En la gruta, junto al fuego, con la “Y de yesca” en la mano.
Foto: Getty Images/National Geographic.
No me resulta en absoluto fácil establecer cuando fue la primera vez que vi el fuego ni que impresión me causó. Sé, sin embargo, que lo que puedo llamar con propiedad mi infancia estuvo llena de picón y badila. Y qué el descubrimiento de las piedras calientes en el bolsillo delantero de mi mandilón son también recuerdos prestados, como quizás lo sean estas pantuflas y estos calcetines de lana cruda con los que trato de combatir los nocivos efectos que este invierno anticipado produce en la información almacenada en mi memoria y en mis circuitos más sensibles aquí, en el fondo de esta gruta en la que vivo desde el día de la gran explosión.
(LUN, 545 ~ «Cuentos alfabéticos: Serie Z/A»)