Viernes 4 de noviembre de 2011, Sala Riviera, Madrid, 6:45 pm:
La cola para ver en directo a los legendarios Yes era significativa, y aguardaba estoicamente bajo la lluvia el momento de la apertura de puertas. Las conversaciones de los asistentes giraban en torno a las expectativas del concierto y a temas tan apasionantes como teoría musical y técnica para tocar el teclado, y algunos vendedores ambulantes ofrecían camisetas por 10€. Había público de todas las edades, predominando treintañeros y cuarentones.
Llegaron las 7:05 pm -la puntualidad española es legendaria- y se abrieron las puertas del paraíso. Los encargados de seguridad, cumpliendo con su trabajo, comprobaban las entradas, cacheando a los asistentes y pidiendo identificación cuando lo creían oportuno. Una vez dentro, nos paramos en el stand de merchandising para comprobar que las camisetas que nos habían ofrecido a la entrada por 10€, y que sabiamente habíamos comprado, estaban a la venta a unos precios que iban desde los 25€ hasta los 40€. Nos acercamos entonces a la barra, y pedimos un cachi -en Madrid se dice “mini”, y yo no sé dónde le ven lo de “mini”- de cerveza sabiendo que nos iban a meter un clavo por toda la espina dorsal -y, efectivamente, así fue-, pero ¡qué carajo! Un día es un día, y Yes bien se merecían ser recibidos con una cerveza en el cuerpo, para ir entonando gargantas.
Y llegaron las 8:00 pm. Una introducción típica para crear atmósfera, con el escenario vacío y oscuro, y una presentación en video que acompañaría al grupo durante todo el concierto, anunciaba lo que sería un concierto apoteósico. Y aparecieron ellos: lo que parecía ser un grupo de jubilados cuidados por un amable “jovenzuelo” de 45 años llamado Benoît David, pronto resultó ser una demostración de maestría, savoir-faire y buen gusto por parte de unos músicos que muy poco tenían ya que demostrar, a excepción de dos de ellos: David, que se había metido en los personalísimos zapatos de Jon Anderson; y Geoff Downes, que tenía que hacer en vivo y en directo lo que Rick Wakeman hacía 40 años atrás.
La banda arrancó con un pulcro y bien ejecutado Yours Is No Disgrace, que sirvió también como toma de contacto entre músicos, sonido y público. Siguieron Tempus Fugit, I’ve Seen All Good People y And You And I, mientras el público se entregaba por completo sin enloquecer demasiado (recordemos que el público, en su mayor parte, no estaba precisamente integrado por jovencitos). Hasta aquí, el espectáculo había sido increíble, pero quien de verdad se estaba erigiendo como un semidiós era Steve Howe, quien en este punto cogió su guitarra acústica y nos deleitó con sus solos imposibles y Solitaire, tema instrumental del nuevo disco. Después de su maravillosa exhibición, llegó el turno de Fly From Here, tema que interpretaron al completo y en el que Alan White, grandísimo percusionista que estuvo a la altura de las expectativas en todo momento, cometió un error que David, de forma muy ágil, le notificó inmediatamente, respondiendo aquél con una sonrisa y recuperando su posición al instante, lo que dio a la banda un aspecto de humanidad que siempre es de agradecer. Siguieron con Wonderous Stories, Into The Storm y Heart Of The Sunrise, ejecutadas de forma magistral. Y llegó entonces el momento de tocar la canción que muchos esperaban y que yo, personalmente, detesto: Owner Of A Lonely Heart, que por lo que supuso para la carrera de Yes, era obligada. Eso sí, la interpretación fue magnífica, y tanto músicos como público disfrutaron de lo lindo. Con Starship Trooper, la banda salía del escenario para volver después, como no podía ser de otra manera, con el tema que no podía faltar, so pena de destrozar y prender fuego al recinto: Roundabout, que por su garra y majestuosidad fue absolutamente perfecta. Después, ovación bien merecida por parte de toda la sala, que casi se había llenado para recibir a uno de los grandes del Rock Progresivo.
En cuanto a los músicos, el gran destacado fue Steve Howe, quien logró cautivar al público desde el primer momento con su maestría a las cuerdas y sus constantes cambios de instrumentos (guitarras acústicas y eléctricas, pedal steel guitar,...), a pesar de haber tenido algunos problemas técnicos con su laúd. Chris Squire y Alan White fueron también sublimes, estando a la altura de sus mejores momentos. Benoît David dio una grata sorpresa al aguantar como un campeón todo el concierto sin desafinar ni una nota, interpretando a la perfección los temas que Jon Anderson había hecho suyos con su peculiar estilo vocal y dando un particular dinamismo a la banda con sus curiosos movimientos, siempre divertidos e hipnóticos. La nota negativa es para Geoff Downes, quien a pesar de su despliegue instrumental (nueve teclados nada menos), se limitó a “ambientar” el concierto sin salirse de unos parámetros muy básicos, salvo el momento en que se “lució” tocando unos arpegios muy rápidos -aunque simples- con el keytar. Pero ¿quién es, al fin y al cabo, el guapo que toca como tocaba Wakeman?
A la salida, la impresión general era de haber presenciado un concierto grandioso por el que había merecido la pena pagar y, en nuestro caso, cruzar media península. Faltaron temas, claro que sí -Close To The Edge, Going For The One o Awaken, por citar algunos ejemplos-, pero eso es algo inevitable en un grupo con una trayectoria tan extensa y una discografía tan sublime.
En resumen, dos horas y veinte minutos de frenesí musical, y una cosa menos que presenciar antes de morir.
El vídeo que incluyo es del House Of Blues en Houston, pero refleja bastante bien lo que fue el concierto de La Riviera (a pesar de que la calidad del vídeo, sobre todo del sonido, no hace honor a la calidad del sonido in situ, pero es lo que tiene grabar con cámaras domésticas, mis vídeos están peor todavía).