En un pasaje de Autopsia, notable novela de Miguel Serrano Larraz, se menciona la flagrante ausencia de los pesebres en el pop español en contraposición con su uso frecuente en el mundo de la canción anglosajona, donde los fonemas de la palabra facilitan su rima con otras.
La imago mundi que representa esta construcción navideña se forjó en Nápoles, donde es una tradición muy arraigada que hace las delicias de niños y adultos. Por ello no es de extrañar que Maurizio de Giovanni sitúe una de sus figuritas como clave resolutiva de uno de los crímenes de su serie dedicada al enigmático Luigi Alfredo Ricciardi, comisario de la ciudad partenopea en tiempos oscuros.La quinta entrega de sus aventuras se sitúa en vísperas de la navidad de 1931. El asesinato de una pareja en el barrio de Mergellina desata todas las alarmas. El crimen ha sido muy violento y huele a venganza, entre otras cosas porque uno de los finados era centurión de la milicia fascista del puerto, con suficiente poder para extorsionar a pescadores y acaparar enemistades que explicarían las sesenta puñaladas recibidas en su cuerpo.El escenario del crimen está repleto de sangre que no oculta a un pobre San José en el suelo. El símbolo de la paternidad despreocupada, que sólo lucha por el bienestar de sus hijos, yace a los pies de una mesa, desgajado de su hábitat natural que es el pesebre.Ricciardi, puente entre vivos y difuntos por un don especial, acaba de sortear los peligros de un adiós prematuro tras un accidente. El milagro de su recuperación y su poco interés por subir escalafones en la jerarquía policial le hacen un ser incómodo pero útil por su capacidad. Nadie más aúna tantas virtudes en pesquisas y resoluciones. A su lado siempre está Maione, su Sancho Panza partenopeo, con barriga, un amor profundo por su familia y la desdicha de sentir como en esas fechas de paz y amor duele el recuerdo de la pérdida de un hijo asesinado. ¿Quieren más ingredientes? En esta aventura todas las piezas ya son muy reconocibles porque cada historia de la saga ha dado a sus protagonistas rasgos muy reconocibles. El doctor Modo, contrario al régimen mussoliniano, es el ojito derecho del comisario. Le ayuda en sus cavilaciones y no tiene problemas en ser generoso con los más necesitados. Su papel es determinante porque muestra el lado más humano del protagonista, asimismo visible en sus visitas a un cura que sabe de sus quebraderos amorosos entre una rica romana, la viuda Vezzi, y Enrica, su tímida vecina que cierra la ventana desde donde con anterioridad esperaba el discreto saludo del investigador de la sordidez urbana. La madeja no se lía sólo en el trabajo. Los hombres somos un perpetuo bucle de preguntas útiles para avanzar en el camino.¿Quieren más? Los casos de Ricciardi son un estado mental que fluye por el tejido de una ciudad única e irrepetible. Los paseos y movimientos reflejan el exterior aún insertándose en un orden interior que es el del cerebro de todos y cada uno de los implicados, que no por nada residen en unos espacios determinados que explican, además de su profesión, personalidades y circunstancias. Lo dicho sirve tanto para monjas como para marineros o rufianes caídos en desgracia. La estela de Ricciardi no deja a nadie indiferente. En Con mis propias manos deberá vérselas con fascistas de primera hora caídos en desgracia, superiores ineptos, religiosas amargadas, pescadores sin recursos y mil fuerzas ocultas que conspiran para impedir facilitar la tarea detectivesca, importante hasta cierto punto en un universo donde las cuestiones privadas tienen una relevancia cómplice con el lector.Si nos centramos en un análisis basado en el giallo, observaremos cómo de Giovanni sabe aguantar la intriga casi hasta el último aliento mediante una intensidad acrecentada por la brevedad de los capítulos y la sabiduría con que alterna las varias voces narrativas que pueblan sus textos. Por otra parte cabe decir, y me parece de suma importancia, que no estamos ante un narrador que se limite a lo escabroso. Merece un aplauso porque su serie dedicada a la Nápoles fascista transcurre con la lentitud de la época de la que refleja tradiciones e idiosincrasia sin resultar petulante ni forzado. Todo fluye y se enmarca en el contexto, tan fundamental si se habla de un pasado tan negro desde el doble sentido mortuorio y dictatorial de aquella Italia, un pesebre viviente donde las nuevas simbologías añadían más riesgo a la ya de por sí tortuosa existencia.