No hace tantos años, cuando el microondas se coló en nuestras vidas, todos pensamos que venía a revolucionar el mundo culinario y, que desde ese momento, la cocina entraba a formar parte de un mundo cercano a lo extraterrestre, como si fuera una máquina espacial de Encuentros en la tercera fase. Lo primero que hicimos fue calentar un vaso de leche. Y lo segundo,…lo segundo fue meter un paquete de palomitas, esperar un minuto, y permanecer atónitos frente al cristal viendo como aquel sobre comenzaba a inflarse poco a poco, mientras nuestra mirada de sorpresa despertaba una ilusión infantil, por aquello de pensar que aquello escondía algo de magia.
En las últimas fechas, la casa de los socialistas se ha convertido en algo así como un microondas, y frente a la pantalla del televisor, los ciudadanos hemos asistido atónitos, o quizás no por aquello de la historia, de lo que allí estaba sucediendo. Y es que parece que se han olvidado de controlar el tiempo en ese microondas, y el sobre de palomitas comenzó por inflarse, a chisporrotear y, de repente, aquellos granos de maíz han terminado explotando.
Algunos han recuperado otro tipo de micro hondas, y se han lanzado más de una piedra (ya se han olvidado de los granos de maíz), y se ha escuchado mucho hablar de dolor, de sangre, de drama,…y de mucha teatralidad, permítanme con todos mis respetos apuntar. Y es que en esa lucha encarnizada (por seguir teatral), alguien recuperó una palabra que andaba algo desahuciada, como era la coherencia.
Alguien dijo que las historias sin final no son historias, pero creo que no tardaremos mucho tiempo en escuchar algunas voces que reclamen que se sienten desheredados de una herencia que los antepasados dejaron escrita en algún lugar.
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