Desde hace algún tiempo, el Grupo Bético de Estudios Históricos, un conjunto de sujetos desesperados por detener la bola de nieve que se les viene encima y que, esto es lo mejor de todo, ellos mismos pusieron a rodar tratando, en vano, de tapar las verdades que se cuentan desde esta web, parecen tener como objetivo, pura y llanamente, mancillar la figura de D. Ramón Sánchez-Pizjuán y Muñoz. ¡Como si ellos y los suyos no llevaran años haciéndolo! Estamos acostumbrados, y no nos coge desprevenidos.
Para ponernos en situación, parafrasearemos a D. Alfonso Jaramillo González (q.e.p.d.), cuyo beticismo creemos que pocos pondrán en duda, recordando unas declaraciones suyas realizadas en una entrevista publicada por la revista Don Balón allá por los años ochenta:
“Fue el mejor presidente de la historia del fútbol español, ojalá hubiera sido presidente del Betis en vez del Sevilla”.
Como el biógrafo de D. Alfonso, Rafael Medina, forma parte del citado grupo, suponemos que podrá corroborar estas palabras. Y por cierto, hablando del Sr. Medina y de D. Alfonso Jaramillo, todavía estamos esperando el ejemplar de su biografía que prometió entregarnos, y él sabe por qué.
Volviendo a lo que nos importa, significar que, en su dictamen, el Sr. Jaramillo coincidía plenamente en lo esencial con el mago Helenio Herrera, probablemente el mayor devorador de presidentes y directivas de la historia del fútbol, una especie de Mourinho de su época pero multiplicado por cien, y eso sin haber entrenado nunca al R. Madrid. Pongamos en valor estas declaraciones de Don Helenio, porque viniendo de quien venían, no son moco de pavo:
“Un caballero, un gran presidente y un gran hombre”
Sin duda, en el ámbito futbolístico, por su administración modélica del club sevillista, su paso por la Federación Española de Fútbol, su carisma y liderazgo, la cohesión y paz social que mantuvo, los títulos alcanzados, el patrimonio que logró reunir y muchas más razones, la figura de D. Ramón tiene merecidamente ganada el adjetivo de mítica.
De él dijo Pedro Escartín:
ABC 12 Noviembre 1967
“Un hombre que sirvió al fútbol con apasionada lealtad y nunca se sirvió de él; un hombre que hoy sería muy útil en nuestro fútbol.”
D. Ramón, educado en el amateurismo, como todos los footballistas de su generación (fue portero y también delantero centro, pero esto ya lo contaremos en otro momento), y que vivió en primera persona los éxitos del fútbol nacional previo a la Guerra Civil, sobre todo, en la Olimpiada de Amberes (1920) y en el Mundial de Italia (1934), siendo figuras sevillistas hombres como Ocaña, Kinké, Spencer y Brand o Fede, Eizaguirre, Campanal y Ramón Encinas, defendería siempre el fútbol de cantera y la innecesaridad de la importación de jugadores extranjeros, visto el resultado general deficiente de los mismos, y el desequilibrio que podría generarse en la competición entre los más pudientes y el resto. Hay que recordar el sonorísimo fracaso en Nervión de apuestas como el mexicano Pancho Villegas o el francés Dard, en la década de los cuarenta, así como el tremendo esfuerzo económico que para el Sevilla estaba suponiendo el proyecto de su nuevo estadio, y que le impediría invertir en jugadores, restándole enormemente su tradicional competitividad. Así, muy poco antes de morir, D. Ramón se pronunciaba en los siguientes términos:
ABC 16 Septiembre 1956
No obstante, como (casi) todo gran personaje de éxito, sobre todo en esta España nuestra tan llena de envidiosos y pobres de espíritu, D. Ramón ha sido objeto de vejaciones, insultos, mofa y, en definitiva, centro o diana para la impotencia de todos aquellos amargados para los que la grandeza de aquel gran presidente y la gloria que consiguió para su Sevilla han sido imposibles de digerir. Se acuerda uno, sin poder evitar descojonarse, del tal Blas Ballesteros, cuando haciendo honor a su nombre, y ganándose para siempre un puesto en Barrio Sésamo, puso al Betis, a quien representaba, a su verdadera altura, ante unos directivos del Ath. Bilbao, difamando a D. Ramón.
