Revista Diario
Mi niña pequeña ya tiene 14 meses y ninguna intención de caminar. Ni lo intenta. Y cuando la pongo de pie, se enfada. Tiene carácter. Como mejor se traslada es en mis brazos. Apoyada en mi cadera como si fuera un taburete con mi brazo como respaldo ahí estaría siempre. Ahora está en la fase de querer estar pegada a mí cual paparrita. Ni jugando al ¡Taaa! ¡Nostá! me deja moverme de su cuadro de visión. Pero como ya no soy novata y con mi hijo mayor ya me pasó, intento no desesperarme tanto como con él. Me he acostumbrado a hacerlo casi todo con una mano y a tenerla enganchada a mi cuerpo como si fuera una prolongación de mí.Lo de caminar, por ahora, no me preocupa demasiado. Según me cuentan, yo lo hice a los 18 meses, así que aún me puede igualar. Lo de estar pegada a mí, hay veces que incluso me gusta. Debo ser masoquista o algo así porque cuando se duerme la hecho de menos, a pesar de que no me ha dejado hacer nada en todo el día, y cuando consigo que se entretenga con algo alejado de mí, soy yo quien va a buscarla. El otro día, haciendo la comida, estaba intentando volcar un bote de lentejas en la olla con una sola mano. Adivinad quién estaba en la otra. Empecé a sacudirlo con fuerza para que salieran por su propio pie. Ella primero se quedó mirando con extrañeza al bote. Luego me miraba a mí, supongo que pensando algo así como, qué hace la loca de mi madre. De repente se puso a reir a carcajadas. Fue genial.