En los últimos años, el panorama de lo que podría llamarse el pensamiento progresista se ha convertido en algo parecido a un supermercado. En lugar de haberse generado una propuesta omnicomprensiva para una sociedad compleja como la del capitalismo de nuestros días, han proliferado multitud de respuestas parciales, especializadas y centradas en dimensiones concretas de los problemas comunes. En cada "departamento" del supermercado ideológico progresista se produce un artículo determinado: el decrecimiento, la renta básica, diferentes tipos de feminismos a elegir, ecologismos igualmente envueltos con diversos matices y formatos, animalismo, economía del bien común, por no hablar de las diversas interpretaciones del marxismo... Los productores o consumidores de cada una de ellas se comportan como fieles de una iglesia civil, de quien suponen que posee en exclusiva la propuesta que puede resolver los problemas de todos.
Sin haber sido capaces de generar un pensamiento alternativo omnicomprensivo y completo capaz de dar soluciones a los problemas complejos y globales de nuestro tiempo y no sólo a algunos concretos, las izquierdas se han dividido en multitud de corrientes que, a su vez, se reproducen como las estrellas de mar, por fragmentación, y que marchan cada una por su lado abrigándose intelectualmente con un ropaje ideológico hecho a su medida y particular, de modo que sólo puede utilizarlo quien tenga su propia y exclusiva hechura.
Viene esto a cuento porque ahora que nos encontramos ante un nuevo problema económico complejo, a las puertas de una crisis nacional y mundial de dimensiones todavía imprevisibles, como resultado no sólo de la pandemia sino del contexto en el que se produce, se vuelve a caer en el error de creer que soluciones segmentadas y parciales, singulares, pueden resolver los problemas complejos y multidimensionales como el que tenemos por delante.
En concreto, me refiero ahora a la idea, cada vez más difundida, de que la puesta en marcha de una renta básica -universal o no- es la solución a todos los problemas que plantea la crisis económica que ya ha empezado a producir la pandemia.
No he parado de decir, desde que se advirtió la gravedad del problema, que es fundamental que se garantice cuanto antes el ingreso que miles de personas están perdiendo o van a perder en cuanto que se ha decretado el confinamiento y, por tanto, la inactividad productiva.
Si se permite que se queden sin ingreso suficiente, no sólo sufrirán carencias vitales inadmisibles al no poder adquirir bienes esenciales para su supervivencia (algo ya de por sí inaceptable) sino que eso se traducirá, a su vez, en pérdida de ingreso de las empresas que los producen o distribuyen, creándose así un círculo vicioso infernal.
Para evitar esa situación sólo hay dos soluciones posibles: que se suspenda el pago de algunos de los gastos a los que han de hacer frente (aunque eso deja sin ingreso a empresas, como acabo de decir) y que el Estado les compense la pérdida de renta que hayan sufrido.
En una situación de emergencia como la que vivimos, creo que la forma de realizar esa compensación es lo de menos, con tal de que sea la más rápida, la que garantice que llega realmente a quien lo necesita y que lo haga con la menor exigencia de liquidez posible puesto que, como diré enseguida, hay otros problemas que atender. Entrar en una discusión sobre el nombre que tenga la medida me parece sencillamente irresponsable.
Puesto que determinar quién necesita y quién no esa ayuda lleva un tiempo y obliga a poner en marcha un aparato administrativo engorroso y muy difícil de movilizar en situación de confinamiento, quizá lo mejor sería que el Estado entregase una cantidad determinada a todas las personas y que en unos meses se saldara esa entrega, reclamando la devolución a quien tuviera una renta o riqueza superior al estándar establecido. Varios economistas de diferentes corrientes están planteando diversas fórmulas en esta línea.
Pero lo importante es no caer en el error de creer que de esta manera se resuelve todo el problema económico que plantea esta crisis.
Garantizar la renta de las personas es fundamental como vengo diciendo, pero es solo una rueda del carro que hemos de poner de nuevo en movimiento cuando acabe esta fase de confinamiento.
Si ponemos dinero en el bolsillo de la gente estaremos garantizando que mantenga su capacidad de compra, pero resulta que el problema que tenemos ahora es que, aunque tuvieran garantizada esa renta, la mayor parte de las empresas en donde podrían gastarla no están en funcionamiento. Y lo grave es que, si esta situación de cierre de empresas obligado por el confinamiento se prolonga durante unas semanas más, miles de ellas van a cerrar para siempre, provocando un desempleo masivo y en tan poco tiempo que hundirá nuestra economía en una depresión quizá nunca vista en nuestra historia.
Por lo tanto, es imprescindible que nos demos cuenta de que no basta con una renta garantizada, básica o como se la quiera llamar, para las personas, sino que es igualmente necesario garantizar la renta que perciban las empresas y los trabajadores autónomos para que puedan sobrevivir en este periodo de cierre.
El mecanismo utilizable para ello ha de tener las mismas características que el de la renta garantizada para las personas. Debe ser lo más inmediato posible, debe ser cierto, llegar a todas las empresas que lo necesitan y consumir la menor liquidez posible.
El gobierno está yendo en esa línea, pero no avanza todavía con la certeza, con la rapidez y con la cuantía que son imprescindibles, sobre todo, porque no cuenta con la ayuda necesaria de las instituciones europeas.
Leemos que en Italia ya hay alrededor de tres millones de personas con problemas para alimentarse. En España tenemos docenas de barrios con rentas ínfimas, vamos a tener miles y miles de personas que van a quedarse sin ingresos y ya hay muchísimos empresarios o trabajadores autónomos que están empezando a encontrarse literalmente en las últimas, al límite.
No se trata de agobiar, como coloquialmente se dice, al gobierno. Sólo quiero llamar la atención sobre la urgencia y la imperiosa necesidad de ser ejecutivos y, sobre todo, de transmitir con hechos la seguridad de que no se va a dejar caer a nadie, algo que hasta ahora desgraciadamente no se está consiguiendo.
Soy plenamente consciente de que poner en marcha fórmulas de apoyo a las personas y a las empresas y autónomos del tipo de las que he comentado cuesta mucho dinero. Pero una vez más hay que decir que todo el que gastemos ahora en esto será mucho menos de lo que nos costaría pasado mañana no haberlo gastado en estos momentos. Si Europa no ayuda, porque es esclava de la insolidaridad y el cinismo de Alemania y Holanda y del fundamentalismo ideológico de sus dirigentes, tendremos que salvarnos por nuestra cuenta. Sea como sea y cueste el dinero que nos cueste. La alternativa de no hacerlo o de dejar pasar el tiempo es peor y mucho más cara.