Revista Educación

Con lo que no puedo

Por Siempreenmedio @Siempreblog
Con lo que no puedo

No suele gustarme nada hablar de mi trabajo en este blog. No por nada que tenga que ocultar, sino porque en este espacio trato de evadirme y abordar otros asuntos diferentes a los que me ocupan muchas horas del día, y en este año incalificable, de montaña rusa extrema, más aún. De hecho, ahora no recuerdo si alguna vez he contado por aquí que trabajo para el sector turístico, concretamente para el hotelero. Vamos, que llevo en crisis más de un año, desde que el turoperador británico Thomas Cook quebró de la noche a la mañana, aunque los entendidos ya lo venían venir.

Como periodista, ahora en el otro lado, el oscuro, como decimos en el argot del gremio, tengo clarísimo que nunca usaré mis redes sociales personales para comentar en público un asunto, debate o polémica que tenga que ver con los propios argumentarios que contribuyo a elaborar en mi día a día; los míos, los de mi sector, u otros relacionados. De hecho, desde que trabajo en comunicación corporativa e institucional me reservo bastante mis opiniones de muchos temas que inundan la actualidad. Porque yo no soy portavoz de nada que no sea mi propia opinión, y esa suelo darla en mi ámbito privado.

No tengo que estar siempre de acuerdo con todo lo que escribo, aunque también es cierto que ningún asunto ha tocado de cerca mis principios morales. Tampoco coincidí siempre con lo que narraba en las páginas de los periódicos locales en los que he trabajado. En definitiva, he tenido la suerte de que en más de 20 años de profesión me he topado con pocos dilemas morales, y los que he tenido he tratado de resolverlos lo mejor que he podido o sabido. Dormir, duermo tranquila, fruto de que esos principios de los que hablo no se han visto afectados.

Sin embargo, hace algunos meses que vengo mordiéndome la lengua con un asunto que aunque no es estrictamente turístico, sí toca muy de cerca el sector. Hablo de la crisis migratoria y humanitaria a la que Canarias viene asistiendo este año con gran dosis de impotencia. Más allá de la sinrazón de que los gobiernos con competencia en este ámbito sigan pensando que es un problema de este archipiélago, −"que lo resuelvan ellos, porque claro, como los que vienen son pobres, no vamos a ocuparnos ahora de esta gente que no nos aporta nada"−, con lo que no puedo, porque me hierve la sangre, es con aquellas voces que hablan de mala imagen para el sector.

Y peor aún, no puedo con quienes afirman que algunos de los migrantes que se han jugado la vida en el mar en su ruta hacia Canarias −como esta terrible historia de 'Prince', que ayer me cortó la digestión mientras desayunaba plácidamente en mi casa con jardín y mi afortunada vida de ciudadana europea−, son tratados a cuerpo de rey porque duermen en una cama de hotel y comen 3 veces al día. ¡Madre mía! ¡Qué despropósito! Y aún hay más: ¡viven en hoteles de lujo!, protestan algunos.

Ya lo decía hace algunas semanas mi compañero de blog Elhombre10 cuando hablaba de 'Aquellos inmigrantes que vienen a robarte el trabajo'. Lo triste es que esos argumentos xenófobos y racistas calan más de lo que nos gustaría. Pero no se confundan: no se trata realmente de raza, color de la piel, o religión, incluso. Porque si los miles de africanos que llegan de forma irregular a Canarias vinieran con las American Express con millones en sus cuentas, ya me gustaría a mí ver las caras de algunos. Pero no, quienes vienen son pobres que buscan una vida mejor, y esa aporofobia ha inundado los cerebros de muchos, en ocasiones hasta para promover terribles concentraciones y manifestaciones a las puertas de aquellos establecimientos que los acogen.

Pues contra este tipo de intoxicaciones interesadas, aporofobia, racismo... trataré siempre de alzar mi voz, porque me aterra ver que crece el número de personas que secundan estas ideas. Y en esta ocasión, sí, daré mi opinión incluso fuera del ámbito privado.


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