Se le rompe el alma cada vez que tiene que decirle adiós, no se acostumbra a las despedidas.
Por eso, esta vez, Laura se ha tragado esa maldita palabra, su amargo sabor se ha mezclado con la sal de las lágrimas que le han brotado en el mismo instante en el que ha cerrado la puerta dejándolo atrás.
“Es como si me rompiera por dentro y me quedara vacía, ¿te ha pasado alguna vez?”, me ha preguntado esta mañana, cuando tras varios días llamándola me ha cogido el teléfono.
Ella es así, si está mal prefiere no hablar con nadie, ¿por qué otros ha de aguantar sus momentos de tristeza absoluta?.
Por eso hoy, cuando ha respondido a mi llamada sabía que ya estaba preparada, no para hablar de ello, si no para hablar en general porque tras cada despedida que sufre se queda sin palabras, intenta hablar pero no puede, es como si no le encontrara el sentido para hacerlo y su garganta no emite sonidos.
“Sé que para algunos soy una exagerada, pero no me importa”, me ha confesado, “si no me importara no sentiría, ¿no?. Gloria, no he podido decirle adiós otra vez, cerré la puerta sin mirar atrás, no soportaba volver a ver esa expresión en su cara, ese no entender por qué otra vez. No aguanto las despedidas, ya me conoces, ¿no?”.