Maria del Puerto Alonso OCD
El otro día me encontré, en un prestigioso calendario religioso, la siguiente frase atribuida a Teresa de Lisieux o “santa Teresita”:
«Con el rosario se puede alcanzar todo. Según una graciosa comparación, es una larga cadena que une el cielo y la tierra, uno de cuyos extremos está en nuestras manos y el otro en las de la Santísima Virgen».
Sorprendida, busqué en internet y encontré que esa misma frase está atribuida a la Santa en diversas páginas, algunas incluso páginas oficiales de diócesis españolas. No solo eso, sino que incluso, en alguna de esas páginas, el discurso continuaba con lo siguiente: “Mientras el Rosario sea rezado, Dios no puede abandonar al mundo, pues esta oración es muy poderosa sobre su Corazón”.
No dejó de asombrarme encontrar esas afirmaciones sobre el rosario, que Santa Teresa del Niño Jesús no solo nunca dijo ni escribió, sino que más bien son contrarias a su vida, pensamiento y doctrina.
Las frases son muy bonitas, ciertamente. Pero la cruda realidad de Teresa con el rosario no es esa.
El 20 de agosto de 1897, en su lecho de muerte, Teresa de Lisieux decía a su hermana Inés: «¡Y pensar que toda la vida me ha costado tanto rezar el rosario!»
Sí, Teresa lo decía con pena. Pero esa era la verdad. Verdad que escribió en su Historia de un alma: «Pero rezar yo sola el rosario (me da vergüenza decirlo) me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia… ¡Sé que lo rezo tan mal! Por más que me esfuerzo por meditar los misterios del rosario, no consigo fijar la atención… Durante mucho tiempo viví desconsolada por esta falta de atención, que me extrañaba, pues amo tanto a la Santísima Virgen, que debería resultarme fácil rezar en su honor unas oraciones que tanto le agradan. Ahora me entristezco ya menos, pues pienso que, como la Reina de los cielos es mi Madre, ve mi buena voluntad y se conforma con ella». (Historia de un alma Ms C 25v).
¿A Teresa de Lisieux, por tanto, no le gustaba rezar el avemaría o el padrenuestro? No, no era eso. De hecho, ella continúa diciendo: «A veces, cuando mi espíritu está tan seco que me es imposible sacar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio un “Padrenuestro”, y luego la salutación angélica. Entonces, esas oraciones me encantan y alimentan mi alma mucho más que si las rezase precipitadamente un centenar de veces…».
Teresa gustaba de rezar “muy despacio” esas oraciones tan bíblicas y evangélicas, pero no el rosario, repitiéndolas una y otra vez. Con esto, como en otros muchos aspectos, Teresa se salía del canon establecido de santidad. Pues para ser elevado a los altares, muchos suponían que debía de gustarte mucho rezar el rosario.
Sin embargo, lo que es indudable es el amor a María de Teresa de Lisieux. Su última poesía, escrita pocos meses antes de fallecer, la dedicó a la Virgen, con el título «Por qué te amo, oh María». Y en ella, va desgranando las escenas marianas del Evangelio, presentando a María como mujer de fe probada, mujer que sufre, mujer imitable más que admirable… Ella decía, como veremos, que le hubiese gustado ser sacerdote, entre otros motivos, para predicar sobre María.
Al día siguiente de esas palabras sobre el rosario que escribo más arriba, el día 21 de agosto de 1897, Teresa dice lo siguiente a su hermana:
«¡Cuánto me hubiera gustado ser sacerdote para predicar sobre la Santísima Virgen! Un solo sermón me habría bastado para decir todo lo que pienso al respecto. Ante todo, hubiera hecho ver qué poco se conoce su vida. No habría que decir de ella cosas inverosímiles o que no sabemos; por ejemplo, que, de muy pequeñita, a los tres años, la Santísima Virgen fue al templo para ofrecerse a Dios con ardientes sentimientos de amor, totalmente extraordinarios, cuando tal vez fue allá sencillamente por obedecer a sus padres.
¿Y por qué decir también, al hablar de las palabras proféticas del anciano Simeón, que la Santísima Virgen, a partir de ese momento, tuvo constantemente ante los ojos la pasión del Señor? «Una espada te atravesará el alma», le dijo el anciano. Por lo tanto, no se trataba del presente, ¿te das cuenta, Madrecita?; era una predicción genérica para el futuro.
Para que un sermón sobre la Virgen me guste y me aproveche, tiene que hacerme ver su vida real, no su vida supuesta; y estoy segura de que su vida real fue extremadamente sencilla. Nos la presentan inaccesible, habría que presentarla imitable, hacer resaltar sus virtudes, decir que ella vivía de fe igual que nosotros, probarlo por el Evangelio, donde leemos: “No comprendieron lo que quería decir”. Y esta otra frase, no menos misteriosa: “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño”. Esta admiración supone una cierta extrañeza, ¿no te parece, Madrecita?
Sabemos muy bien que la Santísima Virgen es la Reina del cielo y de la tierra, pero es más madre que reina; y no se debe decir que, a causa de sus prerrogativas, eclipsa la gloria de todos los santos, como el sol al amanecer hace que desaparezcan las estrellas. ¡Dios mío, qué cosa más extraña! ¡Una madre que hace desaparecer la gloria de sus hijos…! Yo pienso todo lo contrario, yo creo que ella aumentará con mucho el esplendor de los elegidos.
Está bien hablar de sus privilegios, pero no hay que quedarse ahí; y si en un sermón nos vemos obligados a exclamar desde el principio hasta el final: “¡oh! ¡oh!”, acaba uno harto. ¡Y quién sabe si en ese caso algún alma no llegará incluso a sentir cierto distanciamiento de una criatura tan superior y a decir: «Si eso es así, mejor irse a brillar como se pueda en un rincón”.
Lo que la Santísima Virgen tiene sobre nosotros es que ella no podía pecar y que estaba exenta del pecado original. Pero, por otra parte, tuvo menos suerte que nosotros, porque ella no tuvo una Santísima Virgen a quien amar, y eso es una dulzura más para nosotros y una dulzura menos para ella.
Finalmente, en mi cántico “Por qué te amo, María”, he dicho todo lo que predicaría sobre ella».
Teresita jamás dijo que ningún tipo de oración o devoción nos acercase más a Dios. Su confianza ilimitada en el amor misericordioso e incondicional de Dios le impedía pensar de este modo. Incluso su famosa “Ofrenda al Amor Misericordioso de Dios”, nunca la consideró una oración que acercase más a Dios. De hecho, en una ocasión una novicia le preguntó si con esa oración se alcanzaba el cielo, a lo que ella respondió subrayando la necesidad de practicar la “caridad para con el prójimo” (CF. Procesos, p. 621).
Con esto no quiero decir que el rosario no sea una oración muy válida y que hace mucho bien a muchas personas. Oración que muchos santos rezaban con devoción. La misma Teresa de Jesús, la fundadora del Carmelo Descalzo, rezaba el rosario. Pero ella jamás obligó a sus monjas a rezarlo. Ni el rosario ni ningún otro tipo de oración piadosa (novenas, procesiones, etc.), dejando gran libertad en materia espiritual: «Lo que más os despertare a amar, eso haced» fue su máxima.
Las dos Teresas coinciden en su amor a la Virgen, pero también en su respeto a la devoción personal de cada creyente.
Termino estas palabras invitando a rezar “muy despacio” un avemaría y un padrenuestro y también recomendando la lectura y meditación del poema “Por qué te amo, oh María”, último poema que escribió Teresa de Lisieux.