(viene de) ¿Dónde quedó nuestra libertad?, me preguntaba yo mientras cabalgaba a galope, con el viento golpeándome el rostro y el cabello desordenado, cansada, magullada y feliz. ¿En qué parte del camino fue donde la perdimos? El castillo de las pesadillas, donde el deseo generalizado era guiarme, cuidar de mí, controlarme, proporcionarme el regalo envenenado de una vida protegida quedaba atrás y yo, en pos de mi misterioso colaborador (que no era tan misterioso), volvía a recuperarme a mí misma. Pero ¿por qué no podía ser siempre tan fácil? ¿Por qué, concretamente, en el siglo XXI no lo era? ¿Por qué esa cruel involución histórica, o al menos, esa estabilidad en el mal, en la injusticia y el error? La respuesta a la pregunta, o al menos una respuesta de urgencia (porque ¿dónde está la verdad?) se desvelaría pronto.
De momento, seguimos cabalgando hasta llegar a las tierras del Comte d’Urgell, y paramos de mutuo acuerdo tácito en la primera población importante y bien surtida de lugares de avituallamiento gastronómico y enológico. Le hice un signo a mi acompañante para que me siguiera: se me conoce por ser una guía ambulante del ocio y la restauración medieval que hace innecesarias todas las aplicaciones móviles al respecto en el caso de que hubieran existido. En un callejón algo menos maloliente que el resto encontramos la entrada a un local de aspecto bastante pulcro, que yo consideraba la mejor posada de la zona. Pedí vino y comida en abundancia y busqué una mesa apartada, no sin antes justificar la singularidad de nuestra asociación de templario y mercenaria jurando ante el tabernero que éramos hermanos de padre y madre (aunque no nos parecemos en nada, afortunadamente). Mi compañero se desembarazó del casco y alargó su mano hacia la mía. Dejé que la tomara y la acercara a sus labios: yo también (pues tenía mi corazoncito, aunque lo disimulara, no demasiado grande ni demasiado sentimental, pero por allí andaba en algún lugar) me alegraba de verlo.
-No te sorprendes –me dijo, tal vez algo decepcionado.
Yo apreté su mano.
-Te he reconocido, viejo cabronazo. Difícil no hacerlo, con ese hábito que te empeñas en seguir vistiendo y tu figura enorme. De hecho, te hubiera identificado incluso aquel día con tu penoso disfraz de anciano, si el cielo hubiera estado más claro y no hubiera estado recuperándome de un acceso de fiebre. Por cierto, ¿has agotado ya todas tus máscaras?
Meneó la cabeza en negación.
-Se acabaron los disfraces, Eowyn.
Chasqueé la lengua. Algo no casaba allí. Después de todos los enigmas y todas las ocultaciones, ahora resulta que todo iba a ser claro y diáfano como la luz del día.
-Nunca deberían haber existido –repliqué yo-. Estoy cansada de secretos y mentiras. Fuimos como hermanos, hermanos de verdad, y ahora te empeñas en comportarte como un extraño. Es esa orden tuya. Te tiene lavado el poco cerebro del que te ha dotado la naturaleza.
Se mostró inmune a mis insultos, igual que si yo estuviera diciendo chorradas dignas de Sáenz de Buruaga o de los gobernantes peperos españoles de la legislatura de Rajoy.
-Supongo que Guillaume te lo habrá contado todo –había una extraña expresión en su rostro, de condescendencia mezclada con censura. Enarqué una ceja-. Habréis tenido tiempo de eso y de algunas cosas más, presumo.
-Solo me relató tu sentimiento de culpabilidad por haberme metido en este lío y tu consecuente afán por protegerme. En cuanto al resto, ¿qué pretendes insinuar? –me defendí, aunque no con mucho ímpetu. Él me contestó algo sorprendente.
-En algún momento llegué a pensar que sería buen compañero para ti. Ambos eráis para mí los amigos más fieles y teníais muchas cosas en común. Pero eso fue antes de su traición, evidentemente.
Yo bufé, hastiada.
-No me busques tan pronto marido nuevo. Recuerda que acabo de escapar de uno. Además, sabes perfectamente lo que pienso al respecto. Eso –señalé hacia las quebradas llanuras de la tierra de Urgell, con sus campos de cultivos aún libres de transgénicos, que se extendían más allá de la ventana, hasta el horizonte– es lo único a lo que quiero consagrar mi vida. Lo que haya podido suceder o no en ese castillo es algo completamente diferente de todo aquello que estás sugiriendo
-Hablaremos de eso después -concedió.
-No hay mucho más que te pueda decir –y es que yo no pensaba dejar escapar la ocasión tan fácilmente-. Tú, sin embargo, sí tienes muchas cosas que comentarme. Guillaume me dijo también que eres el único que puede responder mis preguntas.
