Revista Opinión

Con Jaume II vivíamos mejor (VIII)

Publicado el 04 abril 2013 por Eowyndecamelot

( viene de) Me diréis, tal vez con razón, que soy demasiado fantasiosa, o incluso conspiranoica. Que una simple mirada de temor, por muy inapropiado que sea el contexto o el receptor, no tienen por qué hacerme pensar en traiciones de todo tipo, lo mismo que el hecho de que medios de comunicación de (teóricamente) opuesto signo político se conjuren en defenestrar sus antes más protegidos iconos, la monarquía y el PP, no debe de significar que se esté cociendo algo de dimensiones bíblicas en las más pringosas y escondidas trastiendas del poder. Y probablemente tengáis razón. Pero dando un voto de confianza con patente de corso no se consigue nada, así que prefiero desconfiar por norma y pediros a vosotros, los que tenéis el poder de prevenir algo, que estéis atentos, por favor. Si es que hay alguien al otro lado, cosa que en realidad dudo mucho.

Además, y volviendo al tema que nos ocupa, mi opinión respecto a Guillaume era mudable como la brisa de primavera, como suelen decir que son siempre las ideas femeninas, je je. Pero mis apreciaciones no hacían más que seguir la deriva de su comportamiento, y este no podía ser más errático. No obstante, como no tenía sentido que siguiera haciendo cábalas al respecto hasta disponer de más información, le dejé que me acompañará hasta mi habitación (situada en una dependencia convenientemente alejada del edificio principal, para que la castidad de los monjes no se viera perturbado por la diabólica tentación de la carne), en donde me dejó sin pronunciar una palabra más. Mejor: ya le había escuchado bastante por aquel día. En la estancia, austera y confortable, me esperaba Isabel, entretenida en echar hierbas y esencias aromáticas en una gran tina de madera llena de agua humeante.

-¡Hasta te han preparado el baño y todo! –me recibió-. Es evidente que tu Guillaume tiene mucho crédito aquí.

Quise creer que al emplear aquel posesivo se refería a mi supuesta relación familiar con el freire, y pensé que era más convenientemente evitar realizar cualquier comentario al respecto.

-Pues disfrútalo tú –la ofrecí-. Yo ya me he bañado en el río y sabes que no me gusta compartir los baños.

-Tonterías que traes de esa época de la siempre hablas. Pero no te preocupes. Creo que Guifré tiene planes mejores para los dos –me guiñó un ojo.

Me fingí escandalizada.

-Te vas a meter en un buen lío, Isabel –la reconvine-. Además, no sé cómo puedes inspirarte en un lugar como este. A mí se me cortaría el rollo, con tanto beato y tanto rezo.

Ella negó con la cabeza, muy segura.

-No te preocupes. Sabemos lo que hacemos y cuándo debemos hacerlo. Está todo controlado –se dirigió hacia la puerta-. Te dejo sola, para que te bañes tranquila: detrás de la cama está el famoso baúl de tu “padre” con más vestidos antiguos de esos que parecen gustarle tanto a Guillaume. Ah, y Gonzalo me ha pedido que te comente que después te explicará la nueva estrategia. Por cierto, ¿cómo te ha ido con el comendador? ¿Qué quería?

Bufé.

-Solo puedo decirte que me alegro de no llevar la espada conmigo. Porque la decapitación de un alto mando templario no creo que estuviera muy bien vista por mis jefes. Aunque probablemente no llegara a hacerlo: la gente importante suele estar bien protegida incluso cuando atenta contra la dignidad de las mujeres, y normalmente puede seguir con su vida e incluso adquirir aún más poder, incluso cuando todo el mundo reconoce su culpabilidad; mientras que sus víctimas tienen que largarse por patas.

Aunque ella no comprendió del todo, captó lo suficiente.