Pero en fin, dentro de esta caterva de irrespetuosos, aunque no lo crean, los hay más borricos y también más elegantes, si bien en todos los casos concurre esa misma mala baba envidiosa típica de los seres acomplejados. El último gran descubrimiento de estos “estudiosos”, eso piensan ellos, parece estar en que D. Ramón Sánchez Pizjuán no sería un personaje de ideas liberales, sino un fascista redomado. Las evidencias que presentan serían cuatro hechos puntuales, ya conocidos por cierto, de un periodo histórico muy concreto y particular que abarca tres, cuatro, cinco años a lo sumo, desde 1937 a 1942, aproximadamente, tres de ellos en plena guerra civil, y los siguientes, durante los más duros del franquismo temprano, esa época de adhesiones públicas incondicionales bajo riesgo de temibles represalias. En resumen, que para estos sesudos investigadores verdes, el pensamiento de D. Ramón lo definen esos actos, no su vida antes de la Guerra Civil ni desde mediados de los años cuarenta hasta su fallecimiento en 1956. De sus casi 56 años de vida, sólo cuatro o cinco años serían relevantes, el resto no. ¿Por qué? A ellos sólo les interesa la visión microscópica de un momento determinado (y muy singular), la anécdota sacada de contexto, y no la peripecia vital completa del personaje. Como siempre, se trata de editar, cortar y presentar la parte como el todo, su técnica favorita, su gran especialidad.
Lo más cómico del asunto es que este súbito cuestionamiento del pensamiento político de D. Ramón Sánchez-Pizjuán, con el que se frotan las manos, aparece para tratar de equipararlo a lo expuesto por La Palangana Mecánica respecto a quien era quien en el gobierno y administración del Real Betis Balompié, no en un momento histórico aislado, no, sino desde 1908 hasta el advenimiento de la actual democracia, como mínimo.
Queipo de Llano, Cuesta Monereo, Bohórquez Vecina, Luengo Muñoz, Castejón, Coca de la Piñera, Sánchez-Laulhé, Alarcón de la Lastra, Del Castillo, y un largo etcétera de militares, serían béticos ejercientes con esa intensidad que solo los béticos saben darle a su beticismo, pero de lo que no cabe duda es de su ideología antes del golpe militar y después, es decir, durante toda su vida.
Aunque pueda parecerles extraño, nosotros creemos que analizar la conducta de unos personajes durante toda su vida es más representativo que escoger unos actos aislados que han sido deslegitimados por otros actos previos y posteriores del mismo personaje.
Para empezar a zambullirnos someramente en el complejo y rico perfil de D. Ramón, les invitamos a consultar, si lo desean, la breve visión biográfica del personaje que figura en la web Sevillanos Ilustres. En el apartado sobre la valoración de su personalidad, se afirma literalmente:
“Sánchez-Pizjuán fue considerado un presidente muy cualificado, recto, y de una gran personalidad. En cuanto a su militancia política perteneció al Partido Liberal, rival del Partido Conservador, pero en su gestión como presidente del Sevilla no hizo bandera ninguna de militancia política.”
D. Ramón Sánchez Pizjuán era hijo de un político democrático. Su padre, Eduardo Sánchez-Pizjuán pertenecía al Partido Liberal y es lógico suponer que transmitiese sus ideas, su pensamiento, a su hijo. Podían ser ideas conservadoras, vistas con los ojos de hoy, incluso de derechas si se quiere, pero en todo caso democráticas. La confirmación nos la ofrece el propio Sánchez-Pizjuán quien, entre sus íntimos, se definía como liberal, esto es, demócrata-cristiano y admirador de Winston Churchill.
