La raíz de todo lo que nos sucede no es visible, se siente en el cuerpo pero no ocurre en el cuerpo, lo podemos pensar, pero esas imágenes apenas representan la realidad.
Hay algo más profundo que ocurre en un mundo invisible para nuestros sentidos. Esa es la energía que nos contiene y donde nace lo que pensamos, lo que sentimos y lo que vemos. Por eso, a veces, es necesario cerrar los ojos para poder sentirla. Porque está allí, pero todo lo demás nos distrae.
Y en ese plano, hay dos energías que danzan juntas. Una densa, pesada y la otra liviana y brillante. La energía del miedo y del amor. Se entrelazan, se separan y vuelven a unirse.
Cuando hay amor, hay orden. Cuando hay miedo, todo se desordena. Con el amor volamos, con el miedo nos sentimos atrapados. Por eso, cuando algo no se ve bien o cuando en nuestro corazón algo no se siente bien, paremos y observemos en torno a cuál energía estamos girando.
Si estoy alrededor de la energía del miedo, puedo estar en el paraíso, pero de todo temeré. Si estoy en la energía del amor, hasta los habitantes del infierno me despertarán compasión.
Nunca es el otro, nunca es el lugar, tampoco una situación la que provoca malestar. Todo depende de la energía que estoy usando para danzar el baile de la vida.
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