-Menos mal que no tienes que casarte de verdad. Porque ese hombre tiene aspecto de ser capaz de ir a buscar a tu futuro marido a Perpignan y desposaros él mismo si hace falta. Bueno, nos vemos en la cena –Isabel se marchó, mientras yo pensaba que cada vez me parecía menos divertida la pantomima que me veía obliga a realizar, y en las ganas que tenía de comenzar a repartir hostias. Indiscriminadamente.

La cena me sorprendió. Agradablemente, para variar. Nada de lecturas en voz alta de temas devotos ni silencio impuesto: en deferencia a la noble Ermengarda y a su dama de compañía, sobre la cual la gran señora había advertido que tenía que ser tratada con tanto respeto como ella misma, el ágape se llevó a cabo entre conversaciones amenas, historias y hasta risas; los jodidos hermanos sabían ser buenos compañeros cuando querían, eso tenía que reconocérselo. Yo me inhibí de relatar alguna de las anécdotas más procaces que había aprendido por esos caminos y esa batallas de Dios o del diablo, pero no me molesté en fingir ruborizarme ante otras, no menos licenciosas, que salieron a colación, sino más bien me reí con ganas (aunque guardando la debida corrección en la mesa adecuada a mi elevado rango), mientras observaba alborozada los esfuerzos de Guillaume por explicar al comendador, que mantenía una severa y aburrida cara de palo, que mi aparente desenvoltura se debía a que yo tenía muchos hermanos mayores, a lo que el otro le respondió que recordaba haberle oído decir que Ermengarda solo tenía hermanas pequeñas, viéndose mi colega obligado a contestar que esa no era la prima Ermengarda, sino la prima Teovigilda (o algo así). Las miradas con que me obsequiaba el mandamás de la encomienda me hicieron comprender que empezaba a pensar que mis muchas tierras y posesiones no eran premio suficiente para el desgraciado al que se le ocurriera pedir mi mano. Está visto que no soy lo suficientemente femenina.

Eso sí, nadie me libró de asistir a la posterior misa de completas, que pude seguir sin demasiado bostezos, o al menos sin demasiados bostezos excesivamente notorios, y una vez libre me encaminé a los aposentos que se me habían asignado, con Isabel perdida en algún punto entre la capilla y el edificio principal. En cuanto llegué me libré del traje, más que medieval, prerrafaelista, que decía mucho acerca del gusto en cuanto a féminas de Guillaume, criterios donde me alegraba de no encajar, no sin antes sacar de las profundidades del mismo unas impresiones que me había traído de mi última visita al siglo XXI, y que enumeraban pruebas fehacientes de las muertes ocasionada por las políticas antisociales en la España de 2013; no era un tema placentero, pero sí necesario, y en la comodidad de aquel dormitorio quería esforzarme por sacudirme el egoísmo y no olvidar a quienes se veían obligados a dormir en la intemperie o esperar en atestados y alejados ambulatorios una atención médica que tal vez no llegaría a tiempo. Pero aquel propósito con pretensiones solidarias a la luz de la vela se vio turbado creo que no mucho tiempo después por unos golpes en la puerta. Pensando que algo había arruinado el plan de Isabel y Guifré, di mi permiso para que pasara mi amiga; pero no fue Isabel la que entró, a menos que hubiera ganado unos centímetros, cambiado de sexo y vestido el hábito del Temple desde la última vez que la vi.

-¡Maldita seas, Eowyn! ¿Es que quieres arruinar mi vida? ¿No es suficiente con todo lo que me has hecho ya? Hablé con Gonzalo antes de cenar, mi intención era pedirte disculpas pero ¿cómo lo hago, si siempre me das un nuevo motivo para enfadarme? ¡Tú y ese malnacido que escolta tus pasos!

Con esas amables palabras me saludó Guillaume. Pero lo peor no fue eso, sino que, acto seguido, me cogió en vilo, me sacó de la cama y me empujó contra la pared. Como todos los verdugos, se creía una víctima con derecho a defenderse, a quien encima teníamos que tratar todos con buen rollito a pesar de sus intenciones, realmente, no parecían demasiado inofensivas (continuará).


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