El periodista Francisco Narbona, “Paquín”, que lo conoció en vida, escribió sobre él lo siguiente:
“Era Sánchez-Pizjuán un hombre de clara conciencia liberal”
Dos béticos furibundos como Manuel Rodríguez López y Tomás Furest, apostillaron lo siguiente:
“Políticamente se definió siempre como un liberal”
Por el contrario, Queipo, Cuesta, Bohórquez, Luengo, Castejón, Coca, Laulhé, Alarcón de la Lastra, Del Castillo y el resto, eran en su mayoría hijos de militares, y se criaron en el ambiente castrense de sus casas y de las academias en las que se formaron, lo que acabó condicionándolos decisivamente.
Al respecto, nos dice la famosa hispanista Helen Graham, en su “Breve historia de la Guerra Civil” que “la pérdida del imperio privó al ingente cuerpo de oficiales, heredado de las guerras continuas del siglo XIX, cualquier papel significativo en la guerra exterior. Al hacerlo, la derrota imperial convirtió a los militares en un poderoso grupo de presión político interno, resuelto a encontrar un nuevo papel, a la vez que se guardaba de perder ingresos o prestigio mientras tanto. Para sacarse el aguijón de la derrota, entre los jefes y oficiales se extendió el poderoso mito de que los políticos civiles habían sido los únicos responsables de la pérdida definitiva del imperio y, por lo tanto, poco podían reclamar moralmente para gobernar el país. Esta creencia ya estaba bien arraigada en la época en que Francisco Franco, con quince años, entró en la academia militar en 1907. Surgió una generación de cadetes que se contemplaban como los defensores de la unidad y jerarquía de España, y de su homogeneidad cultural y política, algo que creían consustancial a la grandeza histórica del país. En realidad, muchos miembros de la elite militar dieron un paso más, considerando su defensa de esta idea de “España” un nuevo deber imperial (…). Lo pernicioso de esta nueva concepción de la defensa imperial fue que pasó a dirigirse contra otros grupos de españoles que simbolizaban los cambios sociales y económicos que se estaban produciendo en las ciudades y centros urbanos (…)”
Y más claro aún es Rafael Núñez Florencio en su trabajo “Ejército y política bajo la Restauración”: “Nada tiene de extraño que el patriotismo militar se haga cada vez más dogmático, más cerrado a otras aportaciones y perspectivas. La visión militar de la patria se convierte así en la única posible. Todo ello aparece además contaminado de un sentido providencialista: el soldado tiene una misión sagrada, trascendental, irrenunciable, la de salvar a la patria (…) ¿Podríamos decir entonces que no llegó la marea regeneracionista que sacudió el país tras el 98 a la institución militar? La respuesta, para el conjunto, y enfocada desde una perspectiva práctica, ha de ser que no llegó efectivamente (…) Pero es que además el regeneracionismo tenía otra vertiente mucho más extendida que la que acabamos de mencionar: la regeneración por la vía de la sublevación militar (…) Esta solución coincidía con unos presupuestos básicos que venían desarrollándose en la mentalidad militar desde un tiempo antes, como hemos tenido la ocasión de ver: frente a la podredumbre de los políticos y demás comparsas que mantenían secuestrada la nación, enterrado el patriotismo y, por consiguiente, mancillada la dignidad de España, era imprescindible una operación radical –la del cirujano que extirpa el tumor- para devolver la salud al cuerpo enfermo. Ello posibilitaría un reencuentro del ejército con el pueblo, con la raza, con la base impoluta que había sido siempre la clave de la grandeza de España.”
Entrando en los hechos concretos últimamente imputados a D. Ramón, hemos dicho que se trata de su presencia en determinados actos públicos en los que representa al Sevilla F.C. ante las autoridades militares y políticas del momento. Ninguno de sus actos ni de sus intervenciones constituye delito y son consecuentes con el contexto en el que se encuentra, la organización de un partido de fútbol.
