Revista Infancia
Aquí os dejo un fabuloso artículo de Yolanda Gonzalez publicado en la revista Mente Sana.
Es largo, pero os aseguro que merece la pena dedicar unos minutos para leerlo. Podemos aprender mucho de el.
Espero que os guste tanto como a mi!
CON LA MIRADA DE UN NIÑO. EDUCAR DESDE EL CORAZÓN.
"Mirar a un bebé suele despertar en el adulto sentimientos de ternura y protección. Contemplar cómo ríen y se mueven los pequeños es un espectáculo único que muestra las ricas potencialidades que encierran desde el primer despertar a la vida. La infancia es el mayor tesoro que posee la humanidad. Y, sin embargo, la interacción del adulto con cada niño puede favorecer o interferir en su desarrollo óptimo y saludable en función de muchos factores interdependientes. Como sabemos, a lo largo de la historia han ido variando los modelos educativos y la forma de interacción con la primera infancia. Desde los más estrictos modelos autoritarios hasta los más permisivos, hay un gran abanico de variedades educativas que coexisten en nuestra sociedad actual. Pero más allá de las modas y los mmanuales educativos, necesitamos tener criterios coherentes y saludables para interaccionar con la primera infancia.
Necesitamos crear un puente de conexión entre el mundo adulto y el infantil que supere la visión tradicional del modelo adulto "yo sé, tú no sabes" y sustituirlo por el sano e infrecuente ejercicio de la empatía. Necesitamos observar y sentir a los más pequeños, sin prejuicios educativos, cambiando nuestra mirada para crear vínculos seguros y saludables. Efectivamente,el factor esencial durante la crianza y la educación es nuestra mirada, es decir, cómo interactuamos y el lugar desde el que nos relacionamos con ellos. Metafóricamente, podríamos mencionar dos tipos de mirada: la vertical y la horizontal.
En la mirada vertical, la más habitual, el adulto dirige desde arriba los pasos evolutivos del niño. Se considera que hay que "enseñar" al pequeño porque "no sabe". No solo se le enseñan normas sociales, también las funciones naturales como "dormir solos y de un tirón" (aunque reclamen a llantos a mamá), "comer de todo" (aunque no estén preparados), compartir (sin haber llegado a la etapa de la socialización)...Este hábito de "enseñar" todo-incluso las funciones naturales que están sujetas a procesos de autorregulación desvela el desconocimiento habitual de los ritmos madurativos y la descofianza en su capacidad de autorregulación.
La mirada horizontal, por su parte, aborda la infancia desde la empatía y el respeto por su proceso madurativo. El adulto se coloca a la altura del niño, acompañándole en su camino, con "ojos de niño", como señala tan gráficamente Franceso Tonucci, psicopedagogo y dibujante italiano. Mirar con ojos de niño significa comprender y sentir junto al niño; en términos de la teoría del apego, significa dar una respuesta empática y sensitiva, además de adecuada e inmediata, a las demandas emocionales del pequeño.
Hasta los tres años, los pequeños no entienden las explicaciones racionales. Solo esperan nuestra respuesta sensible a sus demandas para sentir que la vida es segura y merece la pena vivirla en nuestro regazo. Conocer su proceso evolutivo emocional,es decir, sus necesidades vitales y emocionales, es la clave esencial para acompañarles desde el respeto, la paciencia, la presencia emocional que requieren en los primeros seis años de vida, etapa en que se constituye el carácter y el vínculo seguro. Muchos sinsabores de la crianza y la educación son debidos al desconocimiento de cuándo, qué y cómo se puede pedir o esperar de un niño pequeño. No podemos esperar lo mismo de un pequeño de dos años que de otro de seis.
Las necesidades adultas y las infantiles son antagónicas por simple evolución madurativa. Ellos son pequeños e inmaduros; nosotros, adultos y supuestamente maduros. Ellos necesitan depender para crecer; nosotros, que crezcan rápido para que se independicen. Ellos necesitan de mamá o papá por la noche para sentirse seguros; nosotros, que duerman solos. Ellos necesitan jugar sin cesar como forma de aprender a vivir; nosotros, descansar después de trabajar. Y así un largo etcétera que coloca a los protagonistas de la historia en dos posiciones opuestas y ,a veces, irreconciliables, salvo si recordamos que para crecer seguros y sanos, los niños necesitan satisfacer sus necesidades emocionales: que atendamos su llanto, que les ofrezcamos contacto corporal y que respetemos su ritmo madurativo. El pediatra y psicoanalista inglés Donald Woods Winnicott decía: "La fuerza o debilidad del yo del niño/a está en función de la capacidad del cuidador para responder adecuadamente a la absoluta dependencia del bebé en las primeras fases de la vida".
