Escribir poemas de amor en lengua española supone resignarse a que todos los versos que uno vierta sobre el papel sean inmediatamente comparados con los de Gustavo Adolfo Bécquer o Pablo Neruda. E imagino que Francisco Javier Illán Vivas, consciente de la inutilidad de cualquier rebelión en ese ámbito, decidió optar por la salida más inteligente: dejar que esas huellas permeasen en muchas de sus composiciones y mostrar la filiación con más orgullo que disimulo. Así, la impronta de sevillano y chileno es evidentísima en poemas como “La sed” (p.16) o “Leí y lloré” (p.51). Pero estas adherencias literarias no invalidan la pureza central de las emociones que el poeta siente burbujear en su interior, sino que las modula y eleva, para que Con paso lento alcance instantes de noble belleza y de singular musicalidad, a través de rimas inesperadas, variaciones estróficas muy notables y cambios de registro que sorprenden al volver cada página.
Atrevido y versátil, el autor no tiene reparos en jugar con la polimetría, se adentra en el delicado territorio del soneto, no rehúye las epístolas e incluso esmalta, en la página 35, un sonetillo. En algunos casos, elige un ritmo de sensualidad deleitada, con chisporroteo de vocabulario infrecuente (“Manglares”); en otros, se decanta por la condición alígera, convirtiendo sus versos en una pluma que cae con lentitud sobre la hoja, casi sin hace ruido (“Diana”). Pero siempre consigue decirse con autenticidad, emoción y elegancia. Eso convierte Con paso lento en un libro hermoso, que merece la pena leer.