Revista Insólito

Con la tradición a cuestas

Publicado el 27 marzo 2024 por Monpalentina @FFroi

A veces, es bueno echar la vista atrás un momento y recordar cómo aquí, en nuestra sobria y austera tierra castellana, los días de la Semana Santa siempre han venido marcados un tanto por la austeridad, el recogimiento y los signos externos de dolor. Y claro, no digamos ya si hablamos de aquellos años 60-70 de nuestros pueblos. Donde, si ya de por sí, eran unos años marcados por las estrecheces económicas y por la cultura y normas de convivencia tan particularmente determinadas, llegados estos días de Semana Santa, todo esto adquiría unos tintes aún mucho más lúgubres y como envuelto entre pesadas tinieblas.


En aquellos años, mi pueblo no era una excepción y seguía al pie de la letra la tradición más fiel en todo lo relativo a la Semana Santa: Cuaresma, bulas, ayuno y abstinencia, lavatorio de los pies, penitencia, oración... Los chavales, que disfrutábamos ya para esas fechas de unos días no lectivos y lo agradecíamos y explotábamos lo más posible día tras día porque, indefectiblemente, se nos quedaban demasiado cortos; no por ello, no dejábamos de participar de manera activa y directa en los actos religiosos. De entrada, nuestra era en exclusiva la misión de ir anunciando por las calles del pueblo, provistos de aquellos simpáticos instrumentos musicales conocidos como carracas y que tanto nos gustaba poner en funcionamiento, los actos religiosos que estaban a punto de comenzar en la iglesia. Y así con cada uno de ellos, porque durante los días centrales de la Semana Santa, como señal de luto, las campanas, con cuyo toque se anunciaban aquéllos el resto del año, permanecían ahora en silencio total. Pero incluso en fechas anteriores, habíamos colaborado también con el resto de jóvenes del pueblo en el especial momento de "tapar los Santos" (las esculturas que decoraban el frente del altar mayor y las capillas laterales) con aquellas grandes telas oscuras, como señal también de luto, recogimiento y dolor para los siguientes días de la Semana de Pasión; hasta que llegase el Domingo de Resurrección y la alegría con la que venía cargado. Como especial resultaba también aquel otro momento de la tarde-noche del Jueves Santo cuando, durante los actos religiosos, se producía aquel simpático gesto del "lavatorio de los pies" a un pequeño grupo de convecinos por parte del sacerdote, que enraizaba en la más honda tradición de aquellos actos religiosos; y que nosotros, los chavales, encontrábamos de lo más original; por lo que cada año estábamos expectantes ante su celebración. Participación nuestra que gozaría también del mayor de los protagonismos el domingo de Resurrección durante la particular y querida procesión del "Encuentro" cuando, por turnos, se nos permitía llevar las andas con la Virgen para el crucial momento del encuentro con su Hijo crucificado, cuyas andas eran portadas por los mozos del pueblo. A partir del cual, y como signo y señal de alegría, volvían a sonar las campanas volteadas con verdadera pasión y ganas por el resto de jóvenes del pueblo (porque ya se sabe que no se puede estar a la vez en la procesión y repicando), que no cesaban en su acción de volteo en tanto la procesión estuviese recorriendo las calles del pueblo. Eran días en general, aquellos de Semana Santa, que nosotros, los chavales, vivíamos muy intensamente; pues, además, al salirse un poco de la rutina diaria, nos hacían estar continuamente en movimiento de acá para allá. Claro que eran fechas que guardaban también un recuerdo muy especial en nuestra memoria en el aspecto gastronómico, y que esperábamos con verdadero interés y ganas infinitas, porque era cuando en las casas se elaboraban diversos tipos de dulces, entre ellos las consabidas "orejuelas", que tan ricas nos sabían; eso sí, estirando un poco la masa de las mismas, que venía desde los días de carnaval ya pasados.

Todas estas historias han pasado ya a formar parte de nuestro ayer más inmediato; pero sentimos cómo aún son capaces de arrastrar grandes dosis de emoción cuando se los revive. Un caudal, éste de los recuerdos, que podría pasar a formar parte también del patrimonio inmaterial de cada uno de nosotros.

Con la tradición a cuestas

Una idea de Javier para Curiosón


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