Si queremos hijos saludables, con vínculo seguro, en la primera infancia se encuentra la clave. Por tanto, somos los adultos los que podemos adecuarnos y amoldarnos a estas necesidades prioritarias de los primeros años -aunque implique algunas renuncias-,en lugar de tratar de adaptar a los pequeños a nuestro mundo adulto, con el consiguiente estrés y malestar para la primera infancia. Podemos superar la realidad de dos mundos opuestos estableciendo un puente de conexión a través de la empatía, de "sentir-con" ese pequeño que reclama nuestra atención y no entiende nuestras razones. Ellos son los pequeños; nosotros, los mayores.
Las emociones infantiles y las nuestras no son idénticas en cuanto a intensidad y capacidad de asimilación. Los menos de tres años sienten intensamente y no pueden relativizar sus emociones. El intelecto y la capacidad de racionalización adulta no están presente en esta etapa temprana del desarrollo en que están inundados de emociones, sin un filtro racional posible. Si mamá se va, por ejemplo, no valen las explicaciones verbales de buena fe como "volverá enseguida". Con menos de tres años,el niño llorará desconsolado, y solo parará por agotamiento o ante el regreso materno. No se trata de ningún déficit ni de que deban "aprender" algo para superarlo, simplemente necesitan tiempo de maduración para sentir y saber que si su figura de apego parte, volverá.
Es crucial comprender que las necesidades emocionales infantiles-de atención, afecto y presencia de la figura de apego-son legítimas y no responden a ningún capricho ni malcrianza. Malcriar es, contrariamente a la creencia popular, no responder con empatía a la demanda imperiosa de antención del niño, que, por otra parte, le trasmite la seguridad que necesita para su evolución posterior. Todavía existe el mito de que la infancia es el paraíso de la felicidad que perdemos según crecemos. Si pudiéramos recordar nuestra infancia, quizás aflorarían a nuestra conciencia momentos alegres, pero también otros que no lo son tanto. Seguramente sentimos soledad o incomprensión más veces de las deseadas; puede que experimentásemos el doloroso sentimiento de la humillación cuando nos acusaron injustamente de mentir, o recibimos un castigo doloroso..Recordando nuestra infancia es probable que comprendamos que no siempre fue esa etapa idílica en la que se afirma que los niños son felices porque no tienen obligaciones ni créditos que pagar. Crecer tampoco es fácil. Partir de nuestra experiencia puede ayudarnos a abandonar la mirada vertical y descender hasta la altura del niño, mirando a sus ojos y sus pequeñas manitas, en lugar de interpretar automáticamente cualquier comportamiento suyo sin pararnos a sentir su lógica emocional.
Podemos frenar la tendencia sistemática a interpretar que "no nos obedecen"-con el consiguiente y automático enfado-y detenernos a pensar que, quizás, están inmersos en su juego preferido y necesitan la complicidad paterna o materna para abandonarlo e ir a cenar, por ejemplo. Podemos cuestionarnos la interpretación social que impone reglas externas sobre lo que "debe" hacer un niño sin discriminar edades madurativas o que considera que atender a sus demandas afectivas es malcriar.
En lugar de pensar en términos de "enseñar",tratemos de observar su momento evolutivo y discernir si está preparado para integrar madurativamente un paso más en su desarrollo. Ese paso puede ser la escolarización, el control de esfínteres, el destete o cualquier logro madurativo. Y para ello, necesitamos "sentir-con" ese pequeño y estar formados-informados sobre su proceso evolutivo, y desde el enfoque de la salud, que no siempre coincide con las normas sociales. En lugar de invadirles con nuestros razonamientos lógicos, tratemos de empatizar con su momento emocional, utilizando siempre "su" lenguaje-que no es el nuestro-, que se basa en el juego y la complicidad, y que tiene su sede en la expresión corporal.
Busquemos alternativas creativas que sustituyan al omnipresente "no", que frustra tanto las necesidades afectivas como los caprichos, y provoca las conocidas rabietas. Se pueden lograr los mismos objetivos sin entrar en guerras innecesarias fomentando los acuerdos consensuados a partir de los tres añitos. Es mucho más gratificante y educativo el aprendizaje mutuo del arte de los acuerdos que imponer criterios que se alejan de su comprensión infantil. En lugar de interpretar cualquier comportamiento como desobediencia, tengamos presente que ellos viven bajo el dominio del placer y nosotros bajo el del deber. Lenguajes, nuevamente, antagónicos.
Juguemos para lograr nuestros objetivos, sin imponernos desde el intelecto. Intentemos formar seres humanos razonables y solidarios, en lugar de personas sumisas o rebeldes sin causa. Y, para conseguirlo, cambiemos nuestra mirada a la infancia mediante la empatía y el respeto por ese pequeño ser de hoy, futuro adulto del mañana."
NO OS HAN ENTRADO GANAS DE SALIR CORRIENDO A MIRARLES LAS MANITAS A VUESTROS PEQUEÑINES??