Por el contrario, Queipo, Cuesta, Bohórquez, Luengo, Castejón, Coca, Laulhé, Alarcón de la Lastra, Del Castillo y el resto, algunos de ellos, demostradamente, fueron conspiradores partícipes en el complot urdido para derrocar la democracia, y además, autores materiales o intelectuales, responsables y ejecutores de las más pérfidas represalias contra miles de inocentes por el mero hecho de no pensar como ellos o pasar por allí.
Alguno dirá que esto qué tiene que ver con su militancia verdiblanca. La respuesta fácil, la que ellos buscan de nosotros, sería decir “lo mismo que tiene que ver en los éxitos sevillistas la ideología política de D. Ramón Sánchez-Pizjuán”. Pero no, queridos, no es igual. En el caso de la “Peña del Pollo” y/o la Tertulia Bética (I , II y III), tenemos al menos dos casos perfectamente documentados de actuación decisiva prevaricando para privilegiar al Real Betis Balompié con perjuicio directo del Sevilla F.C.: el “caso” Antúnez, única vez en la historia que un equipo de fútbol en España, sin jugarse deportivamente nada (estaba en Segunda División) ha pretendido robarle una Liga a un rival en los despachos mediante tráfico de influencias en la mismísima cúspide de la Dictadura franquista; y el regalo de Heliópolis, esto es, la adjudicación del hoy denominado Estadio Benito Villamarín (suelo y vuelo), que eran de propiedad municipal, al equipo de la Palmera, por precio inferior a la mitad de su valor, y lo peor de todo, saltándose a la torera las reglas legales de libre concurrencia propias de la transmisión del dominio público (claro que esto, no era problema para los amiguetes del Caudillo).
Está claro que hay una diferencia, y el que no quiera verla, que siga haciéndose el ciego y disfrute de su mundo paralelo.
Tras la guerra, Queipo, Cuesta, Bohórquez, Luengo, Castejón, Coca, Laulhé, Alarcón de la Lastra tuvieron una vida, digamos que como mínimo, aseada, bien colocaditos en lugares estratégicos de la administración franquista, participando y lucrándose con negocios que eran monopolio del Estado como esa concesión exclusiva para la distribución de las bombonas de gas butano que disfrutó durante tantos años el General Cuesta Monereo. En definitiva, está pléyade de grandes béticos, junto a otros, derrocó ilegalmente el régimen democrático de la república, instauraron una dictadura, se ensamblaron hábilmente en el aparato del Estado y sacaron provecho y riquezas del mismo hasta agotarlo. Una cosa sí es cierta, fueron coherentes con su pensamiento, el que heredaron de sus mayores y aprendieron en las academias, y también con sus actos previos, pues ya que cambiaban el statu quo del país, no iban a desperdiciar el beneficio económico correspondiente.
Sin embargo, Sánchez-Pizjuán, una vez pasada la época más oscura y cerrada del franquismo temprano, pudo seguir dejando muestras de su verdadero pensamiento, muestras, evidencias, que no casan para nada con las conclusiones del grupo de “estudiosos” verdes, y sin embargo, encajan a la perfección con su propia confesión de su ideología:
“En el fútbol sólo hubo una oposición, la del Sevilla F.C., la de su ‘alter ego’, el inolvidable Ramón Sánchez-Pizjuán y Muñoz … El Sevilla se negó y se enfrentó a la dichosa Delegación Nacional falangista”
“Vuelven los Clubs, en su inmensa mayoría, a vivir con gozoso júbilo de su recobrada libertad”
“Un acendrado falangista dijo, dirigiéndose a Sánchez Pizjuán: ‘A este hay que fusilarlo”
Por lo tanto, si analizamos la vida de D. Ramón Sánchez-Pizjuán desde el principio, y observamos su trayectoria personal completa, a lo sumo, los actos citados, que ya se conocían, y algún otro como su adscripción al Auxilio Social, antes aludida también, no son más que unos hechos aislados, un paréntesis si se quiere (creemos que ni eso), que se ve superado y derogado por los actos propios previos y posteriores del mismo protagonista, y que sin duda responden al especialísimo momento que se vivía en España, y a la naturaleza de los actos públicos en que los mismos se produjeron.
