Sucedió como ocurre con cualquier raspón: la peque corría y tropezó. La rodilla comenzó a sangrar mientras ella lloraba inconsolablemente. La tomé entre mis brazos y la llevé a la habitación intentando calmarla con mis palabras. La senté en la cama y le dije que dentro de muy poquito tiempo le iba a dejar de doler. Ella confió en mi y se quedó en silencio, observándome. A mi me temblaba un poco la mano mientras limpiaba la herida con Betadine. De repente me dijo:«Mami ya no me duele, eres maga».
Mientras yo me sentía satisfecha de mi valiente actuación la niña no paraba de decirlo:«Mami eres maga, ya no me duele, eres maga, mami, como una doctora».
Lo repitió un par de veces más y después apoyó la cabeza en la almohada y se durmió. Mi superego, mi ego y yo, sonreímos juntas mientras la veíamos respirar.