Revista Opinión

Con Jaume II vivíamos mejor (IV)

Publicado el 27 marzo 2013 por Eowyndecamelot

(viene de) No podía creer lo que estaba viendo. Todos los indicios apuntaban a que aquello era imposible. Claro que bien cabía la posibilidad de que estuviera sufriendo algún acceso de fiebre remanente y lo que presenciaba en aquellos momentos no fuera más que una alucinación. Así que, decidida a despejarme, me quité el yelmo y me bajé el capuchón de la cota de malla para secarme el sudor de la frente (una pelea con espadas en mitad del invierno es un método mucho más saludable y ecológico que poner la calefacción: deberíais probarlo) y echarme el cabello para atrás. Más despabilada, y bajo la presión de la mirada de aquel resucitado fijada en mí, intensa y perpleja, constaté que sin duda alguna lo que tenían ante mis ojos era real, así como los hermanos de la mesnada de Guillaume constataron a su vez que el caballero bajito al que se habían lanzado a socorrer era en realidad una chica, lo que causó en el grupo no pocas exclamaciones de sorpresa. Yo miraba a Guillaume revivido, aún demasiado estupefacta como para proferir algún vocablo cuando la expresión de sus ojos (que hubiera podido parecerme, por un momento, ligeramente alborozada si no hubiese sido por lo que iba a suceder en breve) adoptó en unas décimas de segundo tintes realmente coléricos mientras las facciones de su rostro se descomponían en una mueca de cabreo absoluto. Pero lo más divertido fue que a continuación se deshizo en tales juramentos e imprecaciones en su lengua materna que me niego a reproducir en este blog no sea el caso de que algún fiscal general del estado las considere más ofensivas que opinar que todos los ciudadanos tienen derecho a expresar su opinión sobre el Estado al que quieren pertenecer y me haga renunciar a todos mis cargos, en el caso de que tuviera alguno. Vamos, que estuvo a punto de escandalizarme hasta a mí, y eso que no soy precisamente conocida por mi mesurado vocabulario. Pero, para no dejaros sin la información, aquí os apunto una versión convenientemente autocensurada.

-¡Maldita seas tú y maldita sea la hora en que te conocí! ¡Malditas por siempre las tierras de Siria que fueron testigo de nuestro primer encuentro! Ojalá nunca hubiera tenido la ocasión de dejarme deslumbrar por tus traidores encantos de princesa guerrera –aquello estuvo a punto de hacer que me descojonara. ¿Princesa yo? ¿Y con encantos?-. Has echado a perder toda la misión. ¡Lo has arruinado todo! ¿Se puede saber qué estabas haciendo mientras yo me veía obligado a realizar el trabajo de los dos en unas deplorables condiciones físicas?

No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Deplorables condiciones físicas? ¿Él, que estaba más sano que un roble? ¿Se atrevía a hablarme a mí de deplorables condiciones físicas, habiendo pasado lo que había pasado? Me recordaba a las quejas de Urdangarín por su embargo ante un país con seis millones de parados y a este paso otro tanto de desahuciados o de suicidados. ¿Por qué los nobles y los pudientes están siempre tan convencidos de que tienen más derecho a vivir, y no solo a vivir sino a hacerlo de puta madre, que los que no hemos nacido en tan altas cunas? Y al parecer Guillaume no era una excepción, a pesar de su autoproclamado compromiso social.

-Pero cabronazo de mierda –le espeté yo, tan escasamente diplomática como siempre- ¿qué coño esperabas que hiciera? ¿Que corriera a tu llamada a toque de pito con 42 grados de fiebre? ¡Que el diablo se te lleve y cuanto antes mejor, hijo de la grandísima!

Sin embargo, él no me oyó. Estaba demasiado ocupado insultándome a su vez. Así que yo grité más fuerte y permanecimos durante un largo minuto enfrascados en un diálogo de sordos en la variante de la lengua de oil que se usaba en sus tierras bretonas (y que yo tenía la suerte de hablar, dado mi contacto con mercenarios de esa procedencia o tal vez porque también soy medio celta, y que me resultaba mucho más sencilla que el italiano, mi bestia negra lingüística particular) ante el asombro de los allí reunidos, que nos miraban sin entender más de aquella conversación que el hecho de que existían sobrados motivos para dudar de nuestra salud mental. De esta manera hubiéramos seguido bastante tiempo si, como de costumbre, Isabel no hubiera tenido el tino de acercarse a nosotros y, aprovechando un lapso de tiempo en el que estábamos recobrando el resuello para volver con una nueva tanda de descalificaciones que haría incluso enrojecer a los tertulianos de cualquier programa de marujeo, decirnos:

-Ummm… ejemm… no pretendo inmiscuirme en vuestros asuntos, pero si tuvierais la gentileza de discutir en alguna lengua cristiana tal vez los demás podríamos mediar en vuestras diferencias. En cualquier caso, este no es el modo, el momento ni el lugar adecuado para dirimir cuestiones, así que os sugiero que sigamos camino a Gardeny y esperéis una ocasión más propicia.

La sensatez de Isabel me hizo enmudecer, y solo pude lanzarle una mirada  de agradecimiento. Guillaume, por su parte, adoptó un semblante grave y se dirigió a mi amiga en nuestro idioma:

-Tenéis razón, señora. Os presento mis disculpas. Mi comportamiento ha sido incalificable y te aseguro que no se volverá a repetir –a pesar de todo, me agradó que se dirigiera a mi amiga con la misma deferencia que hubiera empleado para tratar a una dama, aunque por sus ropas se veía a las claras que no era más que una simple artesana. Pero no pensaba dejarme ablandar por ello. Ella, por su parte, se declaró inmerecedora de tanta ceremonia, y entonces Guillaume pasó al tuteo-. Por cierto, adivino que eres Isabel, la amiga de Eowyn. Me ha hablado mucho de ti. Yo soy Guillaume, hermano de la Orden del Temple, para servirte.

Inclinó la cabeza e Isabel hizo lo propio, mientras yo miraba tamaña demostración cortesana con suspicacia. Guifré se adelantó entonces y saludó a Guillaume, presentándose a su vez.

-No hemos tenido oportunidad de darte las gracias por vuestra oportuna llegada –añadió.

-Sé de la villanía de los Entenza para con la gente de tu zona, y me alegro de haber podido ayudar a darles una lección –Guillaume quitó importancia. Sin mirarme siquiera, continuó conversando con Guifré-. ¿Os dirigíais a Gardeny, entonces, como me ha parecido entender en las palabras de esta gentil dama?

-Sí, y mi cometido es acompañarla, a ella y a Eowyn, y cerciorarme de que arriban sanas y salvas –yo alcé los ojos al cielo, en cómico ademán de desesperación, pero me pareció inútil protestar: ¡los hombres, siempre perdidos en sus falsas ensoñaciones heroicas! No tenían remedio.

-Pues entonces, no perdamos más tiempo. El sol ya empieza a brillar en el cielo –y sin más, Guillaume emprendió camino, seguido de Guifré y de Isabel, que tuvo que hacerme un impaciente signo al ver que yo me hacía la remolona. Entonces, Guillaume hizo algo mucho más extraño que todo lo anterior, que ya era decir: cuando se hallaba ya  a unos pasos de mí, se volvió hacia atrás y me soltó en un tono de voz tan alto que hubieran podido oírlo hasta en Barcelona-. ¡Y que quede claro que no toleraré más tonterías, Ermengarda!

Miré a mi alrededor, y al no divisar en las cercanías a nadie que hubiera podido responder a tal nombre, me convencí que era a mí misma a quien Guillaume había aludido de tan extraña manera: era evidente, llegué a la conclusión, que al enigmático hermano le estaba sucediendo algo muy grave.

-¿Ermengarda? –Isabel me miraba con desconcierto-. ¿Ese es el nombre que te pusieron al nacer? No me lo habías confesado nunca –parecía algo contrariada.

-¡El demonio me libre! –me asusté yo-. Difícil habría sido sostener el peso de tal cristianización sobre mis espaldas. No, en absoluto, no tengo ni idea de por qué me ha llamado así ni de por qué me exige una fidelidad tal a la causa, por encima incluso de mi salud y mis posibilidades físicas. Creo que me está confundiendo con otra. Evidentemente no está muerto, pero algo grave ha debido de sucederle y se ha vuelto completamente loco. Debe de ser un caso de estrés postraumático. Y eso que no le han maltratado los soldados españoles en Irak y ha tenido que esperar diez años a que la prensa española decidiera revelarlo. (continuará)


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