Hace tiempo dejé de escribir y, creedme que, noche tras noche me preguntaba por qué sin hallar ninguna respuesta que me sirviese.
Quizás no tuviese nada sobre lo que escribir, ni inspiración, ni siquiera ganas. Digamos que, en nochevieja, siempre acabo diciendo que el año que entra será mi año y, últimamente, cada año venía siendo peor.
Este, no os voy a mentir, se me ha hecho un poco cuesta arriba. Que si oposiciones, hospitales, más hospitales, malas noticias y, así sucesivamente. A lo mejor, por eso he dejado un poco más de lado el blog, mi pasión por escribir lo que siento, y la habilidad por las palabras.
Admito que llegó marzo y con él, las ganas de llorar cada uno de los días que hay hasta el 24. Era el primer año sin ella, y yo la recuerdo como si fuera ayer la última vez que la vi.
Y con marzo lluvioso, también apareció una de las mejores personas que conozco hoy por hoy. Yo, que había construido un muro de ladrillos y cemento, para no volver a sufrir, llegó él a mi vida y supo llegar a mi, despacito y con buena letra y, el mismo 24 desastroso, empezamos una vida en común.
Creo que esa es la única alegría que me ha dado este año pero, la verdad, que ha merecido mucho la pena.
He vuelto a aparecer por aquí, entre otras cosas, por él. Porque tengo mucho que decir, mucho que contar y mucho que sentir. Porque ahora, por fin, vuelvo a ser feliz.
Vuelvo a la carga, con más ganas que nunca.