación implica una colaboración entre el emisor y el receptor. El primero da un mensaje que el segundo transforma según sus experiencias. En el arte eso es fundamental. El literato, el pintor o el músico no lo dicen todo. Sugieren, evocan… en eso consiste su talento. Recuerdo un poema de Federico García Lorca en que unos hombres cabalgan por el llano y el cielo se les antoja “una vitrina de espuelas”. Es una imagen exacta. Esos rudos jinetes no podían comparar los astros con flores sino con aquello que más les atraía: espuelas lujosas. En otro lugar, el mismo poeta habla de un “delfín jabonoso”. Inmediatamente imaginé el mar como una mano de la que escapaba el delfín. Esta deducción es colaboración del lector. La Melancolía matinal de Grieg evoca un amanecer. El arte consiste en capturar en notas musicales el avance del sol a partir del alba y transmitirlo al oyente, en quien se despierta esa imagen. Lo anterior es posible porque nosotros no captamos solo el hecho presente, sino que lo percibimos. Percibir es agregar experiencias propias a una sensación para completarla y comprenderla. Escuchamos solo el sonido de una ambulancia, pero sabemos que se trata de una ambulancia e imaginamos a la gente que la necesita: heridos o enfermos. Por eso se dice que cada persona es un mundo, porque percibe su entorno desde su perspectiva y experiencias personales. No sabemos qué percibiría un señor feudal si escuchara la sirena lejana de una ambulancia, tal vez un dragón u otro animal fabuloso. De eso se aprovecha la falacia de énfasis. Consiste en decir algo verdadero pero que sabemos despertará ciertos sentimientos errados en otra persona. Por ejemplo, decir: “Los del partido político X deben ser respetados”. Eso está bien, pero si ponemos cierto énfasis en la voz y lo decimos ante unos sicarios, la conclusión es que los de los otros partidos pueden ser asesinados. Por eso debemos cuidarnos tanto de lo que decimos e interpretamos.