Nos resulta posible, aunque sea en una forma burda, por generalista, caracterizar las distintas masonerías nacionales.
No es cuestión aquí y ahora, de realizar el minucioso trabajo de identificación y diferenciación, entre los diferentes rasgos de las grandes logias y las sociedades nacionales que las acogen, protegen rechazan o los estados que las prohíben o condenan, según los casos. Sin embargo no podrá negarse la existencia de características familiares, como la función social, integradora y caritativa de la masonería británica, vinculada directamente con la monarquía; la búsqueda de una suerte de santidad laica en la reflexiva y activa comunidad masónica francesa; o la salvaguarda de los principios fundacionales de sus estados y la conservación de sus inercias de compromiso social en las americanas.
No sucede así en la masonería española.
Su definición, a grandes brochazos resulta siempre, incompleta y poco definitoria, aunque algunos de sus trazos históricos y esenciales puedan recordar la serie negra de Goya. Esto se debe, todos lo sabemos, al nacimiento y desarrollo de nuestra masonería, como un hijo ilegitimo en un imperio en decadencia que solo parece empeñado en conservar lo peor-inquisición, burocracia y caverna- de su antigua grandeza. Los datos que conservamos de sus primeros pasos resultan barrocos y nada fidedignos puesto que el secreto no solo fue virtud sino también necesidad.
Lamentablemente nuestra información masónica española comienza con la partición, más o menos veraz, del país entre patriotas y afrancesados; continua con Cristinos y Carlistas pasando por liberales y conservadores o estallando entre rojos y nacionales. Durante los siglos XIX y XX la historia de nuestro país, parece reducirse a esta polémica fratricida. Tal vez porque todo fue aquí política o todo fue definible en términos políticos, la Francmasonería en nuestro país también lo ha sido, activamente y pasivamente, como actora o como víctima.
Los contados episodios de paz o sosiego permitieron sólo pequeñas incursiones vocacionales en la enseñanza, popular o elitista-pensemos en el panteísmo Krausista de la universidad de Oviedo o en la voluntad educadora de la institución libre de enseñanza-que sin embargo no consiguieron arraigar lo suficiente para dotarnos de una vocación clara, deferencial y definible y sobre todo duradera.
La reducida Francmasonería española actual, renace en la transición tras la muerte de nuestro último represor, envuelta en la polémica de un reconocimiento institucional por vía judicial, y en los problemas generados al Grande Oriente Español en el exilio, que lleva a la institución a irradiar a quienes van a fundar una asociación denominada GRANDE ORIENTE ESPAÑOL, privándoles de legitimidad, y a nombrar gran maestre a Espinar Lafuente, quien se integra en la GRAN LOGIA DE ESPAÑA, siendo gran maestre del GOE del exilio, pero sin contenido vocacional. Mera trasmisión histórica simbólica y no adaptada a la realidad española de aquel momento ni mucho menos a una evolución futura que resultaba como una galaxia lejana desconocida.
Es en aquellos momentos, como una planta enteramente nueva. Recoge anécdotas, personajes o detalles pero no parece dispuesta a afrontar la gestión directa y por si sola de una herencia confusa. Este sigue siendo el reto al que se enfrenta nuestra Francmasonería a finales de esta segunda década del siglo XXI: La localización de una vocación, de una esencia espiritual que la caracterice y defina como propiamente española, diferente a la inglesa, la francesa o la latinoamericana, que no necesariamente ha de ser distinta sino que ha de ser auténtica nuestra.
Se encuentra reconozcámoslo , ante un punto de partida.
Debe recuperar sus secretos genuinos , los nuestros identitarios, mientras se desenvuelve con unos sustitutivos, lo cual ,como sabemos no es una mala situación para un masón. Sabemos movernos en este terreno de los secretos sustitutivos y provisionales. Pero lo provisional ha de dejar paso a lo definitivo, pues la capa de pintura masónica anglosajona con la que hemos blanqueado nuestros trabajos durante nuestra última etapa, puede utilizarse como una imprimación sobre la que trazar nuestro futuro, pero no es nuestro futuro, sino nuestro pasado inmediato necesario.
Disponemos de herramientas, materiales, símbolos y artífices, para definir la vocación de nuestra obra; falta que nos pongamos a ello.
C.I. "Grupo de Covadonga".