Por el contrario, Queipo, Cuesta, Bohórquez, Luengo, Castejón, Coca, Laulhé, Alarcón de la Lastra, Del Castillo y el resto, eran fascistas ejercientes antes, durante y después de la Guerra Civil, y no dejaron de serlo nunca, como nunca hubo tampoco en sus vidas ningún paréntesis ideológico ni actos que pudieran hacer dudar un ápice del móvil de sus conductas. Y más aún, usaron de su fascismo y de su poder para beneficiar espuriamente al Real Betis Balompié. Estos son hechos objetivos probados y perfectamente documentados, no habladurías ni insultos ni comentarios fantasiosos de taberna que tanto gustan en la otra acera.
En 1980, en el especial dedicado por ABC a las celebraciones del 75 aniversario sevillista, el gran amigo de Sánchez-Pizjuán, Joaquín Carlos López Lozano, al que suponemos mejor informado que a los “estudiosos” béticos de la historia, apuntaba lo siguiente respecto a su personalidad:
“Ramón Sánchez-Pizjuán … era un liberal casi churchilliano”
“Ramón caracterizó siempre su vida deportiva y social por una gran caballerosidad”
“Los vaivenes políticos le impulsaron a entregarse totalmente al sevillismo”
“Los vaivenes políticos …”, una frase enigmática que no acertábamos a comprender adecuadamente, hasta que el propio autor de la misma, quiso dejárnoslo claro, sin proponérselo, unos cuantos años después. D. Ramón no quiso aspirar a ser Alcalde ni Decano del Colegio de Abogados precisamente por su liberalismo y porque en su época no podía hacerlo “con urnas y democracia”:
ABC 24 Septiembre 1991
“Su liberalismo de siempre”
“Con urnas y democracia”
Sin duda, que D. Ramón renunciara a sus sueños, y los sacrificase por anteponer “urnas y democracia” a sus intereses personales debe ser lo más fascista del mundo.
Por tanto, ¿a quién quieren engañar Del Castillo y compañía? No se puede ser más patético, de verdad, que el Grupo Bético de Estudios Históricos. Su afán por enmierdar lo que es claro y cristalino probablemente ha llegado con esto a su punto más esperpéntico y ridículo. ¡Cuánto odio acumulado, cuánta envidia! Queridos, no podéis tener menos credibilidad.
Concluimos y, para ello, no queremos dejar de señalarles que, en el ánimo de ser ecuánimes, nos hemos esforzado sinceramente por encontrar evidencias semejantes a las del pensamiento de D. Ramón en Queipo, Cuesta, Bohórquez, Luengo, Castejón, Coca, Laulhé, Alarcón de la Lastra, Del Castillo y el resto, créannos, pero no lo hemos logrado.
Tampoco hemos visto que Adolfo Cuéllar Rodríguez, el amigo íntimo de ese otro grandísimo bético que fue Gonzalo Queipo de Llano, renunciase como D. Ramón a ser Decano del Colegio de Abogados por no haber urnas ni democracia. A Cuéllar desde luego no le importó. Fue designado Decano en 1961.
En fin, que esperamos a ver si los colegas del Grupo Bético de Estudios Históricos, que tan rigurosos y sabios son, nos proporcionan alguna declaración pública de Monereo o Bohórquez, por ejemplo, cuestionando el golpe de Estado o la administración franquista del país, arrepintiéndose de sus salvajadas, o pidiendo “urnas y democracia”, sería todo un detalle.
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