Pocas veces he estado tan emocionado e ilusionado con un concierto de rock como el martes pasado, minutos antes de que diera comienzo el recital de Jethro Tull en el Madgarden Festival de Madrid. Cuando días antes le contaba a un amigo que, por fin, podría ver a Ian Anderson en directo, uno de mis ídolos de juventud y casi de niñez, me dijo: “Va a ser como un examen de conciencia para ti”; y así podría haber sido, si no fuera por lo poco que anidan en mí sentimientos e intimidaciones religiosas como la culpa, el pecado o la redención. En cualquier caso, estos nuevos Jethro Tull me hicieron recordar que los tiempos pasados no son mejores por su excelsitud, en realidad los recordamos, y hasta los idolatramos, porque ya no volverán.
Por si todo esto fuera poco, tenía otro buen motivo para asistir, lo iba a hacer con el amigo Bonustrack, de hecho, fue él quien me proporcionó la entrada y, en definitiva, el que hizo posible mi asistencia al concierto. Lamentablemente, una indisposición de última hora le dejó K.O.; espero que ya estés totalmente recuperado, no dejé de acordarme de ti durante toda la actuación. Un fuerte abrazo.
Hace unos años levantaron un jardín botánico en el antiguo descampado situado entre las facultades de Farmacia y Biológicas, en la Ciudad Universitaria de Madrid, en el mismo sitio donde Felipe González se coronó en aquellas elecciones generales “del cambio”, ganadas por el PSOE gracias al voto entusiasta de diez millones de españoles. El martes no estábamos tantos como en aquella víspera de elecciones generales, de hecho ni siquiera estaba el aforo completo. Hace treinta años me hubiera extrañado mucho, hoy día lo veo normal; sobre todo después de haberme percatado, al menos en mi círculo próximo, que Jethro Tull e Ian Anderson son ya unos perfectos desconocidos, principalmente entre menores de treinta años. Como podréis imaginar, la media de edad era bastante elevada; es verdad que también se veía gente joven (en la mayoría de las ocasiones hijos que acompañaban a sus padres), pero lo habitual era ver público por encima de los 45-50 años.
Di una vuelta por el recinto, me tomé una cerveza, traté de ver los discos y libros que se vendían en la pequeña tienda habilitada a tal efecto y, finalmente, tomé asiento. El concierto comenzó con “Living in the Past”, finalizó con “Locomotive Breath” y duró, aproximadamente, dos horas y cuarto (incluyendo un descanso de unos veinte minutos). En la primera hora tocaron algunos temas clásicos de la banda y, también, canciones de su último álbum “Homo Erraticus”. El plato fuerte se sirvió después del descanso, donde se pudieron escuchar temas míticos como “Thick as a Brick”, “Aqualung”, “My Good” o “Bourée” (aunque éste no me acuerdo si fue antes del descanso), entre otros.
El sonido lo encontré bien en líneas generales, en raras ocasiones acoplado o distorsionado. Los músicos estuvieron correctos, en su sitio, muy profesionales pero, tal vez, algo fríos, sobre todo los más veteranos. El guitarrista (Florian Ophale) me gustó pero no consiguió transmitir el sonido Jethro Tull, algo que quedó bien claro en el riff de guitarra de Aqualung, vibrante pero muy diferente del original; en este sentido, se echó de menos a Martin Barre, el viejo compañero de batallas de Ian Anderson, que abandonó la formación en 2011.
Respecto a esto del sonido Jethro Tull, me hago eco de unas recientes declaraciones de Ian Anderson: “Jethro Tull soy yo y por eso sigue existiendo”. En efecto, yo pude ver y escuchar a este mítico grupo, algo que dudo se pueda conseguir con las, cada vez más habituales, bandas tributo; y ello fue debido, sin duda, al escocés que estuvo, en todo momento, comunicativo, entregado, con nervio y, en algunas ocasiones, hasta inspirado. Para mi gusto los mejores momentos de la noche fueron los tramos acústicos y, sobre todo, todas la intervenciones en las que aparecía la flauta travesera, la verdadera seña de identidad de este grupo, que Anderson sigue tocando como en sus mejores tiempos. Lo peor también estuvo de su lado: la voz. Ya no llega donde alcanzaba antaño y, a menudo, me llegué a agobiar viendo cómo no le salía la voz del cuerpo; para contrarrestar esta circunstancia el grupo cuenta con la presencia de Ryan O’Donnell, un cantante-bufón con un timbre de voz muy parecido al del líder, que lo releva en aquellos tramos totalmente inaccesibles para él. Si quieren seguir actuando en directo durante los próximos años, este será el camino: un nuevo cantante y Anderson a la flauta, el espectáculo ganará en calidad pero ¿seguirá siendo Jethro Tull? Bonustrack, nos vemos en el próximo concierto, ¡no me falles!
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