Con lo que queda de mí, ser irremisiblemente roto, engalanaré mi techo con todas las estrellas que a dibujar alcance. Y abriré en mi techo una ventana, para que pueda contemplar de noche el cielo verdadero, más allá de mi techo y de mi dolor.
Con lo que queda de mí te besaré los párpados cada mañana, para que el amor te llene antes de estrenar el día, y te miraré, aún dormido, como la primera vez que me besaste.
Con lo que queda de mí, ser obstinadamente en pie, saldré a las calles para beberme la luz, y sellaré cada noche con los nuevos recuerdos y un abrazo silente. Amaré las pequeñas cimas y los pasos que me precedieron, bordeando las viejas huellas con reverencia. Y cuando el frío me cerque escucharé las canciones que avivan el fuego de la hoguera primitiva.
Con lo que queda de mí, un ser definitivamente en paz, no aspiraré a otra cosa que a una sonrisa franca, a una mirada tierna, a un abrazo sincero y a una palabra cierta. A que en el último recodo, cuando la corriente se amaine y ceda, pueda sentir en lo hondo que vivir mereció la pena.
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