Domingo, eres inservible.
La mayoría de las semanas amaneces nublado, incluso a veces, lloviendo. Y es que esa es tu esencia… Bueno, quizás también sea la nuestra, la de verlo todo más gris que blanco.
Cuantísimas vueltas le damos a la cabeza un domingo, así, sin más. Te preguntas por qué, por qué antes sí y ahora no, por qué terminó, porque aún así, por qué sin ti, por qué lejos de casa, por qué y, más por qué, que por qué no.
Intentas ponerle, buscarle o encontrarle una explicación a todos aquellos ámbitos de tu vida que no cerraste bien del todo, que se quedaron más bien a medias, ni con puntos suspensivos ni nada, con la puerta bien entreabierta, “pa’ por si acaso”.
Y eso es lo peor. O entramos o salimos, pero no podemos quedarnos en mitad de la puerta, esperando. Porque sí, así nos pasamos la vida, ¿eh?. Esperando, a ver qué pasa. El día que nos demos cuenta de que lo único que pasa es la vida, quizás empecemos a aprovechar el tiempo tal y como debemos.
Porque oye, a ver si al final la vida va a merecer la pena y nosotros nos la estamos complicando con remilgos y pequeñeces, quién sabe.
De momento, estaría bien que dejásemos de malgastar 24h de un domingo de cada semana, y empezásemos a vivir, a gritar y a sentir, entregándonos diariamente a lo no planeado, a lo inesperado, porque al final, son los planes que mejor salen.
Y si de lo que se trata es de aprovechar la vida, ¿a qué esperas para ponerte unos tacones, pintarte los labios de rojo y lanzarte a la calle?