Revista Opinión

Con… ciencia

Publicado el 22 febrero 2020 por Carlosgu82

Allí parado, frente a su mesita de estar, donde sus 182 manuscritos y medio le permitían seguir siendo un orate confeso – y no por ello orgulloso -, pensaba en la locura de seguir respirando día a día, en eso que Discovery Health le decía que era vivir. En ese lugar comenzó a recordar su futuro cuando justo el sol brillaba fulgurantemente a media noche.

Sus razones eran su mayor epíteto, ellas le daban un porqué adicional al que Discovery Health le ofrecía cada mañana cuando era un niño asmático incapaz de respirar por sí mismo todo un día entero. Esa había sido su mejor actuación, y mientras lo pensaba así echaba una carcajada cuyo único testigo era una mesita de estar victoriana, manchada ocre de su original verde aguamarina. Su mente fabulaba a los dioses del Olimpo que debían actuar para seguir viviendo, so pena de ser devorados por los Titanes o morir vírgenes; esta era la actuación mayor que él elogiaba. ¿Pero existen actuaciones involuntarias, las que de una u otra manera deben realizarse se planeen o no? Martín ya no encontraba importancia a develar esa respuesta a pesar de formularse a diario esta retórica pregunta; a los treinta años de edad las respuestas son sólo paliativos temporales a preguntas que jamás tendrían resolución. He allí su relevancia. Sin embargo este pobre escritor, ajado de tanto vivir sin que lo hayan vivido a él, encontraba en el cómo responder sus preguntas la clave para lograr encontrar validez en sus razones; su única valía como hombre reside en sus razones. El idiota ahora es un sabio inmaduro.

El sol ha pasado 182 veces y media por este lugar del mundo, frente a la realidad del que nunca ha sido (ob)tenido; el sol jamás se ha ocultado en todos estos días y él está allí de pie, frente a la mesita de estar, adusta y carcomida por el tiempo, por las 182 veces y media que sostuvo la mano creadora del novel escritor. Esta es otra derrota, y recuerda lo que podría ser su futuro.

Ella le gustó, sí, debe admitirlo en lo más recóndito de su ser. Su estrategia debió haber sido la siguiente: acercársele con la certeza funesta de un triunfo post-derrota. Como sus anteriores conquistas, Elena se disponía a sumir a Martín en la tristeza infinita de quien se atreve a decirle a una bella chica “me gusta la delicada fuerza que tus rizos ejercen sobre mi conciencia”, sin la inopinada respuesta de cualquier mujer que sabe que es hermosa porque se lo ha corroborado todo ser humano que tiene ojos y la mira.

Esta era su razón. Martín se sintió complacido con la amabilidad y diplomacia de Elena para salir del embrollo que él había creado con su declaración de amor, de hecho quería que esto sucediera. Este no sólo fue el primer paso para llegar a conquistar a aquella mujercita eslava, sino el requisito fundamental que buscaba en una mujer para después de hacerle el amor (por primera vez).

Y es que no hay mejor manera de conseguir el corazón, mente y hasta hígados de una mujer que dejar sembrada la semilla del pudo ser en su subconsciente, o memoria poética. Empero, Elena terminaría no sólo por ser una de las pocas que hiciera el amor con Martín por primera vez, pero sí la única que lo hacía con él sólo con evocarlo en su pensamiento. Ella supo el ardid de que fue “víctima” por parte de él, y esto le enamoró más; supo que la táctica empleada fue certera, que al ser rechazado quince años por la eslava, pero amado por ella con locura ciega sólo una semana antes de llegar a los treinta, a su fin, era el tiempo preciso para poder vivir o sobremorir en las fauces de cancerbero.

Una mesita de estar en un lugar remoto le habla de ella, mientras él recuerda eso que podría haber sido su futuro de haber conocido a muchas mujeres, hacerles el amor por sólo una vez y seguir su camino… de haber conocido a cualquier mujer eslava llamada Elena, justo aquella mujer que él sabe se escapó de su imaginación una mañana en que Discovery Health se volvió aburrido.


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