Creo que, por un momento, conseguí hacerle dudar: el vino comenzaba a hacer sentir su efecto, y no dejábamos de ser dos viejos camaradas que se encontraban tras haber presenciado los horrores más innombrables y haber sobrevivido a ellos, con lo que de conmovedor tiene el hecho. Pero en el último momento algo le hizo cambiar de opinión.
-Refrena tu impaciencia: todo llegará –yo bullía de frustración, aunque mi orgullo no me permitió manifestarla en voz alta. Pero iba a averiguarlo, fuera como fuera-. Hay cuestiones más urgentes. Por ejemplo, establecer cuál va ser el próximo paso. Gardeny se ha revelado como un nido de intrigas y antes de que te reincorpores a la misión sería interesante saber hasta dónde llegan y en qué te afectan.
Por mucho que me molestara, y tal como yo había presentido la noche anterior, tenía razón: era fácil deducir que la llegada de Blanca probablemente no había tenido nada que ver con los espías del rey o con los suyos propios, al igual que seguro que no había sido iniciativa de Gustaf y Karl presentarse allí y reivindicar su falso estatus de prometidos de Ermengarda: alguien en aquel lugar sabía mucho de mí, y no pensaba utilizarlo precisamente para favorecerme. Eso sin olvidarnos del desconocido arquero, o arquera. Manifesté mis temores en voz alta.
-Es a eso exactamente a lo que me refería. Isabel me parece totalmente de confianza, y Guifré, por lo que sé de él, es un hombre íntegro. En cuanto a los demás… no lo sé. Sabes que odio a Guillaume con toda mi alma, tanto como le amé en tiempos, pero ni él (a pesar de que sus devaneos con Blanca lo han puesto todo en peligro) ni sus caballeros amigos me parecen unos traidores… al menos mucho más de lo que ya lo han demostrado. Además, él no haría nunca nada contra ti, debo reconocerlo.
Sus palabras me resultaron sumamente reveladoras
-Has estado espiándonos todo el rato –le reproché, comprendiendo.
-Ya sabes la razón. Pero he intentado intervenir lo menos posible. Pensé que podías escapar sin ayuda, pero entonces vi como ese hijo de puta de las almenas disparaba contra ti; maldita sea, estaba demasiado lejos para que pudiera apreciar ningún rasgo que le diferenciara. Así es que saqué la ballesta y conseguí herirle. Después, viendo la irrupción de tus antiguos jefes, me hice con los caballos de una granja de pollos de las cercanías, y los solté para causar confusión.
Me gustó la idea: eso era lo que se necesitaba en las luchas actuales, unión y estrategia. Y era curioso en el siglo XXI también existiera una granja de pollos en los alrededores. Probablemente incluso en el mismo lugar.
-Pero antes –continuó- escribí un mensaje al comendador por si no funcionaba la treta: afortunadamente tenía a mano un sello que sabía que le iba a poner bastante nervioso –me guiñó un ojo: él debía de saber ya que yo estaba enterada de quién era en realidad–. Entre esa carta, que justifica a Guillaume, y el incomprensible encanto personal de nuestro amigo –realmente, pensaba yo, era un misterio cómo el enigmático bretón era capaz de sumar a su causa tantas simpatías- me imagino que las aguas volverán pronto a su cauce y la misión continuará sin novedad. Aunque quizá deberías mantenerte un poco alejada hasta que hayamos averiguado algo más sobre el traidor.
-Solo si prometes que dejarás de seguirme –contesté rápidamente.
Él se resignó. Esperaba que no me estuviera mintiendo.
-Está bien. Permaneceré un tiempo a tu lado, y luego volveré a Chipre. Tengo asuntos allí –no le pregunté aún: ya habría tiempo de averiguarlo. No se zafaría tan fácilmente de mi curiosidad. Pero esperaba que aquellos asuntos tuvieran que ver más con la paz que con la guerra: su gremio eclesiástico y la nobleza ya habían jodido bastante el mundo conocido tras casi dos siglos de torpes e insensatas cruzadas sin que eso les hubiera causado más perjuicio que a De Guindos las preferentes que vendió en Lehman Brothers. Esperaba que lo escaldados que habían salido de las mismas les hubiera curado de su inane y desmesurada ambición-. Y te juro que una vez que haya partido no dejaré a nadie que me sustituya en tu cuidado. Pero habrás de extremar las precauciones.
Con aquello bastaba. Por el momento. Alcé mi copa.
-Brindemos entonces por ello.
Comimos hasta reventar y bebimos hasta que el vino nos salió por las orejas, atronando el local con nuestras carcajadas al retratar irónicamente a los personajes del castillo y a sus visitantes. Después pagó la cuenta, con las escasas monedas propias de un Pobre Caballero de Cristo que llevaba en su bolsa, y tras haber pasado por la casa de baños local para quitarnos la herrumbre y el polvo del camino, nos retiramos a las habitaciones que nos habían asignado. Él me miró mientras subía las escaleras.
