Ya llevo e invierto demasiado tiempo en Facebook como para no proponerme darle la vuelta. Debo ser yo hombre de extremos que ante la duda de dejarlo pues, por mi mala cabeza será, no acierto a recibir tanto de él como espero y probablemente merezco, he decidido hacer justo lo contrario y me he puesto a invitar a mi red a todos los amigos de amigos
que me ha sugerido la herramienta siempre.No deja de ser gracioso que en cuanto te pasas de una cantidad de invitaciones se enfada el Facebook y te pregunta que «por qué y de qué conoces tú a ese» que él mismo te ha sugerido; bien dice: —«quizá conozcas a mengano»; —«pues no, pero justo es eso lo que quiero, conocerlo, mira tú por dónde, y déjame a mí investigar, programa de mierda»Yo que hace un par de años o tres tenía mas de medio millar de amiguitos de los de entonces prácticamente todos ofrecidos a mí, luego de dejar el vicio durante un año y medio, y de haberme desecho de todos menos dos docenas, me veo ahora suplicando amistades como si de un virus se tratase.
«Quién será este y qué querrá» pensarán aquellos a los que me ofrezco, tal y como he pensado yo toda la vida. Que qué poder se experimenta al rechazar al pobrecillo que toca a tu puerta digital, ese que si no era ya amigo tuyo será por algo. Como me ofrezco a tantos no me da tiempo a sentirme realmente rechazado por nadie. Soy ese mal cazador que dispara sin tregua en tantas direcciones que no queda otra que cobrar alguna pieza.Y luego la inquietud de invitar a éste y no al de al lado, basándote en qué; estoy convencido de estar pasando por alto a personas magnificas e invitando a auténticos petardos, como en la vida corriente.Conforme a la teoría de los seis grados, según la cual toda la Humanidad está conectada entre sí con un máximo de seis personas de diferencia; quiere decirse que es seguro que el amigo de una amiga del amigo de otra amiga del tendero de un familiar conoce al Sha de Persia. Es seguro que habrá de ofrecérseme para que yo le invite a mi Facebook a toda persona que lo tenga (falso, voy a cansarme de un momento a otro o la herramienta de mí, en este pulso desigual). Si fuera eso cierto, que tuviéramos a miles y miles de personas en nuestra comunidad será lo más parecido a no tener a nadie, nadie que puedas distinguir o que te distinga, o que le de tiempo y gana en medio de la masa. Más o menos como en la vida real. Todo el mundo a nuestro alcance sin que nos animemos o se animen a dar el paso que nos saque de la pena.
Habrá pues que revisar el principio según el cual los amigos de mis amigos son mis amigos, eso solo podía ser cierto cuando los contábamos con los dedos de la mano.