Siempre me ha sorprendido el deporte del sumo. Dos tipos de obesidad mórbida compiten por sacar de un círculo a su oponente. Toneladas de sobrepeso empujándose unas a otras mientras el espectador aguanta el aliento. Un simple pie fuera del círculo decide el combate y el público enaltecido aclama con vítores al vencedor. Apasionante, sobre todo si eres japonés, pero para el resto, un espectáculo, con mezclas grotescas y pintorescas. Un evento que no nos deja indiferentes, pero tampoco nos atrae demasiado. Quizás el cómodo español prefiera ver matar a un toro, ver un disparo a portería, o criticar a todo lo que se menea. Y es que queridos lectores, vivimos en un mundo singular y único. Lo que algunos agrada, a otros desagrada, lo que a uno le parece feo, a otros les maravilla.
Nosotros somos luchadores de sumo, eternos luchadores. Nuestro oponente, es una sombra gorda de nosotros. Son nuestros miedos, nuestras limitaciones, nuestras indecisiones. Un combate que empieza cuando suena el despertador y termina cuando volvemos a la cama. Un toma y daca con nuestra vida que nos agota y nos roba nuestra felicidad.
Nuestro contrincante es fuerte, nosotros le hemos alimentado. Se sabe todos nuestros trucos para evitarlos, y parece que lee nuestro pensamiento para sabotearnos. No debemos infravalóralo ni mirar para otro lado, pues aprovecha el descuido para traicionarnos.
¿Cómo se puede evitar su gélido aliento en nuestra cara? Pues sencillamente haciendo lo que no nos permite. Interpretar al revés sus órdenes, a desoír lo que nos propone. Nosotros creamos a nuestra sombra, básicamente para protegernos en el exterior de nuestro conformismo.
Pero dicha sombra ignora nuestra edad, nuestras capacidades, nuestra valía, y vuelve a aplicar su censura agobiante sobre nosotros. ¿Y cómo lo vencemos si no nos deja tranquilo? Pues reitero…. Haciendo lo contrario a sus designios.
Hay cientos de tweets, de citas celebres de recomendaciones de expertos, que dicen que nuestro mayor enemigo somos nosotros mismos. Yo reitero esas afirmaciones y te confirmo amigo mío que es bien cierto. Solo enfrentándonos a lo que más miedo nos da, podemos avanzar. La sensación que produce es de bienestar y el resumen final es el pensamiento de que no pasa nada malo. El miedo se esfuma como un trozo de hielo al sol del mediodía en agosto, y nuestro mayor temor y pesadilla resulta ser un firme muro de papel. Pero te diré algo más. Todas nuestras barreras están hechas del mismo papel. Cartón piedra de desconocimiento y falsas convicciones.
Así que al fin y al cabo, nuestra meta es subir al tatami de la vida, e ir expulsado a esos contrincantes pesados de sumo, creados por nosotros mismos. Veréis como no tenemos limites, volemos.