-Estás completamente recuperada. Apenas cojeas.
-No hay nada como una buena pelea para eso –asentí yo-. Lo que me pasaba es que estaba algo oxidada. Aparte de que aquellas fiebres renuentes que me molestaban desde el primer viaje a Tierra Santa también han desaparecido. En Miravet me dieron algo, y en la pequeña encomienda de Guifré acabaron el tratamiento. Ahora solo me falta recuperar un poco la musculatura perdida, y ya estaré dispuesta para nuevos lances.
-Me alegro de oír eso –respondió-. Nos esperan grandes desafíos.
-Lo sé –acordé yo.
-Y sin embargo… tu semblante es triste.
Dejé que mi mirada vagara en el infinito.
-Pienso en la libertad –dije.
-Explícate.
-Es una de las dos enseñanzas que he sacado de esta aventura – aclaré-. Quizá en parte gracias a Elvira, la dama de compañía de Blanca y, desde luego, gracias a Isabel. ¿Sabes? Estuve reflexionando acerca de mi pasado. Siempre quise ser libre, siempre odié las cadenas; pero todo a mi alrededor conspiraba para esclavizarme y mantenerme en la más absoluta inopia educativa, confiando que así me dominarían mejor. Mis progenitores, que nunca se plantearon que yo pudiera ser algo diferente de la esposa de un campesino, mi antiguo señor, que se tomó durante muchos años mi rebelión como algo personal… Y al mismo tiempo, siempre fue fácil huir, oponerme al sistema, al futuro que tenían planeado para mí. Y ¿por qué, te preguntarás? Pues porque esa servidumbre siempre fue externa, no venía de mi propio interior ni de mis propias circunstancias. He pagado mi libertad con cada una de mis cicatrices, pero no soy una heroína por ello.
Él me escuchaba atentamente. Yo tomé aliento para continuar.
-Sin embargo, en el siglo XXI, todo es distinto. El papel que ocupo allí es de una mujer joven y desesperada, sin armas, sin dignidad, casi sin orgullo, impotente ante la injusticia, cuyos patéticos intentos de pelear se ven frustrados por su situación. Y eso es porque ella no es libre. Prácticamente nadie es libre allí. Les han vendido humo hermosamente empaquetado, les han comprado la libertad a base de sueños y de promesas de una falsa estabilidad, seguridad, bienestar, a cambio de sus propias identidades. Les han convencido que para ser felices necesitaban formar una familia, hipotecarse hasta las cejas y conseguir un trabajo tiranizado, y que así vivirían contentos y ricos por siempre jamás. Y cuando descubrieron que habían sido víctimas de la más desalmada de las engañifas, se dieron cuenta de que ni siquiera podían salir a la calle a quejarse, que ni siquiera tenían tiempo para urdir la rebelión: estaban cargados de hijos, maridos o mujeres, hipotecas, con un trabajo en el que debían soportar todos los abusos e irregularidades por miedo a perderlo, o bien sumidos en la desidia por la falta de él: la esclavitud, allí, forma parte de la propia esencia de los seres humanos. Alguien o algo ha conseguido que así sea. No quiero regresar al siglo XXI, amigo mío, no quiero volver a ver las costas de mi Barcelona natal desfiguradas por leyes estúpidas y destructoras, y este es solo uno de los ejemplos. Preferiría haber muerto en Tierra Santa en mitad de aquella espantosa, inhumana y absurda carnicería: en el futuro ni siquiera puedo sacar mi espada para repartir mandobles. Y sin embargo, sé que tengo que hacerlo. Sé que he de volver.
Me observaba con gravedad.
-Debes decirles que huyan de eso. Tú puedes hacerlo. Que deshagan el camino andado, o al menos el que puedan deshacer. Que rompan con todo. Aunque sea una decisión radical, aunque les cueste dolor. Y debes seguir luchando también aquí. Quizá, si derrotamos la ambición y la ignorancia actuales, podremos evitar que los reinos hispánicos lleguen a ser ese país podrido de beatería y sacrosantos privilegios que describes.
Negué con la cabeza.
-No hace falta que les diga nada. Ellos ya lo saben. Pero no me escuchan. Ni siquiera yo me escucho a mí misma.
Se hizo el silencio entre nosotros. Yo respiré hondo.
-Seguiré luchando aquí. Pero volveré –dije al fin-. Aunque todavía no. Antes, quiero contarte cuál es la segunda cosa que he aprendido.
Él hizo un gesto inquisitivo. Yo continué.
-Que no pienso dejar escapar la más mínima oportunidad que me conceda la vida.
Abrí la puerta de la estancia. Él entendió.
(FIN… al menos de momento).