La fotografía fue la protagonista de la conferencia de Francisco Gutiérrez, historiador y presidente del Centro de Estudios Montañeses, que ofreció este viernes en el Ateneo de Santander. Bajo el título ’80 aniversario del incendio de Santander’, Gutiérrez hizo un recorrido por todo aquello que la capital cántabra «perdió», apoyándose en cerca de 130 fotografías. «Del incendio ya se ha hablado mucho. Mi intención es dar otro punto de vista, recordar todo el patrimonio arquitectónico y artístico que se perdió».
Recordó la frase de Concha Espina, en la que decía que, tras la reconstrucción de la ciudad, «el Santander que fue es muy distinto del que es», quizá «más cómodo y cosmopolita, pero perdió parte de su encanto». La vida en torno a las calles La Blanca y San Francisco (frente a la catedral), «cuajadas de comercios, con un encanto especial, y de personas, con edificios salpicados de miradores». Desde su punto de vista, en ese incendio «no solo perdimos un patrimonio artístico o arquitectónico, sino otras cosas que eran el alma de la ciudad».
En la fatídica tarde-noche del 15 de febrero de 1941, el viento huracanado y una chispa de la chimenea de una casa de la calle Cádiz se aliaron para destruir la ciudad. Y en este proceso tuvo mucho que ver el tejado de la catedral, según contó Gutiérrez, «hecho de vigas, multicentenarias, que actuaron de catalizador por su fuerza expansiva».
Lo primero que los técnicos buscaron fueron edificaciones, que por su envergadura y tipo de construcción, hicieran de cortafuegos. Así, fueron claves el antiguo edifico de La Aduana de Carlos III, el del instituto Santa Clara y la iglesias de los Jesuitas. Sin embargo, en otras zonas, se tuvo que optar por derruir las casas (dada su construcción en madera) para dejar los solares limpios y cortar el paso al fuego.
La catedral actual «mide el doble que la anterior al incendio y estaba rodeada de edificaciones domésticas», apuntó el historiar. Los actuales tres arcos, solo el central y el de la izquierda son los originales. En el de la derecha «había una maravillosa puerta del siglo XVII, de estilo barroco, con una escalinata para acceder desde la calle a la catedral».
«El tejado de la catedral, hecho de vigas, actuó como catalizador, por su fuerza expansiva»
Otra gran pérdida fue el coro del siglo XVII y el órgano, construido en el año 1890. Lamentó que el trascorro de piedra, «que se salvó, fuera demolido más tarde. En cuanto al retablo de madera (el segundo con el que contaba la catedral) ardió por completo, «era de estilo neoclásico, con un gran relieve de La Ascensión de la Virgen, de 1777).
La única capilla que se salvó fue la de los Riva-Herrero, pero en la reconstrucción, «se decidió prescindir de ella».
En el palacio espiscopal, arrasado por el fuego, sobrevivió la capilla de los Escalante, «de lo más hermoso de la catedral, de estilo gótico, construida en el siglo XIV. Lamentablemente fue derruida en 1950, cuando se levantó la nueva casa episcopal».
Toda las casas desde la catedral a la calle Ruamayor «quedó despejada de edificios, quedando a la vista unos terrenos muy abruptos. Toda esa tierra fue trasladada a la curva de La Magdalena, uniendo así Reina Victoria con El Sardinero», describió.
La antigua Aduana de Carlos III, actual edificio de Hacienda y que mantiene su estilo, sirvió para contener el fuego y que no se expandiera hacia las casas del Muelle (Paseo de Pereda). Otro edificio desaparecido, recordado por Gutiérrez fue La Pescadería, «levantado en la actual Calvo Sotelo, construido en 1912, que tenía ciertos atisbos de modernismo».
En la plaza Vieja estaban el Ayuntamiento y la iglesia de La Compañía (que se salvó), ademas de la casa palacio de Villatorre o Riva-Herrera, de estilo barroco, del siglo XVII, con un precioso balcón esquinero y un gran escudo, perteneciente a una de las familias más ilustres del momento». Su fachada se libró de las llamas pero finalmente fue derruida.
El antiguo edificio del Ateneo tuvo que ser derruido, debido a la alineación de la calle Rualasal. También recordó cómo era la plaza Porticada, donde las sedes de El Diario Montañés y Alerta eran vecinas.
Otra de las anécdotas que contó fue como las dos farolas que se salvaron de las llamas en el puente que unía la plaza Vieja con la catedral, fueron restauradas y hoy están colocadas en la plaza de Cañadío. También lamentó que de la facha marítima, reconstruida tras la explosión del barco Machichaco, quedara arrasada, salvo por el edifico del Hotel México y el de la familia Ladislao del Barrio.
Tomado de El Diario Montañés
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